Una escena musical gira en torno a cosas más grandes que el talento de sus bandas. El Bonuska Fest es prueba de ello.

Hay algo acerca de los conciertos que nos ha golpeado a todos por lo menos una vez. Algo acerca de escaparse del universo por un par de horas y encontrarse en otras dimensiones, de sentir una inyección de energías proveniente de cada acorde y de alguna forma saber que dejamos algo de nosotros frente a ese escenario. A veces, es dejarse llevar por el poder curativo de la música, pero cuando se escucha música en vivo se suma al ecosistema melódico la presencia de otros elementos que terminan por hacer de una simple ejecución inmediata un ritual transitorio, que cambia de forma y tamaño todas las noches: el calor del público, el conteo antes de cada pieza, las luces intermitentes, la sonrisa en los músicos mientras ejecutan el coro, las nuestras al sentir la combinación de todo esto.

Quizás tocaron nuestra canción favorita –esa versión que más nos gusta-, tal vez fue la emoción de escuchar un nuevo sonido, despedirnos de otros ya conocidos o solo estar conscientes de que lo que se está presenciando en ese instante es una victoria para todos. Son momentos selectos, usualmente reconocemos cuando suceden y los guardamos con cariño para los tiempos más desalentadores.

Junio. Un bar en Naranjo lleno de gente hablando. Segundos después de entrar un recuerdo borroso de años atrás me remite al mismo lugar con un nombre distinto y personas distintas: ¿La Cueva del Sapo? The Aimers estaba a una canción de terminar. Minutos después Libélula Pequeña tomó sus instrumentos y empezó el sueño. Cada instrumento tenía una voz propia, que junto a las letras abrasivas de Héctor Paniagua, se me presentaron como un medio para entrar a un mundo lleno de árboles y brisa, donde se borran los límites de la realidad y se procura encontrar las respuestas entre el caos. Volví a ver al público, era evidente que no estaba sola.

Libélula Pequeña en Oli’s. Fotografía por DSPR.

Libélula Pequeña en Oli’s. Fotografía por DSPR.

A mediados de mis años colegiales, por ahí del 2011, solía pensar que todo el movimiento de música alternativa estaba sucediendo en San José, donde el camino recorrido había sido mucho más largo y poblado. Mi conexión con la cultura local (San Ramón) se dio con la Peña Cultural Ramonense, un espacio que descubrí gracias a mis amigos y eventualmente me permitió comprender cosas sobre mí y sobre mi entorno (en ese mismo momento empecé a desarrollar una atracción hacia el espacio público, el arte urbano y las historias de la vida cotidiana).

La Peña reunía parte de una comunidad de artistas que iban desde las áreas dramáticas hasta la danza, la pintura, la poesía y la música.  Efectivamente, la escena musical capitalina se narraba con palabras distintas, que desde mi testarudez adolescente parecían más atractivas, pero yo ignoraba que a mi alrededor se estaban moviendo las piezas que en unos años culminaría en una ola destinada a cambiarlo todo.

La falta de espacios dónde chivear ha sido una carencia evidente en la zona de Occidente, que como en otros escenarios, es lo que limita el alcance de la música local original. Desde mi percepción, esfuerzos como las peñas culturales y sus equivalentes cantonales (Sarchí, Naranjo, Palmares, Zarcero, Grecia) representan una pieza importante al servir constantemente como puente entre las bandas locales y el público.  Además, toda su construcción se basa en la unión de personas movidas por el deseo de impulsar la cultura que perciben a su alrededor: una motivación heredada que se siente en cada paso que da la nueva movida de música local.

Bandas como Libélula Pequeña, Camelolloide, Kaiser Moon, Fonk Norris, Simón Dice, HolaSquirt o Día 3, nacidas en esta mitad de década, son parte de una generación creyente en la autogestión, que decide atar los cabos sueltos y empezar a abrir espacios donde pueda desarrollarse una escena más sana y próspera para las bandas de la zona. Su nacimiento también coincide con  un período de transcendental importancia para la música en San José. Era (y sigue siendo) un momento lleno de ambiciones y posibilidades, con grandes avances en materia de producción, registro y exposición.

Camelolloide en el lll natalicio de Kaiser Moon. Fotografía por Alo Murillo.

Camelolloide en el lll natalicio de Kaiser Moon. Fotografía por Alo Murillo.

Ellos no fueron los primeros –y sin duda, tampoco los últimos–- en creer en el talento cercano, pero sí, de alguna forma, en lograr condensar todos esos esfuerzos que se venían dando desde hace un par de décadas: de darle forma y voz a una escena cuya espina dorsal es el compañerismo entre bandas, fotógrafos, gestores culturales y espectadores en busca de escapes temporales. Entendiendo que la única forma de generar un cambio es haciendo, decidieron tomar en sus manos el trabajo y realizar acciones concretas para levantar el panorama cultural. Y lo hicieron.

En mayo del 2015 un festival importante se llevó a cabo en la región. El Occifest, recordado como un hito histórico por muchos, convocó un total de 10 agrupaciones en las montañas de San Ramón, por las que desfilaron grandes actores de la zona e invitados pertenecientes a la GAM (como 11:11, una de las bandas que ya es recurrente en estos lados). La unión entre varias de las bandas presentes floreció gracias a un pequeño festival con camping llamado el Cañuelazo, realizado desde el 2012. Comparado con sus sucesores, contó con poquísima exposición y documentación, pero fue lo que dio inicio a la fuerte conexión entre sus artistas. La fuerza con la que ascendió esta nueva ola fue innegable, estaba claro que Occidente tenía cosas por decir y nadie pensaba callarse.

Meses después del festival (al que, de paso, no pude asistir por no haber cumplido todavía la mayoría de edad), topé con Carlos Arrieta en algún comentario de Facebook. La última imagen que tenía de él era sentado en el quisco de Naranjo con su patineta y una camiseta de Misfits, cuando en mi primer año de cole amistades en común nos llevaron a intercambiar palabras en un par de ocasiones. Su banda, Kaiser Moon, ahora estaba a unos días de tocar en Perra Pop junto a Erth, como la ya latente entrada de Occidente a la GAM y viceversa.

Hablamos sobre nuestros proyectos personales, le conté que estaba trabajando con unos amigos en una productora audiovisual destinada a cubrir conciertos y eventos culturales, a lo que me respondió que él, también, estaba montando un proyecto a futuro con la idea de grabar bandas locales y de afuera.

Kaiser Moon en el Occifest 2015. Fotografía por Brenda Herrera para Bonuska.

Kaiser Moon en el Occifest 2015. Fotografía por Brenda Herrera para Bonuska.

El año siguió avanzando y cambiando, cuando vi un artículo en 89decibeles sobre Kaiser Moon y su papel en la escena nacional, publicado bajo el nombre de Bonuska. Carlos (periodista y productor audiovisual) junto a Brenda Herrera (relacionista pública y fotógrafa) habían gestado un proyecto que, un par de textos y fotos después, comprendí que trascendía cualquier ideal de trabajo que conociera en Occidente.

Su contenido, un híbrido entre la escena capitalina y la propia, dejaba claro cuál era una de las principales motivaciones de su generación: trascender las barreras geográficas entre provincias y unificar las relaciones entre sus distintos movimientos musicales. Su labor de difusión ha sido una de las claves en el exponencial crecimiento de la escena.

En abril de este año, nació una productora de conciertos llamada 4 Gatos, formada por Carlos Arrieta (Kaiser Moon), César Paniagua (Camelolloide) y Mario Esquivel (Fonk Norris). Se estrenaron con un concierto gratuito de Equus y Smokey Bars en el Night Fever de San Ramón. En quince días, ya Canterville en Zarcero vibraba en su segunda fecha con iO y Síndrome de Estocolmo. En mayo participaron en el primer aniversario de Fonk Norris y la visita de Perrozompopo. Aquello se movía a pasos inmensos, como nunca antes se había visto en la región. Finalmente, pude ir a uno de sus eventos, con The Aimers, Libélula Pequeña y Magpie Jay en Oli’s, Naranjo.

iO y Síndrome de Estocolmo en Canterville. Fotografía por Mario Morales para CLNTR.

iO y Síndrome de Estocolmo en Canterville. Fotografía por Mario Morales para CLNTR.

Entonces mi impacto al escuchar esa noche a Libélula Pequeña no fue solo un viaje sensorial que se manifestó en el momento más necesario. Tenía que ver con una historia retomada, con la realización de sueños pasados por bandas que trabajaron con los mismos ideales y el saber que ese movimiento, esa canalización de energías, era solo el inicio de algo destinado a crecer y quedar en la historia, aunque sin duda se podría decir a estas alturas del camino que ya lo hizo.


Este 20 de agosto Bonuska celebra su primer aniversario con una de las fiestas musicales más grandes que se han presenciado en Occidente: el BonuskaFest. El festival contará con un line up de lujo con bandas de actual relevancia tanto en la zona como en la GAM, con varias que ya son conocidas y queridas por el público local: Fonk Norris, Kaiser Moon, Libélula Pequeña, Magpie Jay, Ave Negra, iO, 11:11, Arío y Jug Bundish.

Su objetivo, además de ser la culminación y el reflejo de diversos esfuerzos generacionales, busca recaudar fondos para la Asociación Costarricense de Fibrosis Quística, entidad que trabaja de la mano con el Hospital de Niños para tratar y brindar apoyo a las personas que padecen de esta enfermedad. La fibrosis quística, al ser un padecimiento presente desde el nacimiento que disminuye las capacidades respiratorias, requiere un diagnóstico temprano y tratamientos intensivos con tal de alargar la esperanza de vida de las personas afectadas. En Costa Rica, según una entrevista realizada al Dr. Gustavo Gutiérrez en “Conciencia”, en el 2015 el nivel de incidencia rondaba los 100 pacientes.

El festival se hará a nombre de Nicole Badilla, hermana del guitarrista de Kaiser Moon, quien falleció a sus 15 años a manos de la enfermedad. Al ser uno de los principales motores para la banda y el festival, la disposición y el trabajo de la comunidad para lograr el objetivo ha sido fundamental. El evento va a iniciar a las 2:00 pm y finalizará a media noche en Oli’s, con proyecciones audiovisuales en los intermedios y venta de mercadería de las bandas.

La entrada tiene un costo de ₵4000 en preventa y ₵5000 el día del evento, con puntos de venta en ambas zonas del país. Después de haber presenciado conciertos en la región con un público de hasta 400 personas, para el festival se estiman alrededor de 1000 asistentes: una evidencia clara del eco que tiene la nueva movida de Occidente a nivel nacional y su gran poder de convocatoria.

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