Antes del 2 de octubre nunca había ingresado a un centro penitenciario. Un tío estuvo en San Sebastián varios años por manejar borracho y atropellar a un niño. Recuerdo que mi mamá lo visitó varias veces. Recuerdo que él tenía miedo.

La Reforma es la cárcel más conocida del país. Está en San Rafael de Alajuela, a un lado de la carretera y cerca de un proyecto de vivienda grande, con un muro alto. Desde afuera se pueden ver las torres de vigilancia y en el puesto de entrada le verifican a uno el nombre, el número de cédula y el teléfono que trae.

Para ser justa, la Unidad de Atención Integral Reinaldo Villalobos Zúñiga no se siente como estar en la cárcel. Por lo menos no en una cárcel tica, de las que salen en las noticias, las que tienen rejas, gente durmiendo en el piso y oscuridad. Esta Unidad es un lugar ventoso, gris y limpio, con flores amarillas plantadas a la entrada.

Antes de su inauguración en mayo de 2017, el hacinamiento del sistema penitenciario alcanzaba el 45%, unas 4.000 personas más de las que caben. Esas son las cárceles que conocemos: las sucias, las peligrosas, las que tienen a los presos violentos. De las que salen personas con más problemas de los que tenían cuando entraron.

Por eso el sentimiento en “La Reinaldo” es extraño. Es la primera cárcel que se construye en el país desde el 99. Tiene una cancha de fútbol, talleres, salones de clase, suficientes camas y 704 reclusos caminando con libertad.

“Somos un país democrático, pero yo creo que a medias”

Las personas presas han podido votar ininterrumpidamente en Costa Rica desde 1999, pero la mayoría no lo ha hecho. Ni quiere.

En las últimas elecciones presidenciales, 8713 personas votaban en centros penitenciarios. En primera ronda el abstencionismo fue de un 67%. Quienes sí votaron escogieron mayormente al Partido Liberación Nacional (896), al Frente Amplio (777) y al Movimiento Libertario (451). En las municipales de 2016 había 9788 votantes, 1075 más. El abstencionismo subió a 82%.

“La mayoría de la población penitenciaria no cree en los políticos”, me dice Romel. “Nos endulzan y al final terminan mintiendo”, explica Carlos.

Mucha gente entra a la cárcel estrenando cédula. A los 18 o 19 años no han votado una sola vez, pero ya tienen residencia fija para 2, 5, 10 o más años. Es una población muy difícil de alcanzar. No tienen ni vestigios de una tradición perica o mariachi. Nadie se ha ganado su voto, ¿por qué le van a hacer el favor a un político mentiroso más?

“La mayoría de muchachos jóvenes no conocen este sistema [el penitenciario], ¿qué van a estar sabiendo de política?”, opina Manuel.

Toda persona privada de libertad tiene derecho a la información, hasta puede tener un radio propio. Pero en las cárceles no eligen su voto por las mismas encuestas o debates académicos. De la campaña se han enterado por los televisores en el comedor, los periódicos y principalmente por lo que les cuenta la familia cuando llega a visitarlos.

“Nosotros hacemos encuestas a lo interno” me aseguran. “Acá gana Desanti” agrega Carlos sin dudar. La respuesta no me sorprende, al fin y al cabo Antonio Álvarez Desanti se ha mantenido líder en las encuestas. Además, una de las primeras cosas que me dijo Carlos fue que “gracias a Liberación tenemos democracia”.

Cuando me preguntan mi pronóstico no maquillo la mala noticia: “Yo creo que Juan Diego Castro va a ganar”.

Los engañados

A las 6:00 de la tarde el gimnasio de La Reinaldo resuena con salsa fiestera, la misma que ponen en los quince años mientras la gente espera a la cumpleañera y come maní y botonetas. En un pabellón diagonal hay un grupo de hombres que no le quitan los ojos de encima a las visitas. Están expectantes, alejados por una línea invisible pero tangible.

En Costa Rica, cuando una persona es condenada a prisión se le castiga con la restricción de su libertad de tránsito. Si dentro de la cárcel presenta una conducta violenta, que amenaza a otras personas, la restricción se convierte en aislamiento. Los demás derechos no se pierden, porque no se deja de ser persona.

Carlos, Romel, Mario, Manuel y Luis acaban de sentarse en la primera fila de sillas cuando les pregunto si puedo hablar con ellos. Todos son señores, aparentan entre 30 y muchos y 60 y pocos, están bien vestidos y peinados. Son amables, se turnan para responderme y prestarle atención a todo el movimiento de cámaras y luces alrededor.

“Nosotros nos lo ganamos, nos hicieron un estudio. La oportunidad se la han dado a todos”  dice Mario. Es cierto. Para ganarse la estadía en la Unidad de Atención Integral había requisitos: una condena de 3 a 15 años, un historial de buena conducta y una red de apoyo, alguien que lo espere a uno afuera. Cada hombre sentado en el gimnasio firmó un contrato y si lo rompe pierde la oportunidad, vuelve a donde estaba.

Pero nadie quiere eso. Desde todas las perspectivas posibles ellos son los presos con las mejores condiciones del país. En parte por eso es posible que estemos hablando, que se esté realizando este debate inédito.

Todos los habitantes permanentes de La Reinaldo tienen un horario específico y personalizado, que da poco tiempo a la vagabundería, pero promueve el ocio y que compartan entre sí. Estudian, aprenden y se preparan para poder reintegrarse después de cumplir su sentencia. Para tener un negocio propio. Para no volver a este sistema.

En convenio con el Instituto Nacional de Aprendizaje se abrieron técnicos en inglés, electricidad, soldadura, cocina, programación, diseño gráfico, inglés y otras tantas cosas. Además, todos pueden concluir sus estudios primarios o secundarios.

“Lo que está sucediendo hoy yo lo comparo con cuando la mujer no tenía derechos. Es la primera vez que tenemos derechos”, opina Manuel Fallas.

¿Cómo se hace algo que nunca se ha hecho?

A las 7:00pm, cuando las cámaras de Canal 13 comenzaron a transmitir y Giselle Boza saludó a todo el pueblo costarricense, un sector del público suspiró aliviado. Estaba pasando, se había logrado y hasta con más de la mitad de los candidatos.

El proceso que finalizó con el debate inédito fue de meses. La familiaridad se nota. Entre estudiantes, profesores y los muchachos de La Reinaldo hay conversaciones y risas.

Organizada por el Centro de Estudios Políticos de la Universidad de Costa Rica (CIEP) la consulta fue diálogo. Participaron personas de 6 centros: La Reforma, Liberia, Limón, el Centro Especializado Ofelia Vincenzi, la UAI Reinaldo Villalobos Zúñiga y la Vilma Curling, la única cárcel exclusiva de mujeres.

Se pusieron afiches y las personas interesadas se apuntaron. Había tres temas para hablar: ciudadanía, participación y democracia. Acomodadas en parejas, las personas privadas de libertad formularon más de 200 preguntas. Los temas estrella: reinserción, continuidad de la Ministra Cecilia Sánchez y hacinamiento.

El escenario, por primera vez, estaría de su lado. ¿Cuántos candidatos se animarían a ir?

“Lo más importante de hoy no fue lo que se dijo en el debate, las promesas, fue lo que pasó hoy y lo que pasó antes. Que les pregunten lo que piensan, que la gente vea el gimnasio de la cárcel y escuche sus opiniones” Vanessa Beltrán, CIEP.

Mamá Galleta

Hace unos meses que Cecilia Sánchez, Ministra de Justicia y Paz, se ganó el apodo más cariñoso que existe en la cárcel. Contra la crítica de un chineo excesivo, ordenó que todas las tardes se le dé a los habitantes de La Reinaldo un galleta y una taza de agua dulce.

Con esa decisión Sánchez amplió el cariño, respeto y apoyo los tiene desde que comenzó a ejecutar la nueva política carcelaria. No ha sido de gratis. En la cárcel la aplauden, pero fuera la critican, culpan e incluso amenazan de muerte.

“Doña Cecilia ha metido la mano al fuego por nosotros” dice Mario. “Doña Cecilia vale oro” confirma Carlos en el fondo.

Cualquier candidato que prometa dejar a Mamá Galleta en su puesto tiene posibilidades con la mayoría de los habitantes de las cárceles del país. “No solo son los privados de libertad, ¡son nuestras familias!”, explica Luis.

“Necesitamos un candidato que humanice las cárceles”

En la mesa hay 7 candidatos sentados. Sólo dos pertenecen a partidos que pueden llevar un presidente al poder. Además hay grandes ausencias, enormes si recordamos dónde estamos, quién está escuchando.

“Si yo viera a Juan Diego Castro le diría que no fuera canalla o cobarde. Que dé la cara”, dice Luis. Pero Castro no está. Tampoco están Rodolfo Piza ni Otto Guevara. Ninguno de los candidatos de “mano dura”.

El discurso en una cárcel cambia, se vuelve condescendiente o no aparece. Por eso no están Guevara, Castro o Piza. El campo no es seguro para hablar de penas más altas, castigos más severos y de mandar a los delincuentes adonde pertenecen. Y si son condescendientes, ¿qué pasa con los votos de la gente asustada?

La gente a la que han asaltado, la que ha perdido familiares a causa del crimen, a la que han encañonado dentro de su propia casa. La que no entiende que la delincuencia es el resultado de la desigualdad, de la falta de oportunidades. Que las cárceles que tenemos solamente obligan a la gente a volver a robar, a vender droga. Que esa no es la solución.

Por eso cuando le digo a Carlos, Romel, Mario, Manuel y Luis que Juan Diego Castro puede ganar, se asustan. Y cuando les cuento que propone que los presos construyan las cárceles, sí entienden. “Juan Diego va a ser represivo. Como Trump en Estados Unidos”, comentan.

“Nosotros somos los últimos. Somos lo peor de la sociedad”, dice. Jopshua es un muchacho joven, delgado, tiene muchos tatuajes. Habla hasta por los codos y no le gusta lo que escucha. Admite que llegó a la cárcel porque su mamá no le podía comprar lo que él quería. Y si no robaba no estrenaba en navidad.

“Ellos hablan de los presos porque aquí hay un montón de presos, sino no se acuerdan de nosotros” comenta de las respuestas del debate. Todas giran en torno a la población penitenciaria, todas hablan de darles más oportunidades. ¿Pero por qué no se ha hecho antes?

“Son unos hipócritas”, sentencia implacable.

Los periódicos nos asfixian con noticias de homicidios. La gente desayuna con café y la foto de una persona degollada en portada. La mitad del país siente que vivimos en un contexto altamente inseguro. A gente le da miedo salir a la calle y no le importa lo que haga falta para vivir tranquila. ¿Pero y dentro de las cárceles?

Durante 10 años dejamos que el hacinamiento creciera tanto, que hay personas viviendo como en un matadero. Hay muchachos, casi niños, que no van a conocer la vida fuera del sistema penitenciario. Estamos condenando a personas a la exclusión permanente. Personas que tienen hijos, hermanos, esposas y amigos que los van a visitar cada semana, que tienen que vivir con los juicios de tener a alguien querido dentro de una cárcel.

“Los que estamos en el poder somos nosotros, que se los damos” le dijo un privado de libertad a Antonio Álvarez Desanti después del debate. Es un recordatorio de que el Estado debe velar por todas las personas. Para que todos tengan bienestar, felicidad, más de una oportunidad.

“No hay una verdadera cabeza que tenga la solución” fue lo primero que me dijo Romel. Pero está seguro de que esa solución no está en las cárceles, está en la educación. “Una educación humanista, que emule a la Ministra, con el respeto a los derechos humanos” agrega.

A las 9:00pm finaliza el debate. Los candidatos suspiran aliviados, vuelven al terreno seguro de la campaña de siempre. Las visitas regresamos a nuestra vida cotidiana, esperando haber aprendido algo. Y las personas que vinieron de otros centros dejan la burbuja de La Reinaldo y regresan al hacinamiento.

Los “privilegiados” volverán mañana a su rutina de educación, ocio y preparación para su nueva vida. Aún para ellos, la amenaza del regreso a los calabozos es real. Hay que ver si para el próximo gobierno la pena se paga, o se sufre.

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