Niñas y niños hondureños huyen hacia una tierra prometida. Al llegar, quienes ayudaron a desarmar su país los devuelven a uno de los lugares más violentos del mundo para enviar un mensaje.

Con su gabardina dorada de diseñador y un peinado ejecutado con la precisión de un misil intercontinental, la próxima Presidenta de Estados Unidos sonríe al lente por donde cientos de millones esperan escucharla. Su estilo personal, trabajado por décadas, tiene un aire imperial digno de Cersei Lannister, con un aire maternal más cercano al de doña Tere. El tema a discutir, le informó el moderador antes de enviar a comerciales, es la inmigración ilegal.

Con un movimiento de manos perfeccionado por años de entrenamiento, Hillary despliega sus mejores armas: menciona su apoyo a las políticas del gobierno Obama para que millones de inmigrantes puedan aplicar por permisos de trabajo. Dice oponerse fuertemente a las redadas migratorias que deportan personas masivamente y reitera su apoyo a una reforma migratoria que facilite un camino a la ciudadanía para millones de personas que no la tienen. Pero hay un tema en el que su postura deja de ser favorable a la inmigración.

En la última década, Estados Unidos ha visto un incremento de más del doble en la cantidad de niñas, niños y adolescentes no acompañados que llegaron a su frontera sur. Clinton cierra su puño y dirige su mirada más firme a la cámara. “Debemos enviar un mensaje a las comunidades en Centroamérica: que no envíen a sus niños en este peligroso viaje”, dice para explicar su postura de negar la entrada al país a miles de niños y niñas que huyen de la violencia en nuestra región.

Honduras es una de esas comunidades centroamericanas a las que Hillary Clinton quiere enviar un mensaje: sus niños no son bienvenidos aquí. No importa si su país, el más pobre de Latinoamérica, está consumido por la violencia.

"Aquí no".

«Aquí no».

Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, Honduras es el país con la tasa de homicidios más alta en todo el mundo. Solo en 2014, más de mil niñas, niños y adolescentes murieron de forma violenta, principalmente por armas de fuego. Y en tierra de nadie, la impunidad es ley. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos estima que más del 80% de los asesinatos en este país quedan sin resolver, sus perpetradores libres y los familiares de las víctimas sin posibilidad de tener justicia.

El Estado hondureño ha intentado contener esta violencia con fuerza militar. Soldados son encargados de tareas de seguridad ciudadana que deberían corresponder a la policía civil, y miles de niños son entrenados en “valores” por las fuerzas armadas a través del programa Guardianes de la Patria.

Estas son las mismas Fuerzas Armadas que en una madrugada de 2009 tomaron de su casa al Presidente de la República, Manuel Zelaya, para venir a dejarlo al Juan Santamaría en pijamas. El golpe de Estado fue condenado por casi todos los países de Latinoamérica, pero Estados Unidos, liderado por Hillary Clinton como Secretaria de Estado, decidió empujar por una convocatoria a elecciones en lugar de la restitución del presidente Zelaya. Esto permitiría la instalación de un gobierno afín a los intereses estadounidenses sin apoyar expresamente el golpe.

En medio de la crisis post golpe, se aprobó en Honduras la Ley General de Aguas que permitió la concesión de recursos hidroeléctricos a empresas privadas. Para el año 2010 se habían licitado 40 proyectos a empresas en su mayoría transnacionales. Activistas ambientales y defensores de los derechos territoriales de los pueblos indígenas se han opuesto a estos proyectos, generando una reacción violenta de parte del entramado político, empresarial y militar que se consolidó en el poder después del golpe.

Cientos de activistas han sido asesinados en la Honduras postgolpe. El caso de Berta Cáceres, una de las defensoras de derechos humanos más conocidas en todo el país, es quizás el más emblemático. Un ex soldado hondureño confesó públicamente que un equipo especial del ejército hondureño, entrenado por las US Special Forces, fue el encargado de matarla. “Estoy 100% que Berta Cáceres fue asesinada por el Ejército”, dijo a The Guardian.

Esta es la fuerza que cuida a los ciudadanos hondureños.

Esta es la fuerza que cuida a los ciudadanos hondureños.

Antes de su asesinato, Cáceres señaló la responsabilidad estadounidense en la situación hondureña. “Venimos arrastrando un golpe de Estado que no pudimos echarlo para atrás. No pudimos revertirlo. Siguieron y siguieron los golpistas. Y después, con las elecciones, como bien lo dice la misma Hillary Clinton en su libro, donde prácticamente está diciendo lo que va a pasar en Honduras. Y eso demuestra una mala injerencia norteamericana en nuestro país”, dijo en una entrevista un año antes de su muerte. Luego de su asesinato, la referencia al papel de Clinton en las gestiones diplomáticas relacionadas con el golpe de Estado ha sido eliminada de las nuevas ediciones de su libro Hard Choices.

La influencia estadounidense en las Fuerzas Armadas hondureñas no es nueva ni secreta. Desde 1954, un acuerdo de asistencia militar entre ambos países garantiza la presencia de soldados norteamericanos en el país centroamericano. Una gran parte de la ayuda internacional que EEUU otorga Honduras se invierte en equipo y entrenamiento militar, y 40 millones de dólares de la “Iniciativa de Seguridad Regional para Centroamérica” fueron asignados a Honduras para equipar su ejército para el combate contra el narcotráfico.

La violencia política no ha sido la única consecuencia del golpe de Estado. Grupos criminales aprovecharon la crisis de autoridad para consolidar su control sobre las rutas por las que toneladas de droga pasan todos los días en su camino a Estados Unidos. Pero la corrupción provoca que en Honduras la línea entre crimen, negocio y gobierno sea muy difusa.

Cables de la embajada americana en Tegucigalpa, desclasificados por WikiLeaks, han evidenciado reuniones de personal de la embajada con Miguel Facussé, empresario de biocombustibles a quien los mismos cables vinculan con el tráfico de cocaína y con la represión de campesinos y activistas en el Bajo Aguán, zona donde Berta Cáceres luchó hasta su muerte contra las transnacionales hidroeléctricas. A pesar de conocer sus vínculos con el narco, la embajada se reunió con él diez semanas después del golpe de Estado, como si se tratara de cualquier empresario.

El país más peligroso del mundo. Desconfianza absoluta en las autoridades estatales. Riesgo de muerte ante cualquier intento de activismo. Colusión entre los encargados de la seguridad y el crimen organizado. Huir de Honduras no es un asunto de voluntad sino de necesidad. En 2014, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) reportó un incremento de más de 1100% en el número de solicitantes de asilo provenientes de Honduras. Pero para las personas sin recursos económicos solo hay un posible destino al cual aspirar.

No es una simple muralla.

No es una simple muralla.

Huir hacia Estados Unidos no es menos que un acto de desesperación. La frontera entre Estados Unidos y México es la zona fronteriza más peligrosa del continente y la tercera del mundo. El viaje para llegar ahí es no menos que aterrador. Muchos inmigrantes quedan en el camino, asesinados por bandas criminales, muertos o lesionados por caídas de La Bestia -el tren de carga que transporta hasta 500.000 inmigrantes a través de México cada año-, reclutados por el crimen organizado o hasta secuestrados para ser explotados sexualmente.

En muchos casos, son niños y niñas sin compañía, o que viajan con otros familiares menores de edad, quienes atraviesan ese infierno para llegar a la frontera y ser recibidos por el mensaje que Hillary Clinton y las autoridades gringas quieren enviar a Centroamérica: no son bienvenidos.

No importa si son niños que no han podido tener una verdadera infancia. No importa si Estados Unidos es cómplice de la violencia generalizada en la región. No importa si permitieron un golpe de Estado que desgarró el delicado tejido social de un país de por sí extremadamente vulnerable. No importa si sus diplomáticos se codean con los narcotraficantes que matan indiscriminadamente. No importa qué tan embarrados estén en las causas que los obligaron a huir de sus casas. Lo que espera a estas niñas y niños al llegar es ser arrojados a centros de detención mientras los adultos arreglan su regreso al infierno del que intentaban escapar.

Esto no es una reja, es ideología.

Esto no es una reja, es ideología.

Al terminar de dar su respuesta, el público aplaude, miles de estadounidenses de ascendencia latina tuitean #ImWithHer y Hillary ríe. Meses después, se convierte oficialmente en la candidata del partido Demócrata a la presidencia y el verdadero mensaje que llega a Centroamérica es que quien viva en la Casa Blanca a partir del próximo año será, en el mejor de los casos, alguien que se niega a brindar ayuda a los más vulnerables en una región que ella misma ayudó a desestabilizar. En el peor de los casos, será alguien que quiere levantar un muro para mantenernos a todos fuera.

 

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