Pablo Acuña, fundador del blog Dance to the Radio, escribe sobre su experiencia a partir un proyecto que despegó por el amor a la música. 

Dance to the Radio (DTTR) debió haber desaparecido hace mucho tiempo. Se creó a partir de la frustración con revistas de música que se apartaban de su misión músico-periodística y estaciones de radio que optaban por abarcar una mayor audiencia a cualquier costo. Esto se suma a mi descubrimiento de la gran burbuja de blogs de MP3 como Stereogum y Music for Robots.  Un simple proyecto universitario se convirtió en un proyecto que ha impactado profundamente mi vida.

En el 2010, en algún lugar de Canadá fundé We Are So Happy We Can Hardly Count (WASHWCHC), un tumblr donde plasmaba bandas que al momento no eran tan observadas en Costa Rica con el objetivo de que al menos una persona fuera a atinar algo que jamás había escuchado y se entusiasmara. Admito que estaba más preocupado con el contenido que con la sintaxis, y en ocasiones las descripciones eran incoherentes.

El blog se disparó por el Internet a través de noticias y entrevistas que apuntaban a una dinámica más íntima con ciertos actores clave en la música independiente. El Internet me estaba enseñando su potencial para crear algo. En junio del 2011, decidí ponerle un fin a WASHWCHC y aventurarme en algo más ambicioso que un simple blog personal. Ese mismo mes se creó Dance To The Radio: presentaba, y presentaba un nombre más amigable (y corto) y una línea editorial más meticulosa.  La intención era ampliar nuestra cobertura a la música iberoamericana (en el pasado solo estábamos enfocados en la música nacional e internacional en inglés).

Desde pequeño, la música ha sido como ese amigo imaginario al que le contás todo, y que ha impactado en tus pensamientos y modo de vivir a través de sus letras y entornos. Pero, a la misma vez, es un droga que puede guiarte, a través de susurros, hacia momentos de fría soledad y reverencia.

La música me ha acompañado en momentos dolorosos de mi vida y ha funcionado como un sedante. La vida es dolor en muchas ocasiones. Todo el mundo sufre: pérdida de parientes, dolorosas rupturas con tus ex-parejas, el rechazo de personas que no te quieren en su vida, y el desastroso campo de la mentira y la traición. Para prevenir caer en miseria, realmente creo que se pueda controlar el dolor y el sufrimiento con música.

Que alguien busque justicia o reconciliación a través de la composición o disfrute de la música (como lo hizo Sufjan Stevens en su último disco Carrie and Lowell, donde es un testimonio de perdón y paz con su difunta madre), hace de esta relación/experiencia algo difícil de pasar por alto.

Dance To The Radio es para mi un escape musical donde decidimos desenvolvernos de toda atadura y pretensión.  Escribimos sobre lo que en verdad nos gusta, sin menospreciar al lector. Soy fiel creyente de que debo ser yo el primer complacido, así se genera una exigencia en calidad de contenido y también se desata de una responsabilidad impuesta por un público.  Me tranquiliza saber que no siento una necesidad por hacer un post todos los días.

Honestamente, no tenía muchas intenciones de incursionar en la música nacional cuando comenzó DTTR. No la incluímos en nuestro espectro de cobertura porque ignoraba lo que estaba germinando en lo más profundo de San José. Para mi, la música nacional se definía en esas bandas que vivían de su fama y de sus hits y que se presentaban de vez en cuando en Jazz Cafe.

Ignoraba de las grandes cosas que se estaban gestando. Fue ya en mis 20’s donde la vida me llevó a El Lobo Estepario, un lugar que se estableció como epicentro dentro de la comunidad de la música «underground» local. Ese día tocaba Las Robertas, despidiéndose hacía una gira junto a Zopilot.

Las Robs sacudieron a la audiencia durante una hora, y su conjunto me llevó a otro plano dimensional del ser. Pero al final de todo, su acto era recta pureza. Una noche explosiva que había dejado a la gente balanceándose. En ese momento aprecié otra imagen de la música nacional, una más cruda, más arraigada, más honesta e impactante de lo que había experimentado aún.

Aplaudí tan duro durante su última canción que alguien me habló y se presentó. Yo le dije mi nombre y le conté que tenía un blog. “¡AH! ¿Ese sos vos? Pues me encanta, solo que deberían incluir más de estas bandas. Pero mucho gusto, seguí haciendo las cosas bien”. Nunca pude identificar a esa persona.

Desde ese momento, comencé a meterme más con la escena costarricense. DTTR me ha permitido entrar y digerir las realidad de la escena musical independiente del país. La importancia de estar apoyando a las bandas, movimientos e iniciativas que te gustan es algo que desearía haber masticado desde mucho antes.

Parte de mi objetivo con DTTR es eso: cubrir, informar y criticar para que los qué apenas se aventuran con la música nacional, puedan descubrir qué les gusta y que decidan qué apoyar. Afirmar que no hay buena música en Costa Rica es como decir que no tenemos buenos novelistas y artistas en general: es una idea melosa, fácil y poco original.

¿Por qué dedicar tantas horas a la difusión del arte es importante? En mi caso porque la música puede envolverlo a uno de sentimientos que nunca pensó poder tener y ninguna otra cosa en el mundo puede proveer. Me acuerdo que el Wolfgang Amadeus Phoenix me ayudó a superar una ruptura, probablemente la más dura que he sufrido. Al momento fue algo que simplemente llegó, eso es lo especial de la música: Te impacta cuando uno menos lo espera pero cuando más se necesita. Privar a muchos de música para que puedan construir sus propias experiencias y emociones es algo egoísta.  

A 5 años del nacimiento de DTTR, la lucha, por supuesto, sigue siendo cómo mantener la estética original de selectividad. De forma orgánica, siempre buscamos involucrar a muchos aficionados a la música indie en Latinoamérica y buscar la forma de que el sitio sea una de sus referencias musicales primarias. Intentar bajarle el perfil es hacer el ridículo, intentar pasarse de la raya es el reto.

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