Como bien enmarca el escritor al inicio de su nuevo libro 666: Todos tenemos una serie de infiernos persona­lizados, hechos a la medida por un diablo pre­ciso, pérfido y considerablemente perverso, que nos conoce desde pequeños y por eso sabe mejor que nadie cómo atormentarnos y hacer­nos sufrir, como Dios manda, el castigo eter­no”.

Este es el inicio de la recopilación de los infiernos de Diego van der Laat, una glosa de aborrecimientos convertidos en escenarios en los que el Diablo, más que una figura del mal que te atormenta, es un vendedor sádico o un compañero del cole que sabe darte donde más te duele.

Leyendo inevitablemente a Jung para este análisis (que comparte la misma neura) me encontré con estas reflexiones: “Hasta qué punto dotaba Dios al mundo natural con Su bondad, me resultaba oscuro o sumamente dudoso. Esto constituía, por lo visto, otro de aquellos puntos sobre los que no se debía pensar, sino que se tenía que creer. Si Dios era el “Bien supremo” ¿Por qué su mundo, su creación es tan imperfecta, tan corrompida, tan deplorable?” Por lo visto, porque el diablo lo contamina y lo confunde, pensaba Jung.Los Menores 666

Fue entonces cuando su madre le regaló el Fausto de Goethe, y entonces Jung se sintió por primera vez acuerpado. Por fin había hallado la confirmación de que uno o varios hombres vieron el mal y su enorme poder para transformar el mundo y más todavía, el papel misterioso que desempeña en salvar a los hombres de la oscuridad y la desgracia. En este sentido Goethe le pareció un profeta. Basta con el ejercicio de imaginar «lo peor» para liberar a los fantasmas de todo aquello encarcelado en el sótano de la represión colectiva.

Antes que «palabras» la literatura es la conquista de un estado y eso lo supieron muy bien los grandes colonizadores del miedo a través de sus cuentos. Pero estos infiernos de van der Laat tienen algo que va más allá del horror, podríamos decir que son focalizaciones de aquello que consideramos inadmisible, repugnante, insoportable. No es el miedo su emoción más afín, sino el asco, la intolerancia, y su reverso, el humor.Diego van del Laat

La otra cara de la moneda es la risa, la liberación de ese absurdo que pueden ser tantas escenas cotidianas que vivimos y detestamos y se vuelven una pesadilla hecha a la medida de nuestros rechazos: una clase de karate, una bajada del cerro Chirripó, una fiesta de padres en el cole, todas escenografías en las que el protagonista no desea “ser protagonista”, desea salir corriendo, escapar por la tangente apenas le sea posible porque detesta el rol que  le han asignado, pero no le queda otra que ser un observador de su incomprensión. Y eso es lo que describe: su incapacidad de adaptarse a la trivialidad que lo rodea, a esa sociedad-infierno que se regodea en su propio absurdo, en su burocracia, en sus rituales, en sus obligaciones.

A fin de cuentas todo terror bien comprendido finalmente es sátira. Por cada película de terror hay una que es parodia. Incluso la figura arquetípica del Diablo en el Tarot es un personaje bizco que, de tanto mirarse, ha aprendido a reírse de sí mismo. Y este protagonista (que tanto se parece al Diego de la vida real) es un consciente insecto atrapado en una telaraña, uno que sabe que no importa cuán duro mueva sus alas de ahí no se sale. Entonces no le queda más que “enunciar” lo que ve en ese presente continuo para deslegitimarlo, para ridiculizar la pesadilla.

Como testigo privilegiada que he sido de los procesos creativos del autor, creo que en este pequeño volumen confluye lo mejor de sus dos libros anteriores: el talento para articular estructuras narrativas que acampan en las peores situaciones de Reparticiones y que ahora se combinan con ese narrador absorto de Veintidós capaz de describir con mordacidad quirúrgica el incoherente entorno del que forma parte.SEISSEISSEIS

En una entrevista realizada a Juan Villoro, el autor menciona a esos escritores que desarticulan la solemnidad literaria a través del humor, y hablaba de ejercer una “alegría rebelde” y yo creo que Diego pertenece a esta especie. A estos autores que señalan con altísima capacidad crítica el disparatado andamiaje social.

El crítico Edmund Wilson llegó a calificar la necesidad de cuentos de horror como “horror homeopático”. Según su punto de vista las inyecciones de horror imaginario nos tranquilizan con la ilusión pasajera de que las fuerzas del crimen y la locura puede ser domadas. Y así opera también el humor de van der Laat que no solo se burla de todo de manera soberbia, sino que también se entrega resignado a sus infiernos como un pasajero en tránsito que se deja chequear, revisar, husmear por los organismos de control que elucubran lo que mejor les viene en gana pues tienen y tendrán siempre “el poder”. Por eso ahí va el narrador montado en su resignación  sobre un burro que lo lleva a la condena infinita, por eso nada una y otra vez en reversa en un piscina, por eso carga lo que sea necesario, porque esa es la moraleja irónica que nos deja el último cuento: no gana la pelea el que pega más fuerte sino el que resiste y resiste y resiste los golpes.

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