Niñas de diez años obligadas a dar a luz: las últimas herederas de las mujeres paraguayas que reconstruyeron un país al borde del exterminio.

“Mi pareja viola a mi hija de diez años.”

La madre de la Niña Mainumby tomó la decisión de denunciar el abuso del que era víctima su hija. La denuncia, desestimada siete meses después por la fiscalía paraguaya sin investigar los hechos con debida diligencia -según denunciaron organizaciones de sociedad civil no logró evitar que los abusos se repitieran.   

La incapacidad del sistema de justicia de responder a esta situación es solo la superficie de una espiral de silencio en que la mayoría de los casos no llega a ser denunciado. La Secretaría Nacional de la Niñez y la Adolescencia informó que el año pasado 421 niños y adolescentes fueron víctimas de abusos sexuales. La cifra está tan por debajo de los casos reales que para ese mismo período, el Ministerio de Salud Pública registró 684 niños nacidos vivos en partos de niñas entre los 10 y los 14 años.

Ocho meses después de ser notificada de que su denuncia no llegó a ningún lado, y luego de un trimestre de crecientes problemas de salud de Mainumby, la madre fue informada de que su hija tenía un embarazo de alto riesgo. Anémica, con treinta y nueve kilos y sin llegar siquiera a metro cuarenta de altura, la niña corría -según el dictamen de la Junta Médica que la valoró– cuatro veces más riesgo de perder su vida que una mujer adulta. El dictamen recomendó la interrupción del embarazo.

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El aborto en casos de peligro serio para la vida o la salud de la madre está despenalizado por código penal paraguayo, pero el acceso real está bloqueado por dogmas religiosos y brechas socioeconómicas.

La BBC reporta que el procedimiento es fácilmente accesible para las niñas en mejores circunstancias económicas: “La chica no viene a la escuela por unas dos semanas y todos los niños saben que ella tiene ‘apendicitis con pies pequeños.” Los relatos en otros niveles socioeconómicos son distintos: “Sí, aquí pasa eso… A las niñas les da fiebre, jadean para respirar y se mueren.”

Rodeadas de adultos que rechazan la despenalización del aborto en un 87%, la única opción para la mayoría de las pequeñas es asistir a centros dirigidos por la Iglesia Católica en los que, a cambio de no interrumpir el embarazo y recibir clases, reciben ayuda económica.

“El embarazo en sí no es un riesgo.” apunta la presidenta de la Asociación de Obstetras del Paraguay, asegurando que el parto en pequeñas de esta edad puede darse “de manera satisfactoria.”

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La negativa una madre de que su hija abusada sexualmente llegue “satisfactoriamente” a ese parto, por otro lado, sí representa un riesgo: después de que su madre solicitara la interrupción del embarazo, y antes de recibir una respuesta, la fiscalía paraguaya ordenó el internamiento de la niña Mainumby en un hogar maternal con un régimen de visitas restringido. Semanas después, la madre fue arrestada frente a su hija, acusada de ser cómplice del abuso sexual en su contra y de incumplir con su deber de cuidarla.

El “país de las mujeres”

Paraguay fue brutalmente invadido a mediados del siglo XIX por los ejércitos de Argentina, Brasil y Uruguay. La Guerra de la Triple Alianza, escribe Roa Bastos, convirtió al Paraguay, que había sido el país más adelantado de América Latina, en uno de los más pobres y atrasados.  Más de la mitad de la población murió en la invasión, casi todos hombres. En el país de las mujeres, como le llamó Barbara Potthast, quedaron vivas cuatro por cada hombre, y en algunas zonas la proporción llegó a ser de veinte a uno.

Las kuñas guapas ”mujeres valientes” o “mujeres trabajadoras” en jopara, mezcla del español y el guaraní cargaron con la tarea de sacar adelante un país al borde del exterminio. Sin embargo, el reconocimiento de sus aportes no trascendió lo retórico, y el poder se mantuvo en manos del ejército al tiempo que las mujeres siguieron siendo ciudadanas de segunda categoría. Las paraguayas fueron las últimas mujeres de América Latina que pudieron votar.

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Aún hoy, en frágil democracia Paraguay vivió su último golpe de Estado parlamentario en 2012 las mujeres ocupan solamente un 20% del Poder Legislativo y nunca han ocupado la Presidencia de la República. La economía que rescataron de las cenizas hoy agradece a las paraguayas, según datos de CEPAL, con mayores dificultades de inserción laboral, más informalidad y pagándoles un 30% menos que a sus contrapartes masculinas.

A pesar de esto, el mito nacionalista de la kuña guapa exalta estos ‘sacrificios’ que fueron impuestos a las paraguayas. “La mujer de Paraguay es la más gloriosa de América Latina” – asegura el Papa Francisco durante una visita a Sudamérica. En el país más católico del continente, cuenta, “las paraguayas “tomaron una decisión difícil, la decisión de tener hijos para salvar la patria, la cultura, la fe y la lengua.”

La cultura y la fe “salvadas” hace siglo y medio por las paraguayas, las obligan hoy a tener hijos en contra de su voluntad, al servicio de una patria que normaliza la violencia en su contra y de preservar una lengua que en agradecimiento les ha bautizado kuña, que en traducción literal del guaraní es lengua del diablo, en contraposición al hombre (kuimbae), el dueño de su lengua.

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Kuñas reproductoras

El rol impuesto a la mujer Paraguaya como máquina reproductora en favor del Estado alcanza el absurdo cuando niñas que son abusadas sexualmente no reciben protección a su salud física y psicológica, sino terapia para sentirse a gusto con el ataque que han sufrido. Los recuerdos de una población casi exterminada, la falta de reconocimiento a las mujeres de su importancia para la sociedad y los dogmas de una religión en la que deciden solo hombres se juntan para arrebatar la infancia a las niñas paraguayas.

“¿Por qué no puedo ver más a mi mamá?, pregunta Mainumby en estado avanzado de embarazo, luego de que su madre recibiera autorización de un juzgado penal para visitar a su hija con motivo de su cumpleaños número once. “Ella no viene porque se va a trabajar”, es la respuesta que denuncian organizaciones de sociedad civil que recibe. Mientras tanto, su madre se encuentra encarcelada, amenazada de muerte y obligada a moverse por el centro penal con un guardia por el riesgo de violencia en su contra.

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Separada de su madre, la niña recibe terapia e interactúa con otras niñas embarazadas que se encuentran internadas en el hogar maternal. La coordinadora del centro informa que la niña responde bien a las terapias recibidas, tanto que muestra un buen vínculo con su embarazo, hace bordados para su bebé y asegura, a sus once años de edad, que ella siempre quiso tener una niña.

La historia de la mujer paraguaya es cíclica: colocadas en las situaciones más precarias por hombres violentos, sean estos generales extranjeros o agresores caseros, su mandato divino de reproducirse será valorado con más importancia que sus aportes a la sociedad, sus derechos, su dignidad o su humanidad.

Hace un año, Mainumby dio a luz a una niña, a otra kuña guapa de tres kilos y cincuenta gramos. Desde entonces, más de seiscientas niñas menores de 14 años han dado a luz en Paraguay. Dos veces al día, las kuñas guapas demuestran su “valentía” al traer al mundo al bebé de su violador.


Referencias

  • Roa Bastos (1977) Paraguay, isla rodeada de tierra,El Correo, agosto-septiembre. París. Unesco, pp. 50-53.
  • Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (2013) Informe Nacional sobre Desarrollo Humano Paraguay 2013: Trabajo Decente y Desarrollo Humano.

Todas las imágenes de este artículo fueron sacadas de Wikimedia Commons. 

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