En 2014, el periodista de origen valenciano, José Luis Sanz, asumió la dirección de El Faro, el primer medio digital de Latinoamérica, fundado en 1998, conocido por sus arriesgadas investigaciones en profundidad sobre el fenómeno de la violencia, migración, derechos humanos y la corrupción en Centroamérica, especialmente en el Triángulo Norte: Guatemala, El Salvador y Honduras.

“Carlos Dada y Jorge Simán pensaron que había la necesidad de un periódico para la posguerra (habían pasado seis años desde los acuerdos de paz de El Salvador). El primer editorial de El Faro prometía a sus lectores un camino inverso al de los grandes medios escritos: iría del medio digital al impreso, pero en el 2006 renunciaron a esa promesa y se lo hicieron saber a los lectores, ya que entendieron que Internet sería el primer espacio, no solo del periodismo, sino de la comunicación”, afirma.

Habla con seguridad, con los ademanes tajantes pero amables de quien está acostumbrado a dar charlas y entrevistas. Quizás sean gajes de esa doble función que lo obliga a garantizar el sello de su medio (las investigaciones serias), mientras promueve la imagen que atrae, a la postre, fondos de la cooperación internacional, los que actualmente representan el 80% de su financiamiento.

Sin embargo, no se desconecta por mucho tiempo de El Faro. Constantemente revisa su celular y envía mensajes por WhatsApp a su equipo. “La sala de redacción no se detiene mientras yo estoy aquí”, dice después de ofrecer disculpas por abstraerse del mundo circundante para sumergirse en su móvil.

Llegó a El Salvador en 1999. Fue editor y jefe de información en diversos medios. En 2001 comenzó a trabajar en El Faro como editor. Ahí también ha escrito sobre pandillas y el sistema penitenciario en Centroamérica, esto como parte del equipo de investigación de “Sala Negra”, una sección especial que publica crónicas sobre el tema.

Estuvo en nuestro país hace poco como uno de los invitados especiales a la Feria Internacional del Libro Costa Rica 2016, el pasado mes de setiembre, y quizás ese hecho, más la invitación que también cursaron al periodista colombiano Alberto Salcedo, son gestos de un tiempo en el que se vuelve a valorar la voz individual del periodista, una voz que ahora tiene la capacidad de llegar a más amplios y variados públicos gracias a las plataformas del mundo digital.

Ahora que el mundo digital tiende a borrar las diferencias entre géneros y medios, ¿cómo definen hoy El Faro?

La gente piensa que es solamente un periódico digital. En realidad es un proyecto periodístico dentro del cual el periódico online es el buque insignia, pero que tiene otras expresiones. Tenemos, por ejemplo, un programa de radio, publicamos libros, hemos producido documentales, organizamos el Foro Centroamericano de Periodismo todos los años.

Nos gusta insistir en que somos un foro periodístico por encima de un periódico digital. Nos declaramos como “agnósticos” en cuanto a la plataforma que utilizamos. Todos sabemos que la mayoría de plataformas están convergiendo en Internet, pero incluso dentro de ella no todo es hacer un periódico digital. Para mí, las redes sociales son un espacio no solo de distribución del contenido de elfaro.net, sino también un espacio propio para generar información y dialogar con la audiencia.

¿Qué lectura hace de la manera en que los medios tradicionales intentan adaptarse al lenguaje digital?

El periodismo sigue teniendo sentido en papel, pero no el mismo que se le daba antes. No tiene sentido pensar que el periódico impreso tiene que ser breaking news, o que tiene que ser diario, y tampoco tiene sentido seguir pensando que seguirá siendo la voz absoluta del periodismo como lo era antes.

Creo que parte del problema para la mayoría de periódicos impresos es que no están separando el debate sobre la plataforma de cierto miedo a perder una posición social o política. El periodismo, durante la segunda mitad del siglo XX, era la voz, el monopolio de la generación del debate masivo. No sé en Costa Rica, pero en países en los cuales el sistema publicitario no es transparente, que no se rige por las leyes del mercado, como en El Salvador, Guatemala, Honduras, hace que puedas jugar a la rentabilidad, pero sabes que te estás engañando.

El papel de los medios tradicionales en el mundo digital:

Usted tiene una visión muy particular sobre la sostenibilidad…

Bueno, es que, si el papel no es rentable, no quiere decir que Internet también lo sea. Pero entonces por qué, en lugar de aferrarte a una plataforma que no es rentable, mejor no exploras con lo que potencialmente lo será, porque de alguna manera lo será.

Es que ni siquiera se está viendo con una mirada de negocio: eso es una falacia. Eso de decir “es que el debate sobre la sostenibilidad es lo que me frena”. No, lo que te frena es casi un candado emocional, sicológico. No quieres renunciar a seguir siendo la voz que le habla al oído de los poderosos, a gente de más de 50 años que todavía se levanta por la mañana y agarra un periódico de papel y lo lee, pero eso es una construcción, la mayoría de la gente no hace eso ya.

Pero si no es la sostenibilidad, ¿entonces de qué estamos hablando?

Creo que es una cuestión de entender cuál es la relación entre el periodismo y la sociedad ahora mismo. El diálogo cambió: somos una voz en un coro de voces y a veces en una sala llena de ruido. Pero debemos seguir exigiéndonos el aportar lo más posible. Siempre habrá gente que busque la calidad informativa, que busque la reflexión, que busque el buen periodismo.

El buen periodismo es necesario y, una vez que lo das, podemos discutir sobre cómo lo haces sostenible. Me encuentro con mucha gente que me dice que está preocupada por el modelo de negocio y ni siquiera está haciendo buen periodismo. Tienes que decidir qué ofreces y entonces ver qué modelo de negocio es más apropiado, pero no puedes seguir ofreciendo lo de hace 20 años, porque se ha transformado todo.

El Faro se ha convertido en un referente latinoamericano de periodismo serio y en profundidad. ¿Cómo lo han logrado?

Por acumulación, por tozudez, pero en realidad esa no es una meta para El Faro, aunque sea fantástico. Es muy satisfactorio para todo el equipo que trabaja con nosotros ganar premios y todos eso, pero no trabajas para ser un referente, sino para algo mucho más básico, que es comprender los temas que consideras importantes, hacerte las preguntas correctas, encontrar las respuestas a esas preguntas, comprender lo complejo y explicar lo importante.

Si alguien nos juzgara por lo que no hacemos, evidentemente seríamos un absoluto fracaso, pero es más importante lo que aportas que lo que dejas fuera, porque hay tantos vacíos informativos, hay tantos medios diciendo lo mismo, que distinguirte es lo que te hace sostenible, que los lectores te valoren y sientan que te necesitan, porque les estás contando cosas que ellos mismos no sabían que necesitaban saber, porque hiciste el ejercicio intelectual de pensar qué preguntas debes hacerte. Y suena muy romántico, pero no lo es, se trata de un oficio. Nuestra lógica desde el inicio es preguntarnos qué no están contando otros.

Sobre la inmediatez:

Sus investigaciones pueden prolongarse por semanas, meses, algunas inclusive años. ¿Cómo mantener una investigación intensiva y rigurosa cuando, como ha dicho en otras ocasiones, al periodismo le han robado una de sus herramientas más preciadas: el tiempo?

Cuando digo lo del tiempo no quiero decir que el tiempo no importa, sino cómo consigues una noción de idoneidad, en el momento en el cual dar la información. Insisto, dependiendo de qué información, para qué público, qué código de relaciones has establecido con él, la idoneidad puede ser otra. Y no digo que sea fácil, en El Faro llevamos discutiendo más de 15 años sobre esto, a qué reaccionamos y a qué no y en qué plataforma. Y a qué le dedicamos una semana o varios meses.

Cuando digo que nos han quitado el tiempo me refiero a que nos han quitado ese debate: es mentira que todo tiene que ser lo más rápido posible. Entonces puedes conseguir lo que a veces, a nosotros nos pasa, que publicas algo que has reporteado durante años y quizás tiene relación con algo que sucedió hace 30 años, pero en realidad, tú marcas  agenda.

¿Cómo logran marcar la agenda en medio de tanta y tan accesible información?

Lo haces entendiendo que hay un vacío de información que la gente necesita llenar. La gente en El Salvador quiere saber quién mató a Monseñor Romero. El día que Carlos Dada publicó “Así matamos a Monseñor Romero”, marcó agenda, y la sigue marcando desde hace seis años. Todos los años es uno de los textos más leídos de El Faro. Fue una investigación de cuatro años, publicada unos 25 años después del asesinato. A veces, publicar demasiado pronto es un error, a veces, publicar muy tarde es un gravísimo error.

Lo que deberíamos recuperar de la vieja escuela:

En un mundo interconectado por las redes sociales, ¿cuál debe ser la relación entre los medios, los periodistas y este público que permanece conectado a ellas?

Me parece que se cayó la doble moral de que eres periodista cuando publicas, y que cuando no, eres ciudadano y haces lo que te da la gana.  La transparencia: o la buscas o te la van a exigir. Todo mundo sabrá si en tu trabajo defiendes la transparencia, pero en tu vida privada eres un corrupto, o si juegas a ser comedido, pero en realidad eres un salvaje en tus opiniones. El periodista queda expuesto, es coherente con la revalorización del periodista como individuo: tú, tu firma, tu rostro, y tienes una cuenta de Twitter y tienes miles de seguidores que te conocen a ti y te creen a ti, no necesariamente al medio en el que escribas.

La nueva realidad nos exige también más coherencia, más transparencia, no solo a los individuos, sino a los medios, ser más transparente en cuanto nuestra propiedad, nuestras finanzas, nuestros criterios a la hora de tomar decisiones. Si la gente no sabe quién paga tus finanzas, pagarás un precio por ello.

Ustedes le dieron un espacio importante y permanente a la crónica. ¿Qué valor agregado les ha aportado la crónica en sus coberturas y cómo este género enriquece el periodismo en general?

La crónica es un género maravilloso que da muchas cosas y exige muchas cosas, y que en su riqueza permite explicar de una manera única lo complejo. Además, la recuperación de la crónica como un género mayor tiene que ver con ese punto de encuentro entre la hiperemotividad superficial de ciertos productos informativos y la frialdad absoluta de lo que se considera importante.

La crónica no renuncia a las emociones, no esconde al sujeto que cuenta lo que sucedió, permite decir incluso lo que no se sabe y reconocer los vacíos, incluso las dudas. Me parece maravilloso escribir una crónica en la que hablo con una fuente y puedo decirle al lector, “esto es lo que dice esta persona y yo no le creo”. Se establece una relación madura con el lector. Rompes esa idea de que llegas a la verdad.

En El Faro nos ha permitido, en el tema de la violencia centroamericana, transparentar al lector nuestro propio proceso de construcción del conocimiento.

El proceso del periodista en la crónica:

Pensando en el último Premio Nobel de Literatura, Svetlana Alexiévich, ¿puede un trabajo periodístico alcanzar la trascendencia e inclusive el valor estético de la literatura?

En mis tiempos, en las clases de literatura, uno de los géneros literarios era el periodismo, y no sé en qué momento eso se cayó. Cuántos grandes escritores de los siglos XIX y XX lo que hacían era periodismo.

Óscar Martínez, periodista de El Faro, con quien tengo la suerte de trabajar, dice que el uso de la palabra es un compromiso ético. Si yo entrevisto a una mujer que va sobre el techo de un tren cargado de emigrantes que atraviesa México y me comparte sus emociones -dice él-, yo puedo escribir un reportaje en el que sencillamente pongo entre comillas frases que me ha dicho, pero desde el punto de vista ético, estoy comprometido a dimensionar lo que me dijo, lo que significa su historia. Y eso solo se puede hacer cuidando las palabras, si me esfuerzo, en el formato que sea, porque se dimensione lo que hay detrás de esa frase.

Además, dejémonos de historias, en Internet el espacio ya no es el problema, el problema es si el texto que escribes vale la longitud que le das. La forma es importante, siempre lo ha sido.

Cuando la forma se volvió industrial, por omisión construyó una noción de lo que era el periodismo: aséptico, despersonalizado, de un único discurso. Pues resulta que no, que la voz del periodista reaparece, y tus palabras deben estar a la altura de la realidad.

¿Está condenado el periodismo en profundidad a operar desde lo marginal, a ser un producto gourmet para un público selecto pero reducido?

No lo creo. Debes tener claro para qué público amplio o más reducido quieres trabajar, pero no creo que eso sea una renuncia a que más gente te comprenda. Las sociedades evolucionan y las necesidades se van descubriendo. Y creo que las nuevas generaciones tienen necesidades y puntos de vista y parten de premisas diferentes.

Uno de los ejemplos son nuestras investigaciones sobre corrupción. Percibo que cuando hacíamos denuncias sobre corrupción, hace tres o cuatro años, la percepción en buena parte de la población era de que “solo ven lo negativo”, eso encajaba con una lógica de “das noticias negativas”. Ahora es diferente porque la sociedad lo valora con una buena noticia, porque valoran que se están destapando esos casos.

Haciendo ese tipo de periodismo ha aumentado nuestro alcance, nuestra capacidad de incidencia también, y la cantidad de lectores deEl Faro aumenta de manera constante. Cada vez tenemos más lectores juveniles. Creo que una de las razones para que eso pase es que el periodismo que hacemos se valora más que antes.


Esta entrevista se publicó originalmente en el Periódico 4 Ojos

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