La violencia social y estatal contra las personas LGBTI todavía existe. Pero sin lugar a dudas, no es ni cercana al nivel que existió hace 30 años. Estos cambios han sido gracias a personas y organizaciones valientes, que abrieron el camino para las luchas de hoy en día.

Costa Rica es un país conservador. Lo sabemos, lo vivimos. Pero también sentimos cómo en los últimos años ha habido un fuerte giro en la aceptación social de las personas LGBT. Hace 5 años quizás era impensable discutir el matrimonio igualitario con seriedad en el escenario político. O que un Concejo Municipal llamara la atención de un comercio por discriminar a una pareja del mismo sexo. Incluso personas y activistas LGBT perseguidos en otros países de Centroamérica ven en Costa Rica un refugio ante la violencia que sufren.

Todavía falta mucho para realmente librarnos de la discriminación y alcanzar la igualdad plena. Y lo que se ha logrado no cayó del cielo como regalo.

Hubo una época en la que la policía y autoridades de gobierno literalmente perseguían a las personas LGBT en sus bares y espacios de encuentro, en donde la humillación y hasta la extorsión eran la orden del día. Una época en que el miedo al rechazo y el estigma social sumían todas esas violaciones a derechos en el silencio. Y esa época no fue hace tanto.

Sin embargo, hace 30 años, el 5 de abril de 1987, se sembró la semilla para perder el miedo de dar la cara, el país empezó a salir del clóset. Pero no fue tarea fácil.

Ser gay en los 80

¿Cómo era ser gay en la Costa Rica de los años 80? La respuesta depende de a quién se le pregunte. Para Guillermo Murillo, abogado y activista en materia de VIH, pese a todo, fue un momento maravilloso.

“Éramos jóvenes. Yo nací en el 63, ahí sacan cuenta de qué edad tenía en los 80. Era bonito en el sentido de toda la exploración, de ir descubriendo tanta gente gay. Tuve mi primera relación de pareja a los 19 años. Yo soy de Alajuela, y el tener una relación de pareja a esa edad me hizo conocer la capital, el mundo gay de la capital”, recuerda Murillo.

“En esa época, mi compañero en ese momento y todos sus amigos, se reunían en Barrio González Lahmann, específicamente en los apartamentos de Blanca Umaña. Ahora son bastante descuidados y feos, pero en su momento fue casi como un distrito gay. Era una serie de edificios de apartamentos, en donde un porcentaje muy importante, no todos, eran ocupados por personas gais. Gente joven, profesionales. Entonces era el lugar de reunión y de fiesta, para conocer gente. Era un lugar bastante tranquilo, y con un ambiente de mucha camaradería”, agregó.

El activista gay Francisco Madrigal nos pinta una escena un poco distinta.

“Hay algunas diferencias entre lo que era ser gay en San José y ser gay en zona rural. Yo soy nativo de San Pedro de Poás y en los 80 todavía vivía ahí. Definitivamente fue una situación incómoda por la discriminación y el rechazo. Con el agravante, por ejemplo, en zona rural, que es como un chisme de pueblo”, explicó Madrigal.

En esa época Madrigal inició lo que luego sería la organización Triángulo Rosa (primera organización LGBT que consigue una personería jurídica en Costa Rica, en 1995).

“Nos reuníamos un grupo de amigos gais y lesbianas en el parque de San Pedro de Poás. Y ya éramos reconocidos por ser gais y lesbianas, no necesariamente con esas palabras. Así que no éramos bien recibidos. Inclusive en algún momento nos reunimos en un restaurante de la localidad, y teníamos que reunirnos como en una esquina”, dijo.

Madrigal y Murillo coinciden en que en los 80 ser abiertamente LGBT no era una opción para la mayor parte de la población. Las alternativas más comunes que tenían para sobrevivir a ese contexto tan hostil eran casarse con alguien del sexo opuesto para ‘disimular’ o hacerse sacerdote.

“De hecho, los mismos gais tomábamos una actitud totalmente discriminatoria contra los gais afeminados, las ‘locas’, porque eran las personas que nos daban color. Si veía a uno de ellos en la calle, y andaba con mi mamá, pensaba ‘¡por el amor de Dios que no me vaya a saludar esa loca!’ Esa actitud era muy común en esa época”, recuerda Murillo.

Madrigal, por su parte, recuerda las múltiples denuncias que interpuso por las agresiones contra sus amigos y contra su propiedad. Su casa era constantemente apedreada. Y las autoridades no hacían nada.

“Ahí es cuando yo, al igual que algunos compañeros del grupo decidimos salir de San Pedro de Poás, motivados por los actos de violencia. Lo que yo digo es que realmente fue el pueblo que nos sacó. Algunos migramos hacia Alajuela, otros hacia San José, que eran localidades más grandes y donde al menos no sentíamos el miedo que estábamos sintiendo en aquel momento”, explicó.

En los años 80 ya la población tenía toda la carga y la presión de lo que significó el sida, conocido de forma peyorativa en aquel momento como el “cáncer gay”. Fue una cacería de brujas exacerbada por la situación del VIH.

Los niveles de odio contra la población LGBT se incrementaron precisamente por el miedo que se tenía a una enfermedad completamente nueva, y por la cual se responsabilizaba a la población gay.

Murillo recuerda que, en los primeros años del sida, algunas personas se fueron a buscar medicamentos a otros países, porque afuera había mejores posibilidades de tratamiento, aunque fuesen experimentales. En ese mismo período, también muchas otras personas LGBT se vieron en la necesidad de irse del país.

“Salían para buscar nuevos horizontes, un ambiente menos hostil. Y una década después regresan, y cuando lo hacen traen toda la información de que en San Francisco y en otras ciudades la gente podía hasta andar de la mano, y eso nos permitía ir abriendo la perspectiva de que en Costa Rica teníamos la posibilidad de algún día llegar a eso”, afirma Madrigal.

«Rapado» por Guillermo Fournier.

Redadas

La epidemia del VIH fue la excusa de las autoridades para emprender una serie de redadas en contra de bares y lugares de encuentro de la población LGBT. Algunos de los más famosos de la época fueron el “Coche Rojo”, “Julian’s”, “Afrodita”, “La Torre”, y por supuesto, “La Avispa”.

“También estaban los cines de mala muerte. El Abela, el Líbano, el Palace, donde los baños eran usados para tener sexo. Y Ojo de Agua no puede dejar de mencionarse como algo anecdótico de esa época; era todo un paraíso gay. Eran cientos y cientos de gais, era absolutamente incontrolable. Y posteriormente, finalizando los 80 y empezando los 90, Playita de Manuel Antonio”, recuerda Murillo.

“Desde un inicio sí existía el temor y estábamos pendientes, de que la policía podía llegar en cualquier momento. Siempre nos decían que lo primero que teníamos que hacer era buscar a alguien del sexo opuesto y agarrarla de la mano. Era una cuestión mutua de que teníamos que protegernos”, agregó.

Sin embargo, el principal temor era que en esta época, en la mayoría de los casos, sus familias no sabían de su orientación sexual. Aparte de ser detenidos por la policía, se temía que a raíz de eso sus familias se pudieran enterar.

Según Madrigal, “fue una época de persecución contra la población LGBTI, indiscutiblemente. Yo recuerdo, estando muy joven, cuando podía ir a tardes juveniles, que empezaban en “La Torre” los domingos a las 2 de las tardes, y uno tenía que fijarse como 100 metros antes, y si alguien gritaba ‘cajón’, ya sabía uno que no podía ingresar al lugar”.

De acuerdo con Madrigal, en estas redadas a la gente usualmente le pedían la orden patronal para ver si estaba trabajando, y la cédula, por supuesto. También se dice que a algunos grupos los llevaban a hacerse la prueba de VIH obligatoriamente.

“De hecho, en algún momento, un ministro de salud lo mencionó, que había que hacerle la prueba de VIH a cualquier homosexual que fuera detenido. En aquel entonces, el Código Penal todavía no había sido reformado, así que la homosexualidad era un agravante para cualquier delito. Y por supuesto, la policía, considerando que la homosexualidad era un agravante, estaba totalmente incólume sobre cualquier cosa que hiciera contra la población LGBT en aquel entonces. Muchos policías cuando hacían requisas le quitaban la plata a la gente, y las billeteras”, dijo.

“Lo que sí quedó muy bien documentado fue la redada precisamente en “Déja Vu”, donde mucha gente fue golpeada. Hubo gente que cayó de las gradas, fue parte de lo que ya era cotidiano en otros centros de socialización. Esta redada vino a cerrar un proceso de empoderamiento de la población, que la gente se parara y dijera ‘no, ya no más’. Tal vez no de la misma forma que pasó en Estados Unidos con Stonewall en el 69, pero por la vía legal al menos”.

Por esta redada “Déja Vu” ganó un caso en los tribunales. En el acto, en 1993, hubo acoso, golpes, violencia, e inclusive se cometieron abusos sexuales contra mujeres lesbianas.

“Abril saliendo del silencio”

Para Madrigal, la carta del 5 de abril de 1987 en La Nación, en donde por primera vez políticos del país y gente profesional reconocida solicitaron parar la persecución y las redadas contra la población LGBTI, abrió una puerta para que el movimiento se empoderara.

“Lo más importante es que algunas personas dieron la cara. Yo jamás me hubiera atrevido en aquel momento. Era el orgullo de saber que había gente que podía brincarse la barrera de la vergüenza social”, dijo por su parte, Guillermo Murillo.

Para Madrigal, se crea la esperanza de que efectivamente se pueda hacer algo. También lleva a los tomadores de decisión a tener mucho más cuidado de tomar medidas violentas, dado que había gente importante ahí que podía reaccionar.

“Lo de la carta fue parte de un proceso. Poco a poco la gente iba reconociendo lo que eso significaba para un movimiento político. Y no me refiero a un movimiento partidario, sino a un movimiento con un poco más de herramientas y construyendo un discurso desde los derechos humanos. Claro, con todas las debilidades que eso significaba en aquella época”, dijo.

Tres años después, también en abril, las lesbianas salieron del silencio. En 1990, se organizó el II Encuentro Lésbico Feminista de América Latina y el Caribe en Costa Rica, y las autoridades del gobierno de turno (Óscar Arias) le declararon la guerra al evento.

“La información de que se realizaría el encuentro se filtró a la prensa, cuando incluso ya se tenía la fecha, que iba a ser en Semana Santa, porque era una semana de vacaciones en todos nuestros países latinoamericanos. Entonces empiezan a darse una serie de artículos y opiniones sobre si el encuentro debía realizarse o no”, recuerda Emma Chacón, activista que estuvo entre las organizadoras del Encuentro Lésbico en Costa Rica.

En ese momento, el entonces Ministro de Gobernación, Antonio Álvarez Desanti, debido a una directriz presidencial, señala que todas las mujeres solas que viajen a Costa Rica deben ser interrogadas, y las lesbianas que vengan al encuentro deben ser devueltas.

“Por suerte, la mayoría de mujeres que venían al encuentro ya estaban en el país. Alguna que otra fue lamentablemente detenida en el aeropuerto. A algunas las interrogaron y les quitaron material subversivo, como de sexo seguro entre mujeres lesbianas, sobre violencia que recibimos las lesbianas… Esto genera una persecución y un nivel de estrés muy grande, porque se pensaba que este iba a ser un país tolerante”, explicó Chacón.

Al final, el encuentro se realizó. La última noche las participantes se vieron acechadas por una serie de vehículos que rodearon la propiedad en la cual se encontraban y tiraron piedras y palos. Una vez más, el mes de abril fue un momento para salir del silencio en Costa Rica, tal como lo señala la Memoria Histórica del Movimiento Lésbico en Costa Rica, elaborada por Emma Chacón.

«Drag» por Guillermo Fournier.

30 años después

Ya pasaron poco más de 30 años desde la carta del 5 de abril, y lentamente el país ha ido cambiando.

“Hay una mucha mayor aceptación de las generaciones nuevas para respetar a las parejas e incluirlas dentro de las actividades de la familia”, considera Guillermo Murillo.

Para él, el principal contraste entre los 80 y la actualidad es el no tener que inventar tantas mentiras para encubrir la orientación sexual.

“Me siento muy contento. Hemos evolucionado bastante. Yo viví lo que era que un grupo de tipos lo pararan a uno en la calle y lo golpearan solo por el hecho de ser gay. Definitivamente no éramos considerados personas. Sentíamos que no importaba que nos robaran, no importaba si nos mataban”, dijo Madrigal.

“En los 90 estábamos calculando entre 30 y 60 homicidios de hombres gais por año. Y pregúnteme si se descubrió en algún momento a los homicidas. En el único estudio que se hizo sobre crímenes de odio en Costa Rica, solo uno o dos casos de más de 20 se tiene identificado a los homicidas. Eso sucedía. Ahora, bien que mal, aunque existe discriminación, ya no estamos al nivel que se estaba en aquel momento”, agregó.

La violencia social y estatal contra las personas LGBTI todavía existe. Pero sin lugar a dudas, no es ni cercana al nivel que existió hace 30 años. Estos cambios han sido gracias a personas y organizaciones valientes, que abrieron el camino para las luchas de hoy en día. Al tener esto claro, podemos levantar la frente con más orgullo todavía, y seguir luchando por lo que hace falta cambiar.

Este texto fue publicado en la Guía del Orgullo 2017.

 

 


Ilustraciones por Guillermo Fournier.

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