En la tercera y última entrega de esta serie, Carlos Arrieta nos cuenta cómo planear el Bonuska Fest fue más que una odisea: fue una experiencia que marcó la vida de Bonuska.

La odisea comenzó a las 7:00 am del sábado 20 de agosto. La bola de nieve empezó a rodar y teníamos claro que no terminaría como mínimo hasta después de la media noche.

A las 2:00 PM, pasados por mucha agua, me percaté de que estábamos listos para empezar. Teníamos la miniferia montada, las pruebas de sonido habían terminado, los dos escenarios daban luz verde y la lluvia comenzaba a parar; de alguna forma nos ganamos media hora que fue un generador de paz.

Así empezaron las diez horas de gloria, en las cuales se mantuvieron activos los cuatro chats para poder mantener todo en coordinación. Brenda se encargaba de dirigir el equipo de fotografía y producción audiovisual; yo me encargaba de mantener en movimiento al staff de producción general.

Aunque está de más decirlo, el festival implicó el horario más complicado que hemos coordinado en toda la vida, principalmente porque determinar quién abre un festival no es simple. Todos quieren tocar en las “mejores” horas. Sin embargo, en el proceso tuvimos que entablar una negociación con las nueve bandas, a las cuales se les tuvo que explicar que habían dos conceptos dentro del festival.

Comenzó Arío Rojas, un artista de pop que divide su vida entre Costa Rica y Los Ángeles, donde estudia.  Lo conocimos en nuestro primer chivo como Bonuska, en aquel momento era el vocalista principal de la banda Glaciares y estaba acompañando a 11:11 en una mini gira nacional.

Posteriormente le tocó el turno a Fonk Norris, una banda Ramonense que a pesar de que llevan poco tiempo en tarimas han dado de qué hablar y  en muy poco tiempo se ganaron nuestro aprecio. Fonk es una banda que no solo contiene mucha energía, sino que a nuestro parecer aún no se han percatado de lo particulares que son.

De tercero en el cronograma estuvo Libélula Pequeña. Cuando los escuchamos por primera vez no nos fascinaron, lo cual en nuestro caso se torna una tendencia. Tiempo después la banda incorporó a Luigi Alfaro (baterista de Fonk Norris) y el color cambió; recuerdo específicamente una presentación en Sarchí para el Festival Farol en el que tuvimos que silenciar el entorno y sólo prestar atención a lo que sonaba.

Su sonido evolucionó sustancialmente en muy poco tiempo. Una banda que llevaba muchos años a cargo de Héctor Paniagua (bajista), parecía que se comenzaba a alivianar en lo que los demás músicos estaban aportando.

Posteriormente, Libélula Pequeña volvió a sus raíces, reintegrando a los gestores del grupo que lo antecedía, Danta Director. En ese momento ya no había vuelta atrás, su sonido se hizo notar más que nunca y actualmente son una de las agrupaciones más importantes y más sólidas de la zona de Occidente.

En el cuarto lugar estuvo Jug Bundish. Estuvimos en su primer aniversario simple y sencillamente porque la intriga no nos dio a más. Necesitábamos percibir a tiempo real y no solo escuchar en Soundcloud. Rápidamente se volvió un grupo importante para nosotros, vimos en ellos aunque de forma muy subjetiva un inmenso futuro.

Proseguimos con un pequeño bloque de audiovisuales y continuamos con el segundo bloque musical. Oli’s (Bar donde se realizó el Festival), es sumamente extenso y nos dio la posibilidad de contar con dos escenarios, lo cual le daba cierto valor agregado, ya que nos permitía separar los espacios sin sacar a la gente del ambiente del Fest.

Las puertas del salón no se abrieron hasta las 7:00pm. Afuera, la gente descansaba sus oídos, algunos hacían una pausa a la fiesta, otros veían los audiovisuales y uno que otro se asomaba a ver la otra parte del bar en la que se realizaría la segunda parte del chivo. Adentro, todos corríamos con detalles finales de preparación para las últimas cinco horas.

Listos. Brenda y yo nos topamos de frente luego de casi cuatro horas de no tener un momento para hablar en paz y nos hacemos sentir tranquilidad, nos repetimos mutuamente que todo va salir bien y seguimos cada uno con su parte.

Abren las puertas y casi de forma paralela 11:11 da inicio. El trío más importante para nosotros, principalmente porque dentro de su formación está Genfin Jiménez (el bajista, conocido como Canfin), quien se podría decir que ha sido casi que un padre adoptivo. Una de las personas más importantes en nuestras vidas a partir del 2015.

Sin embargo, no solo los consideramos profesionales y familia, sino que también les guardamos un amplio respeto por la labor de unión que tienen. 11:11 dio el chivo que Occidente esperaba de ellos. Estimulantes pero sutiles.

Actualmente, son una de las bandas capitalinas que hace que público local haga click. Una de las pocas que han obtenido más que reconocimiento, sino cariño en la gente.

Luego de ellos, en tarima estuvo iO, una banda de Grecia con casi 10 años de existencia haciendo las cosas bien. Cuando los escuchamos por primera vez en vivo supimos que tenían que estar en nuestro festival de una u otra forma, y fueron todo lo que esperábamos. Un derroche de energía puro desatada por cuatro personas que saben bien que sus canciones son como himnos en Occidente.

De antepenúltimo en la lista estuvo Magpie Jay. Cuando hicimos el festival teníamos algo muy claro, y era que si incorporábamos bandas de todo tipo de géneros tanto de Occidente como de San José no solo alcanzaríamos más público sino que también generaríamos una unión de personas concentradas en un mismo lugar con un mismo fin.

Magpie Jay es una banda que nos ha permitido un acercamiento distinto. Mediante su miembro fantasma, Antonio Rodríguez, creamos un vínculo bastante especial. Tuvimos la oportunidad de ser parte de sus primeros acercamientos a Occidente y vimos en el Festival una oportunidad para que pusieran la cereza en el pastel.

A pesar de que la escena musical costarricense está divida por criterios, tendencias y demás, no nos importó mucho. Sabíamos que ellos estaban dispuestos a estar presentes para hacer lo suyo y que el público iba responder.

Acercándonos al final me tocaba subirme al escenario, seguía Kaiser Moon y yo estaba un poco nervioso porque días atrás había estado mal de salud; la verdad tenía miedo a “empalidar”. Los Kaiser me raptaron al final del chivo de Magpie, dos stage manager me dieron 10 minutos libres y me escapé por un momento de maniobrar la escultura.

Hecho el ritual Kaisermoneano, nos subimos a tocar. Al momento de empezar tuve sentimientos encontrados. La última vez que había tocado en ese lugar había sido para el tercer aniversario de la banda, pero ahora para el Bonuska Fest tocábamos con un nuevo baterista, Diego Morales, batero de Sophia y de la desintegrada banda Kogard. Aunque el “Negro”, como le decimos de cariño, me hacía sentir confianza, alcanzaba a ver a nuestro Drum Tech de esa noche, Giovanni Lobo, ex baterista de Kaiser Moon.

Cerré los ojos por instante, el chivo empezó y supe que todo estaría bien. Cuando lo noté ya habíamos terminado. Lo único que tengo que decir es que lo disfrute como nunca antes, pero para mi mala suerte la odisea no terminaba, al menos no para mí porque faltaba la última banda.

Llegó Ave Negra, una de las bandas de punk rock más importantes en la nueva generación de música costarricense y de las cuales estábamos más felices de poder tener. No solo por lo que representan, sino porque no habíamos tenido muchos acercamientos a la escena punk nacional y con su guitarrista Fede Salas principalmente habíamos encontrado un compa más que un colega.

Estábamos a una hora de terminar y ya nada podría salir mal,  pero en esta vida asumir cosas es un riesgo. Tuvimos que estar concentrados hasta el final para poder sacar a la escultura caminando, esto aunque tuviéramos que pasar por encima de varios egos resentidos.

Luego de meses de trabajo, todo terminó. Al menos su parte práctica, ya que como un buen proyecto planificado quedaba toda su post-producción, y aún más importante, quedaba un conteo financiero.

A las 5:00 am por fin hubo calma, tal vez no mental, pero al menos física. La mayoría de los músicos estábamos en el Hotel Jucahuje en Sarchí, en lo que se conoce como el “after party”. Aunque ya muchos se habían rendido ante Morfeo, algunos alcanzamos presenciar el inicio del amanecer.

A la hora de la hora, Brenda y yo comenzamos a sacar cuentas junto con Guiselle Badilla, quien eventualmente notificaría la noticia a la Asociación mediante el depósito final acompañado del Informe Financiero.

Si soy muy sincero, todos teníamos una fuerte sonrisa en el rostro, ya que los estimados indicaban que al festival asistieron aproximadamente 300 personas, sin contar lo que se conocen como “influencers” o “líderes de opinión”, los cuales en su mayoría pertenecían o al staff o al colectivo de músicos que serían parte de dicha fiesta.

En total, entre patrocinios e ingresos netos logramos obtener ¢1.231.000, lo cual no era muchísimo dinero pero era suficiente para hacer viable el festival, ya que los gastos llegaron a 616mil colones. Es decir, la donación final de Bonuska a ACOFIQUI fue de 615mil colones.

El festival tuvo un colchón en el cual reposar financieramente, ya que aunque no habían tantos patrocinadores que pusieran dinero sobre la mesa, habían muchos aportes que recortaban gastos, lo que simbólicamente se convertían en ahorro (ver doc. adjunto).

Sumado a esto, logramos captar la atención de muchos medios de comunicación, entendiendo que todos son importantes dentro de su propia función. Estábamos respaldados por medios escritos, de radio, de televisión, digitales e independientes. Tocamos todas las puertas a las que teníamos acceso e inclusive las que no.

Esto significó que al menos durante al menos los últimos 15 días tuvimos la oportunidad de publicar entre una y dos notas de prensa por día, es decir expandimos nuestro público meta hasta más no poder.

El Bonuska Fest en pro a Acofiqui simplemente fue la mejor decisión que pudimos haber tomado en el 2016, no solo porque involucró muchos aspectos hasta de nuestra vida personal sino también porque subimos nuestra propia balanza de lo que podemos llegar a hacer a nivel regional.

Tal vez fue tan especial para mí porque esa noche tenía a todas las personas importantes en mi vida, y todas disfrutaban de lo que habíamos creado. Lo que habíamos recuperado de nuestros años de colegio y convertido en algo especial.

De vez en vez cierro los ojos y se me eriza la piel de sentir momentos tan reales de esa noche y saber que todo ha cambiado desde entonces, saber que Bonuska ha servido para unificar a una generación y colaborar al crecimiento artístico de una juventud que quiere creer que Costa Rica puede ser un mejor lugar para vivir es un sentimiento indescriptible.

Al final, todo tuvo sentido. La armonía de la noche era más unificada que cualquier armonía sonora que pudiese haber soñado, fuimos cerca de más de 300 personas unidas por un sentir común; y al menos más de la mitad compartiendo el amor por alguien que físicamente ya no está pero que vive.

El Bonuska Fest fue la explicación perfecta de que la materia nunca muere, solo se transforma, Nicole sabía que todo era en su nombre y estoy absolutamente seguro que danzó como un ser supremo entre todos los presentes.

Fueron diez horas de gloria que nunca jamás olvidaremos, y que estamos seguros que nos servirán para lo que venga de ahora en adelante, tomando como punto de partida una creencia; todos los seres humanos necesitamos aferrarnos a algo, yo me aferro a Nicole.

Fue hermoso.

 

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