El chivo, el pinto y el amanecer resuenan más en la memoria cuando se está lejos del hogar: la primera noche en San José de Irina inauguró una nueva etapa en su vida. 

Esta es la historia que siempre le cuento a todo mundo que conozco, poniéndole menos o más pero manteniendo el mismo camino: “Mae, mi primera noche en Chepe fue súper güeisa, pero fue de lo más increíble en mi vida”. Eso lleva a que pregunten por qué, y que yo les hable del 27 de junio del 2015, de mi primer mes con cédula, mi amor por lo chivos y mis ganas de salir de Turrialba para conocer gente nueva a través de la música.

Cuando entré a la universidad también quise entrar al mundo de las personas que están haciendo cosas chivas en este país. Empecé a apreciar un montón de música buena y a ver cómo se estaba moviendo la escena de bandas en San José/Cartago, pero a mucho de lo que quería asistir no podía porque era menor de edad.

Después de mi cumpleaños, Florian Droids anunció los Floriatones y esa  fue mi oportunidad ideal para conocer Chepe de noche. Los Floriatones fueron una serie de tres conciertos de Florian Droids con invitados especiales con la meta de recaudar fondos para su viaje a Argentina y grabación con Tweety González.

Para el primer Floriatón no tenía muchos amigos en San José. Entonces, Sebas se ofreció a acompañarme. Me dijo que todo bien con llegar juntos, que él quería ver a Saturno Devorando pero cómo vivía en Alajuela solo podía quedarse hasta las 12mn porque lo dejaba el bus para de vuelta a su casa. Acepté, aunque tenía un tiquete Turrialba-San José para las 6 de la tarde, pero no uno de vuelta y tampoco un lugar donde quedarme.

Llegamos muy temprano al Steinvorth. Cuando subí al bar fue como entrar en un mundo desconocido, pero -por alguna razón- se sentía como llegar a casa. Desde el primer minuto tenía toda esta adrenalina que solo da lo nuevo.

Había una muchacha con muchos tatuajes viéndose al espejo, un muchacho haciendo mojitos, la banda instalándose y mucha gente mayor que yo, pero eso no me hizo sentir pequeña, sino incluida.  A los minutos se me quitó el miedo y saludé a Pamela, la chica de los tatuajes, le dije que me parecía demasiado linda y nos despedimos de abrazo -un dato curioso es que desde ese día somos buenas amigas-. Hablé sobre los Floriatones con Álvaro, el bajista de Florian, me compré un mojito y me puse a bailar una canción de Future Islands.

Cuando empezó el concierto, solté toda la adrenalina reprimida. Cada vez que me acuerdo de lo increíble que fue ese chivo, se me pone la piel de gallina y deseo poder devolver el tiempo para ver a Do Not y a Saturno Devorando por primera vez, ver a Huba -vocalista de Do Not- saltando al escenario para cantar “Lonely Days” con Florian y sentir como mi corazón iba a explotar de felicidad.

Después de medianoche, había quedado sola en el concierto. En mi momento de ansiedad, Mariano, un amigo de Orotina que estaba en el chivo de Patterns esa noche, se salió del Hoxton para acompañarme en el Steinvorth. Resultó que tampoco tenía donde quedarse, entonces cuando terminó todo, salimos del Steinvorth y tomamos Chepe como nuestro “after”. Nos subimos a un taxi para que nos llevará al antiguo Babel y bailar lo que quedaba de noche.

Para mí todo era como estar en una película de finales de los 90 o principios de los 2000: drags, gente vestida súper extravagante bailando en la calle y adentro del bar música pop sonando fuertemente. Todos bailando como si no hubiera mañana, porque así se siente Chepe de noche: como si no hubiera mañana.

Después de tanto bailar, sentir y conocer, era hora de comer. Caminamos un poco y luego tomamos un taxi sin decirle a donde ir exactamente. Mariano, ya bastante ebrio, nada más le dijo “Tenemos mucha hambre” y el mae del taxi nos llevó a la zona roja, no sé por qué. Se estacionó en un restaurante que tenía mesas grandes con manteles rojos y plástico encima.

Nos dijo que servían buen pinto. Entramos al mismo tiempo que entró un mariachi y pedimos el desayuno completo que traía hasta ensalada. Yo observaba el lugar al mientras desayunaba: había un señor con dos muchachas y solo él comía, los del mariachi se reían muy fuerte, había una pareja comiendo rice and beans y el mesero se peinaba con un peine de bolsillo.

Para cuando salimos de ahí, ya eran las cinco y media de la mañana y el primer bus de cada uno salía en media hora. Vimos el amanecer con la ropa de ayer, en una calle donde ya alistaban todo para la Marcha de la Diversidad de ese año. Caminamos por un San José vivo, que nunca muere porque está lleno de tanto, de día y de noche.

De vuelta en el bus para Turrialba pensaba en lo importante que es sentir la ciudad, y ahora que estoy escribiendo esto dos años después pienso lo mismo. La realidad no parecía algo malo esa madrugada. Al contrario, todo era fantástico: desde el señor yendo a comprar pan o caminar a las 5 de la mañana hasta la muchacha con los tacones en la mano caminando por el parque de San Pedro. Mis ojos se iban cerrando poco a poco pero no quería dejar de observar todo.

Los grafiti en la vuelta del barrio La California y mi deseo por dejar una marca en algún muro de San José algún día, no como banalidad sino porque también quería sentir la ciudad como mía, fijo así sienten los que hacen esas pinturas todas chivas. A esa hora veía a los indigentes recogiendo sus cartones, volviendo a su vida nómada de día por la ciudad y me ponía a pensar que en realidad eso es lo que hacemos todos en nuestro día a día pero algunos andan como levitando y no perciben nada del todo.

Cuando iba llegando, todo era más familiar: las montañas más grandes que otras, muchas curvas y una humedad bochornosa. Algo había cambiado en mí y todo eso lo percibía diferente -con curiosidad-. Porque aunque Turrialba es mi hogar, había inaugurado San José como mi nueva casa y de ahora en adelante quería sentir los dos lugares como si viniera de lejos a pasar la noche en ellos por primera vez.


Fotografías por Suzi Love.

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