El avatar, o el conjunto entre el videojuego y el jugador, crean una persona única en un mundo virtual, donde los comandos de la persona y las respuestas del juego se viven como una sola aventura.

Me siento frente al televisor, tengo mi consola conectada, el juego está dentro y el control en mi mano. Estoy concentrado en lo que pasa en la pantalla y entonces una pregunta me distrae: “¿Y cual de todos esos sos vos?” La pregunta viene de mi padre, que mira el videojuego en la pantalla con escepticismo, y en realidad me confunde, ¿que no es obvio?

Tal vez para nosotros como jugadores lo sea, pero para un “no gamer” hay una multitud de movimientos y acciones entre el jugador y la pantalla que no siempre son tan obvios. En un juego físico, como el ajedrez, las interacciones entre el juego y el jugador son muy obvias; el jugador toma la pieza con su mano y la mueve. Cualquiera que lo vea debería poder entender cómo el juego sucede, aún si no entiende las reglas. Pero al comenzar ese primer nivel de Super Mario Bros., no estamos tomando a Mario directamente en nuestras manos y moviéndolo a través de su reino hasta llegar al final del nivel; todo lo hacemos a través de un control, no podemos ”hacer” nada en el juego por nosotros mismos. ¿O si?

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Ciertamente no es lo mismo jugar con Mario en la pantalla que tomar un muñeco y hacerlo “saltar” sobre un hueco (aunque en realidad sería más como tirar al muñeco). Para jugar, necesito darle comandos a Mario, y que él los haga en la pantalla, es decir, yo no puedo hacer nada en el mundo de Mario sin que Mario lo haga por mi; en cierto modo yo no “soy” nadie en la pantalla. Y sin embargo, cuando Mario caiga en ese agujero en el suelo, pierda su última vida y aparezca la pantalla de “Game Over”, yo seguramente diré: “Perdí” como si fuera yo el que va a perder su reino, su no-novia, y su vida, a manos de un Dragón-Tortuga megalómano.

Es decir, Mario no es un títere, no es él sino yo.  Hay algo en él que me hace identificarme, que me hace decir que “ese soy yo” y del mismo modo “yo gané”, “yo perdí”, “me caí”, etc. Posiblemente esto se deba a que, como resulta obvio para el que toca el control, Mario es el único que responde cuando tocamos el control; él es el que camina, corre, y salta cuando se lo indicamos. Mario es nuestro cuerpo virtual, nuestro puente hacia su mundo digital, nuestro avatar de juego. Pero lo interesante aquí es que los jugadores en general no vemos a nuestros avatares como “ellos” sino como “yo” (depende del juego, pero por ahora tomémoslo como regla general). Al tener control directo sobre un personaje, el jugador de pronto se vuelve un ser en un mundo virtual, con un cuerpo artificial, prestado, pero que es su único medio para explorar ese mundo virtual.

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Sin Mario, el jugador no puede saltar, correr, o triunfar en el mundo virtual, simplemente porque no puede interactuar con ese mundo como lo haría con el tablero de ajedrez. Necesita de un embajador virtual. Del mismo modo, Mario no puede salvar el día solo. Claro, Mario sabe saltar, correr, y comerse estrellas para volverse un invencible plomero tecnicolor, pero no puede hacer ninguna de esas cosas sin las instrucciones, los reflejos, y la inteligencia de su jugador. Esta peculiar fusión entre el jugador y el personaje al momento de jugar, ese avatar de juego que se crea momentáneamente, es una de las cualidades únicas y más importantes de los videojuegos.

No es Mario el que camina siempre hacia la derecha, ni soy yo, sentado en mi sillón, el que baja la bandera al final del nivel y entra al castillo. Es la fusión de ambos, la experiencia del juego, que nos permite jugar el juego, cambiar el mundo, y, según el caso, salvar a la princesa.

Ser alguien más por un momento, investirse de sus poderes, conocer su historia, celebrar sus victorias y sufrir sus derrotas, es una experiencia que los videojuegos ofrecen de una manera totalmente única. A través del control conocemos mundos, personajes e historias, y no sólo las vemos pasar, como lo haríamos en una película o en un libro, sino que las vivimos, hacemos que pasen. Es por eso que nos importa tanto ganar.  Somos nosotros los que vamos a vencer a Bowser y fuimos nosotros los que atravesamos el castillo, la casa embrujada, el volcán y las sierras voladoras en el cielo.  No es sólo porque Mario nos parezca simpático y queremos que gane (aunque nadie le quita lo carismático a la cara de Nintendo).

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Si de verdad fuera necesario responder a la pregunta que hacía mi padre, podría decirle nada más: “Yo soy el que explora el mundo virtual, el que piensa fuera de la pantalla y actúa dentro de ella”. O solo le diría “El rojo que brinca”, eso es más fácil.

 

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