En esta Mujer Emprendedora, un espacio audiovisual mensual, recorremos la carrera de Lalay Flórez-Estrada, dueña del restaurante Arbol de Seda y activista por los derechos LGTBI.

Valiente. Oportunista. Delincuente. Tortillera. Luchadora. Vieja necia.

Con estos y muchos más adjetivos se le ha llamado a Lalay desde su repentino salto a la fama por el ya conocido acto de desobediencia civil de casarse con su pareja, Jaz. No hace falta ahondar en la historia, pues nuestra intención es otra. A raíz de la nueva popularidad de nuestra primera Mujer Emprendedora, no sabíamos cómo encarar nuestro documental. Al final, decidimos hacerlo así: que Lalay hablara desde su pasión, de lo que hace todos los días, de su negocio y su profesión.

Nosotras conocimos a Lalay (y a Jaz, aunque esta historia no es sobre ella) hace unos meses. Nos habían contado de su esfuerzo por salir adelante con el restaurante, Árbol de Seda, a pesar de mil trabas y contratiempos que sufrió. Pero ella resistió; con su perseverancia y ayuda de seres humanos llenos de amor, el Árbol sigue en pie.

En la entrevista original, nos contó sobre su matrimonio por un feliz error del Registro Civil cuando aún éramos pocas las afortunadas personas que conocíamos su historia de amor. De un pronto a otro el país entero, BuzzFeed, Telegraph, el Huffington Post y otros medios internacionales hablaban de la pareja de mujeres que logró casarse en nuestro pequeño y conservador rincón del mundo.

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Aunque siempre le gustó la cocina, para Lalay  también fue cuestión de supervivencia porque su mamá no pasaba de un cereal o un pan con mantequilla. Empezó a experimentar en casa de sus abuelos; le parecía fabuloso mezclar cosas y picar. Por eso, supo que quería ir a la UCR y estudiar algo relacionado a sus intereses. Sin embargo, al no haber nada parecido a lo que deseaba, entró a Tecnología de Alimentos.  Esto le resultó pavorosamente aburrido, y así terminó caminando de facultad en facultad y de casa en casa vendiendo sus creaciones gastronómicas.

Dejó la U, siguió vendiendo y se metió a estudiar Artes Culinarias. Era vendedora en la mañana, estudiante en la tarde y llegaba en la noche a preparar lo del día siguiente. A las 3:00 a.m prendía el horno para hacer empanadas y alfajores. Así siguió hasta que se graduó y se fue a España a perfeccionarse y especializarse en postres y salsas. Allá tuvo su primera experiencia en cocinas profesionales.  No obstante, le tocó volver a Costa Rica y a la rutina: vender repostería y hacer caterings. Además –como si no estuviera con suficientes cosas– se metió a estudiar Filosofía.

Tener un restaurante no era un plan cercano, pero todo cambió cuando la vieron con su gabacha antes de  hacer yoga.
–Usted es estudiante de cocina.
–No, yo soy chef.
–Ah, ¿no le gustaría abrir un restaurante aquí?
–Bueno.

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Esas cosas de la vida que no le pasan a casi nadie. Esa conversación se dio un 14 de agosto y el 3 de septiembre abrió. Sin planificación, sin publicidad. Con 4 mesas, 10 sillas y 7 comensales. SIETE. No podía con la emoción. Lalay era la única empleada: lavando, cocinando, atendiendo, administrando. –Soyla al cubo–, bromea.

Ahí fue creciendo. Ahora son 16 mesas, 55 sillas y 3 personas más ella. Se pasaron de local y  empezaron otra serie de problemas. En un principio, en esa vieja casa de Barrio Escalante había otro restaurante, el cual lo cerraron y se dedicaron al hacer caterings. Le alquilaron las mesas, sillas, la utilería y compartían la cocina. Hasta que un día de diciembre le avisaron que en enero se iban, y dejaban a Lalay cubrir el 100% del alquiler, los recibos e inmobiliario. “Diay sí, me rindo. No puedo más, ya se acabó el Árbol. Acabo en diciembre. Se acabó, ya me rindo, no puedo más.”

Un amigo, al verla frustrada y agüevada, le dijo que hiciera una campaña y le pidiera a la gente que que salvaran al Árbol a cambio de un descuento por su donación. Aceptó, a pesar de haber sido criada con la idea de dar siempre la imagen de éxito. Pero de un pronto a otro un día, en plena hora del almuerzo, le informaron que ya se iban y se llevaban todo.

La bondad de la gente comenzó a salir: restauranteros, amigos, clientes corrieron a ayudarle. Daniel, el dueño del Café de los Deseos le llevó 20 mesas y gente para que le ayudara.  Camaradería en otro nivel: por su clientela que no podía no seguir.  Si tanta gente estaba dando tanto por ella, no podía dejar de hacer algo que claramente estaba haciendo bien.

“Algo bien tengo que estar haciendo. O sea, a la gente realmente le gusta mi proyecto ¿cómo voy a renunciar en este momento?” Entonces siguió. Se dio cuenta que este era su sueño y era lo que realmente le gusta hacer. Además de estar rodeada de buenas personas, su trabajo se define por su perseverancia, pasión y disciplina.

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Aunque ya pasaron el umbral de supervivencia de los restaurantes, pues el Árbol lleva casi tres años, le cuesta delegar. Obviamente quiere que el proyecto funcione sin estar pendiente de cada detalle.  Sin embargo, es cabezona y no deja que nadie se haga cargo. El día que la entrevistamos, por ejemplo, venía tarde por acompañar a Jaz al Registro. Estaba desesperada: “¡Fue una congoja, mi bebé está solo!”

En su opinión lo peor es cuando la gente tiene hambre, es cuando salen todos los peores instintos animales e intuitivos. La gente está de mal humor, maltrata. Pero del Árbol salen felices, satisfechos por un buen servicio y una comida deliciosa. “En el momento en que un cliente sale satisfecho, ese es como un plus en mi vida. Cuando la gente dice que la comida está buenísima, yo creo que eso hace que todo valga la pena.”

Ella no siente mayor amor que cuando le cocinan; le encanta. Además, le encanta cocinar para personas que quiere. Es su forma de dar y recibir cariño, aprecio y de mostrar preocupación. Dice que por eso existe la comfort food.  “Es comida que te da confort, es comida que te hace sentir bien. Que es rica en un día de lluvia, que es rica cuando has tenido un día pesado. Es rico comer bien”.

En fin…

Lalay es más que lo que se dice de ella en los medios y en las redes sociales, ella –antes y después de su celebridad– es chef, administradora, esposa, jefa, hermana, empresaria, y mucho más.

 

PD: Si quieren saber algo de su relación de pareja acá va: Del desayuno se encarga Jaz. De la cena, esto depende de quién esté menos cansada.

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