Jimena y Angélica salen del camino más turístico del Lago Atitlán para convivir con una hermosa familia guatemalteca que trabaja por superarse en comunidad.

Llegamos a San Juan. Desde el muelle abundaban los rótulos de distintas asociaciones en el pueblo.  Aunque eso nos pareció un lindo indicio de organización, también nos hizo pensar que encontrar Ixoq Aj’keem no sería tan fácil como lo esperábamos. Después de varias direcciones muchas veces contradictorias entre sí, dimos con la Asociación: nos recibieron unas cuantas mujeres alrededor de una mesa comiendo.  Explicamos lo que habíamos visto en CouchSurfing y nos ofrecimos como voluntarias por unos días.  Las miradas entre ellas nos dieron una idea de que no éramos tan bien recibidas como esperábamos.

La presidenta de la asociación nos explicó que sí recibían voluntarios pero que hace poco hubo algunos que llegaron y se fueron en la madrugada sin decir nada ni despedirse. Lamentamos los pocos modales de quienes nos antecedieron y explicamos que no teníamos problemas en irnos si así lo deseaban.  Pero para ese entonces, ya varias estaban hablando por teléfono.  De nuevo, la presidente nos tradujo del Tz’utujil que estaban viendo si podíamos quedarnos con la familia de alguna.

Nosotras esperábamos pacientemente, sin saber bien qué hacer ni qué decir. Tras una buena media hora de incertidumbre, nos anunciaron que nos quedaríamos en casa de Doña Elena y que su hija venía a recogernos.

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Juana Inés llegó a los 5 minutos de la mano de su hermano Ian; ella de 12 años y él de 7. Los seguimos sin saber si tendríamos que pagar ni nada más que nos habían abierto su casa.  La única petición que ellos tenían era que laváramos los platos.

Cuando llegamos, vimos que la pila de platos era enorme. Juana nos ayudó a lavarlos al ritmo de la música que una de sus hermanas mayores escogió para limpiar la cocina. Nos contaron que en su casa recibían constantemente gente.  Luego de hablarnos de su escuela, e Ian hizo de guía turístico para ir a comprar algo de comer, con la condición de que fuéramos al muelle después.

Compramos queso crema y  pan y fuimos al muelle, donde los niños que se estaban bañando llegaron a hablar con Ian. El pan que habíamos pensado para el café desapareció rápidamente entre las manos de niñxs llenos de preguntas.

Volvimos a la casa en la noche mientras Lisbeth, la segunda de las hijas, hacía el café.  Su padre volvió al rato con una alemana que había conocido de camino y a quien también ofrecieron la casa para la noche.

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La cena fue para conversar.  Los tamalitos eran el centro de la comida, y de acompañamiento había un huevo frito y salsa de tomate. Ni Doña Elena ni Leyla, la hija mayor, estaban.  La primera estaba en clases, sacando el colegio, y la segunda estaba haciendo el turno de su mamá en el restaurante de la asociación para que aquella pudiera estudiar.

Don Daniel, el esposo, también es el maestro del  colegio vocacional al que asisten puras chicas, y donde pueden sacar un técnico en secretariado bilingüe.  Esta es razón por la cual el maestro tiene una cuenta de CouchSurfing: así el voluntariado de otros países puede compartir un poco de inglés con las estudiantes. Apoyado por el gobierno sueco, el proyecto planea construir una segunda parte con ecoladrillos y hacer intercambio con los estudiantes europeos. Esta parte todavía no ha iniciado.

Quedamos en ayudar en el colegio al día siguiente y en teoría todo mundo debía entrar a la escuela a las 7.  Sin embargo, desde las 6 que estamos despiertas y hasta casi las 7, nadie en la casa se mueve. Don Daniel se levanta de primero y trae leña para la cocina para hacer el café.  Nos dice que los horarios no están bien definidos aún, así que nos quedamos ayudando a Doña Elena a hacer las refacciones (las meriendas que ella vende durante el recreo a las estudiantes del colegio).

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Le ayudamos a preparar las tostaditas con todo lo que llevan: el aguacate, la pasta, los frijoles, el queso y la ensalada (todo esto cuesta apenas 2 quetzales).  También llevaba pancakes y vasitos de atol, a 1 quetzal cada uno. La acompañamos a vender y de aquí viene la razón de tantos platos para lavar después de almuerzo.

Después de las refacciones, ella prepara el almuerzo, y luego, dependiendo del día, se queda haciendo sus tejidos o le toca la tarde en la asociación.  Va a clases todas las noches, y si tienen reservaciones en el restaurante de Ixoq, entonces puede que llegue entre 11 y 12 de la noche.

La asociación Ixoq Aj’keem (pueden encontrarla en Facebook también) significa Mujer Tejedora y reúne a 20 mujeres con ese oficio .  Todas utilizan tintes orgánicos e hilos reciclados, y dan demostraciones en San Juan La Laguna, donde también se encuentra su propia tienda.  Además, tienen un comedor comunitario donde venden comidas típicas de la región.

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En San Juan La Laguna abundan asociaciones de mujeres, la mayoría de tejedoras. Sin embargo, en la familia que estamos nos dicen que las rivalidades, las competencias y otras cosas hacen que no haya mucha sororidad. Vemos lo talentosas que son estas mujeres y entendemos de primera mano su espíritu de lucha , y la fuerza que les da el asociarse. Lo compruebo  un día que Don Daniel nos cuenta cómo él siempre le decía a Doña Elena que sacara el colegio, pero ella solo se animó después de entrar al grupo.

Y me pregunto cómo sería la vida de haber una organización más grande que agrupe a todas las mujeres de todo el lago. Tal vez todo sería distinto si todas las mujeres de la zona se dieran cuenta que pueden repartirse las artesanías de manera que los turistas vean mercadería distinta en cada pueblo por el que pasan. Evidentemente no soy economista, pero la sobreoferta hace que se vuelva muy barato y haya mucho producto para la cantidad de gente.

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Además, encontrar una cosa diferente ya sería un cambio enorme y por eso habría mayores razones para visitar cada pequeño pueblo.  Después de un rato, se confunden los nombres, las calles y las artesanías a tal punto que escuchás nombrar únicamente el punto más grande y el que se ha vuelto el retiro espiritual de turistas del mundo. Los demás pueblos siguen esperando a que lleguen las lanchas.

Ese primer día después de ayudar con las refacciones y hacer el almuerzo, vamos también a una asociación de mujeres que trabaja con medicina natural. Buscábamos algo para el pie de Angélica, pues llevaba varios días renqueando después de haberse metido una varilla.

Hicimos de todo: nos dieron  una charla sobre las maravillas de todas las plantas que tienen y luego, en Ixoq Aj’keem, una demostración del tejido. Ahí  les ayudamos a recuperar unas cuentas de redes sociales de las cuales habían perdido las claves. La tarde se pasa en lavar trastes y volver a las orillas del lago con el pequeño Ian. En la noche hicimos unas hamburguesas vegetarianas para compartir con la familia, las cuales pueden ser difíciles de hacer cuando no se tienen las facilidades citadinas.

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En la mañana del tercer día, la chica alemana y a mí nos llevan al colegio para compartir mientras Angélica se queda ayudando a Doña Elena con los asuntos mañaneros. Las clases conversacionales de inglés se pasan entre el maestro que se va y las chicas que tienen miedo a decir cualquier oración posible. Eso del secretariado bilingüe creo que queda grande. Los niveles no varían entre las del primer, el segundo o el tercer grado.

La única excepción es una chica que habla, estoy segura, mejor que los profesores y es la única que se muestra feliz de hablar en inglés con las extranjeras que llegan. Ella tiene un patrocinador en Kentucky, por lo que tiene la suerte de ir cada año a Estados Unidos. Su ropa, sus lentes, sus referencias dejan saber que ella ha tenido una realidad muy distinta a la de sus compañeras.  Me pregunto qué diferencia hará eso en unos años.

Pasamos el día en esas, con el maestro dejándonos a solas con sus estudiantes mientras él se iba, tratando de hablar en inglés y viendo el inmenso potencial de las chicas. Con el corazón un poco roto, pero pensando que en algo habremos ayudado, decidimos irnos.

Almorzamos con la familia y, por insistencia de Ian, terminamos jugando una partida de Drecksau, el juego de mesa de chanchos que yo ando jalando, donde una partida con la familia entera terminaron siendo 4 ó 5 más porque cada persona quería ganar.

Entre risas, competencia y sonrisas nos fuimos, deseando volver, deseando que nos visiten, deseando que esas niñas encuentren el mundo pequeño de tanto recorrido, y que ese Ian cambie su modo de pensar de que «los hombres no lavan platos» para que más bien ese niño hermoso que es ahora sea uno de esos hombres con una masculinidad diferente, de esos con los que nos gusta rodearnos. Tantos deseos y tantas incertidumbres, por ahora, más del lago por recorrer.

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