Nicaragua llora la pérdida de más de 40 personas producto de la represión estatal en respuesta a las protestas iniciadas en abril de este año. La mayoría de las víctimas son jóvenes estudiantes universitarios quienes protestaban contra el gobierno del Presidente Daniel Ortega. La respuesta de Ortega a las protestas, una acción coordinada entre la Juventud Sandinista y miembros de la Policía Nacional, se tradujo en decenas de manifestantes detenidos, torturados por la policía, en cientos de heridos, incendios y saqueos, y en la censura oficial a cuatro estaciones televisivas independientes.

Al otro lado del río, en Costa Rica, miles de nicaragüenses siguen de cerca lo que pasa en su patria. Hay indignación, enojo, impotencia, llanto y dolor. Muchos de ellos se han concentrado en la Embajada de Nicaragua en Costa Rica, en el Parque La Merced y plaza de la Democracia para unirse al coro de voces que piden la salida de Ortega del poder. Tras varios días de protestas en todo el país, Ortega finalmente cedió y anunció un diálogo nacional, “abierto e inclusivo”. Si bien la violencia estatal parece estar en pausa, los plantones de la ciudadanía pidiendo justicia para los muertos y cambios radicales en el país continúan hasta hoy.

Las razones para migrar de Nicaragua a Costa Rica abarcan desde la búsqueda de un trabajo para apoyar a sus familias, hasta la persecución por haber denunciado corrupción estatal.

Conversamos con diez personas migrantes nicaragüenses, quienes nos compartieron su sentir ante la violencia y muertes en su país; su dolor al haber salido de ella; su agradecimiento a este país que les acogió; y sus deseos de que un día Nicaragua sea un lugar más libre, más próspero y más democrático.

“Esta lucha no es solo contra Daniel Ortega, la lucha siempre ha sido porque Nicaragua sea libre”, expresa con voz exaltada Marianela Castilla, nicaragüense que ha llegado a la Embajada de Nicaragua, en Barrio La California, a manifestarse contra la violencia que vive su país.

Marianela Castilla

Escuchar las historias de estas personas es repasar la historia contemporánea del vecino país del norte. No es la primera vez que la ciudadanía ha reaccionado contra gobernantes que han usado la violencia y la represión. “Mi padre luchó para que Somoza se fuera”, cuenta Marianela. Habla de Anastasio Somoza Debayle, el último de quienes gobernaron Nicaragua bajo una dictadura dinástica por más de 40 años. El fin de dicha dictadura llegó gracias a la Revolución Sandinista que triunfó en 1979. La lucha de este movimiento armado por derrocar a Somoza del poder, dejó unos 50 mil muertos.

A pesar de las muertes y la destrucción, Nicaragua celebra el 19 de julio, la victoria sandinista, como la fecha en que empezaría un capítulo nuevo como nación libre. Lamentablemente, la alegría no duró mucho. La década de 1980 estuvo marcada por otra guerra. Esta vez se trataba de la lucha entre un gobierno sandinista, que defendía su proyecto ideológico de izquierda, y la Contra, nicaragüenses contrarrevolucionarios que contaban con el financiamiento de la CIA (Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos) y la permisividad del gobierno de Costa Rica para operar en la zona norte del país. La nueva guerra dejó alrededor de 30,000 muertos y un país prácticamente en ruinas debido al conflicto previo, el bloqueo económico impuesto por Estados Unidos, y el consiguiente desplome de la economía interna.  “Cuando llamo a mi familia me hablan adoloridos. Puedo sentir la tristeza en su voz. Están viviendo lo que les tocó vivir de jóvenes, una guerra donde tenían que contar cadáveres en las calles, salir con temor de que los mataran, no tener qué comer”, dice Óscar Montenegro, originario de Jinotepe, Carazo, quien tiene nueve años de vivir en Costa Rica.

Óscar Montenegro

El recuerdo de los conflictos recientes evoca la polarización que de ellos deriva. La población nicaragüense se ve dividida en dos bandos una vez más. En 1984, Narda Ramírez se enlistó en el ejército del gobierno sandinista. “Se ganaba 500 pesos y yo se los daba a mi mama. Fui sanitaria mayor, yo anduve en combate en San Juan de Limay”, detalla.  Al mismo tiempo, otros rechazaban las decisiones de la cúpula sandinista: “Cuando se dio el servicio militar obligatorio y venían montones de jóvenes muertos o mutilados, mi papá siempre hablaba y decía que ellos (los sandinistas) no iban a ser un buen gobierno”, cuenta Carmen Moreno.

Para el año 1989, Nicaragua tomó un giro trascendental. Después de una década teñida de guerra con de un proyecto revolucionario fallido, la ciudadanía estuvo lista para llamar a elecciones en las que Violeta Barrios triunfó bajo un llamado por la paz y la reconciliación. De eso ya hace casi tres décadas, el mismo  tiempo que Marianela tiene de vivir en Costa Rica: “luché, como están luchando estos jóvenes ahora, para que la dictadura sandinista se fuera, me llena de orgullo saber que luchamos para que doña Violeta entrara al poder”, asegura. Poco después salió de Nicaragua. Así han salido unas 800 mil personas del país, de acuerdo a un perfil migratorio elaborado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Narda Ramírez

Costa Rica y Estados Unidos han sido los principales destinos de los nicaragüenses. Se distinguen tres oleadas migratorias, la primera desde finales de los 70 hasta finales de los años 80, por conflicto políticos derivados de la dictadura somocista y el conflicto armado durante la década de 1980. Durante la segunda oleada, Costa Rica se convirtió en el principal destino y se inició en los primeros años de la década de los 90. La búsqueda de trabajo y de mejores ingresos fueron las principales causas debido a la situación económica de una Nicaragua post-guerra. La tercera oleada migratoria se da del año 2000 en adelante. Para el 2011 se registran casi 300 mil nicaragüenses viviendo en Costa Rica. Durante esta tercera oleada la inmigración empieza a estabilizarse. Aún así, “el corredor migratorio Nicaragua-Costa Rica, por su intensidad, ocupa el segundo lugar como ruta migratoria en América Latina”, reporta la OIM.

Las historias detrás de esas cifras son las de personas como Marianela, quien llegó buscando trabajo como empleada doméstica en 1990. Sufrió la xenofobia de algunos costarricenses, así como también recibió el cariño y el apoyo de otros. Hoy tiene dos hijas y es esteticista profesional. Cruzó la frontera sin documentos y por puntos ciegos. Así lo hizo también Carmen, que salió en 1994 junto a una amiga de su barrio: “sé lo que es caminar en la montaña, sé lo que es que me quisieran violar en el camino… Era interminable, cansado. Cuando llegamos a Liberia nos montamos al bus y al tercer retén nos detuvieron. Se montaron los de migración pidiendo documentos. Yo solo bajé mi rostro. Le dije al oficial: ‘Señor, no quiero regresarme, no quiero volver allá, ayúdeme’. Del bolso que traía saqué mi cédula y se la entregué al policía. Cuando el muchacho agarró mi documento dijo que me dejaran pasar porque era guanacasteca. Para mí fue un milagro. Dios sabe que yo le pedí de corazón. No he vuelto a Nicaragua. Hoy día tengo mi cédula. La conseguí gracias a una amnistía”. Carmen se refiere a la amnistía total otorgada en 1998, después del devastador Huracán Mitch, y que benefició a decenas de miles de nicaragüenses en Costa Rica. Carmen ha trabajado durante más de 20 años como doméstica en San José.

Carmen Moreno

La violencia de género es otra de las razones por las cuales nicaragüenses salen de su país. Es el caso de Narda. “Cuando me vine lloré. Me vine en Ticabus. Yo no conocía nada aquí. Me vine por eso”, comparte. Su familia no supo entonces la razón de su partida. Dejó a su hijo menor de siete años. Ahora manda dinero a su papá y a sus hijos. “Me siento bien. Yo voy a Nicaragua todos los años en diciembre, tengo seis nietos que no quiero que pasen lo que pasé yo. Siempre pido que cuiden a mis nietos”, dice.

Marjorie Reyes

Dejar la familia es lo más duro. Así lo cuenta Marjorie Reyes, de 50 años y quien llegó en el 2012. “Dejé a mis hijos pequeños, al chiquito lo dejé de nueve años. Lo que uno más desea es estar con sus hijos, soy padre y madre para ellos, les estoy pagando los estudios”. Lo mismo expresa Esmeralda Goniz, quien lleva 18 años en el país: “Durísimo. Saber que tenés que dejar tu casa, tu familia, tus hijos. Impotente, porque en Nicaragua definitivamente no hay trabajo. Me sentí ahogada, las deudas, pagar agua, luz, cable, la comida, los estudios de mis hijos”.

Esmeralda Goniz

“Cuando voy a Nicaragua y veo lágrimas en los ojos de mi madre se me parte el alma, porque soy el menor de mi familia y soy el único que está fuera de casa. Salí para poder apoyar a mis padres, a mis sobrinitos. Trabajo en un parqueo de vehículos. No tenemos vida de ricos, pero sí un mejor vivir”, comparte Óscar Sánchez, de 26 años.

Óscar Sánchez

Daniel Ortega regresó al poder en 2007, luego de gobernar entre 1979 y 1990. Los nicaragüenses en Costa Rica no dejan de seguir de cerca los eventos electorales en su país. “No hemos tenido elecciones libres y transparentes”, se queja Fabio Urban, quien tiene 25 años de vivir en Costa Rica. Habla de los cuestionamientos que han existido en torno a las elecciones presidenciales y municipales en Nicaragua a partir del 2008.

Fabio Urban

“Tengo tres años de estar en Costa Rica. Lo que más me indigna es que en Nicaragua, bajo este régimen de Daniel, no podamos expresarnos. Ahora que vi las elecciones aquí en Costa Rica me quedé admirada, porque allá las elecciones son un relajo, ni siquiera se puede contar los votos porque se los roban, montón de anomalías… No podés expresarte, tenés que andar calladito, porque si no pasa lo que pasó con estos jóvenes”, asegura Olga Valdez durante la manifestación en la Embajada de Nicaragua en Costa Rica. Las irregularidades electorales y violaciones a la libertad de expresión han sido parte de la tónica de los 11 años que lleva Ortega de vuelta en el poder.  

Olga Valdéz

“Lo que estamos pidiendo es la salida de Ortega de la presidencia, con su esposa Rosario Murillo, ya que ellos no aman a Nicaragua, ellos se aman solo a sí mismos y quieren beneficiarse del pueblo como lo han hecho. Ellos no eran nadie, ahora son los más ricos. Compraron casi todos los canales de televisión, sacaron del aire a varios y los que están al aire son únicamente los de ellos. Cinco, seis canales que están comprados. No hay democracia, los canales están dando lo que al gobierno le conviene, no están dando las noticias tal cual son”, agrega Óscar Montenegro. Tal como lo dice, al menos cinco canales de televisión pertenecen a Ortega, son administrados por sus hijos y su línea editorial es meramente oficialista y propagandística. Del resto, algunos pertenecen a empresarios allegados al gobierno, por lo cual evitan cualquier postura crítica hacia el mismo, y otros más pequeños funcionan de manera independiente. Durante la reciente jornada de protestas cuatro estaciones televisivas independientes salieron del aire por órdenes del gobierno. Una de ellas, 100% Noticias, permaneció censurada por cuatro días. Los sitios web del Semanario Confidencial y del Diario La Prensa fueron atacados también. Así, la libertad de prensa sufrió duros golpes en Nicaragua en los últimos años y días. El más grande fue el asesinato del periodista Ángel Gahona quien murió instantáneamente de un tiro en la cabeza, mientras realizaba una transmisión vía Facebook Live de los disturbios en Bluefields, una ciudad del Caribe del país.

En el plantón también se encuentra Noemí Pavón, quien llegó hace año y medio buscando asilo político. “En el año 2016 presenté denuncias de corrupción en contra de funcionarios de gobierno… Fueron declarando nulos todos mis procesos. Después de dos años de pelear hasta la Corte Suprema de Justicia declaró nulos mis procesos. A la semana fui procesada por tres delitos que nunca cometí. Me acusaron de chantajes, amenazas de muerte y falsedad ideológica. En menos de tres horas me condenaron a diez años de prisión. Logré salir de Nicaragua gracias a que miembros disidentes del ejército me sacaron de Nicaragua”, relata. Otra de las principales críticas hechas al gobierno de Daniel Ortega es la falta de institucionalidad, la falta de independencia del poder judicial y el resto de poderes del Estado, en perjuicio del Estado de Derecho y, en general, el debilitamiento de la democracia en el país. La recuperación de tales principios son parte de las demandas que la ciudadanía ha expresado en las demostraciones recientes y que se pretenden llevar a la mesa de diálogo que Ortega aceptó instalar en los próximos días.

Noemí Pavón

“No me gusta lo que está haciendo Ortega”, dice Narda. “Queremos otro presidente que sea bueno, nada de violaciones, que haya paz como aquí en Costa Rica, que podamos andar tranquilos en la calle”, pide.   “Mandaron a matar a nuestros jóvenes. No es justo que se quiera reprimir la voz del pueblo, de nuestros universitarios. La juventud es la que sacará adelante nuestra patria. Ya no queremos más dictadura en nuestra patria. Las nuevas generaciones pueden sacar Nicaragua adelante, gente inteligente y capaz para que no haya necesidad de que el nicaragüense salga a buscar la vida fuera de su país”, suplica Óscar Sánchez.

Es la petición de estos nicaragüenses que hoy se han encontrado en esta manifestación para juntos experimentar una especie de catarsis colectiva. La historia de su nación ha hilado y marcado sus vidas. Por eso el sufrimiento y el amor por Nicaragua se cargan igual de pesados al norte del Río San Juan como al sur.

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