El sonido puede jugar un papel tan importante como lo visual. Así lo evidencian Shinsekai Yori, Mawaru Penguindrum y Hibike! Euphonium al utilizar la 9na Sinfonía de Dvořák. 

Es muy común que la música en el anime sea utilizada para imponer un cierto estado de ánimo en la audiencia. Sea que armonice con la parte visual del medio o desentone con ella, lo cierto es que es una valiosa herramienta emocional. Este es, sin embargo, sólo uno de los varios usos que se le puede dar al “audio” en lo “audiovisual”.

La música no tiene que ser necesariamente de fondo: esta podría existir dentro del mundo del anime mismo. La elección de una pieza puede tener implicaciones para la narración, al igual que puede ser usada para expresar estados de ánimo de un personaje, de otra forma invisibles.

Hay una pieza que lo ilustra muy bien: la Sinfonía nº 9 de Antonin Dvořák, específicamente el 2do movimiento. 

Como la misma Kumiko de Hibike! Euphonium explica, esta pieza fue compuesta por el checo mientras estaba en Estados Unidos, a miles de kilómetros de Bohemia, su tierra natal. Por eso se le conoce como “Sinfonía del nuevo mundo”: es una mezcla entre la nostalgia del pasado y la expectativa del futuro; del hogar, tan distante en el tiempo y el espacio, y de las nuevas tierras por explorar, con toda la amplitud y belleza que podrían albergar.

Esta sección de la sinfonía aparece en al menos tres animes distintos, jugando un papel distinto en cada uno de ellos: Shinsekai Yori, Mawaru Penguindrum y el ya mencionado Hibike! Euphonium. De esta forma podremos ver cómo una sola herramienta puede decirnos muchas cosas distintas dependiendo de la relación en que se ponga con lo visual y lo narrativo de fondo.

La pieza aparece ya desde una de las primeras escenas de Shinsekai Yori. No por nada el título del anime es el nombre en japonés de la sinfonía (“Desde el nuevo mundo”). En ella se pueden ver las siluetas de varios niños jugando en las afueras del pueblo. Al fondo, los campos de arroz cubiertos por agua reflejan las diferentes tonalidades de púrpura que forman ese atardecer.

 

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La historia de este anime transcurre en una distopía. Para mantener la paz intacta, los humanos que son incapaces de contener sus emociones más fuertes, o de ventilarlas de formas poco peligrosas, son eliminados físicamente y de la memoria del pueblo. De este y muchos otros hechos horribles se va enterando la protagonista conforme va conociendo su hogar. Cuando está por esconderse el sol, comienza a sonar nuestra pieza, pero no suena de fondo, sino que sale de unos parlantes puestos por doquier en el pueblo. Todos deben volver a sus casas justo cuando empiece a sonar.

Pero evidentemente la melodía no afecta solo a los personajes, sino que nos afecta a nosotros como espectadores: el fondo morado, inquietante, desagradable, como si algo estuviera mal; los campos de arroz con sus infinitos reflejos de nada, una ciudad de espejos, de secretos y de apariencias.

Por contraste suena una pieza nostálgica, de mucha belleza y claridad. Aquí la Sinfonía del nuevo mundo viene a reforzar ese sentimiento de que algo anda mal, pero que eso que anda mal está enmascarado. Para nosotros, los espectadores, la sospecha es la única opción: “Esto no puede estar bien”. La melodía suena, no porque los niños piensan en su hogar, sino para que los niños piensen en su hogar.

Hay un fin detrás de esto. Hay alguien que quiere que ellos actúen de cierta manera; todo es apariencia. Y todo esto ya se intuye desde esa escena, gracias al contraste entre lo que se nos muestra y lo que escuchamos (y sabemos que los personajes también escuchan). Así, Dvořák ayuda a preparar al espectador para lo que viene en términos narrativos, no solo emocionales.

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En Mawaru Penguindrum, al igual que en Shinsekai Yori, la pieza suena tanto para el espectador como para los personajes. Esto ocurre en una escena del décimo capítulo, cuando uno de los protagonistas, Kanba,  intenta rescatar a su hermano, quien ha sido secuestrado por una desconocida hasta el momento. La intención sigue de fondo en este caso, ya que la secuestradora pone a sonar la música deliberadamente mientras repite la pregunta “¿Aún no lo recuerdas?”.

La pieza suena primero por vía de una cajita musical, lentamente y con simpleza. Cuando Kanba responde negativamente a esa pregunta, la cajita es destruida. Esto da paso a unos enormes parlantes sonando a todo volumen, de forma que incluso se distorsiona la armonía de la música y hace daño a los oídos del protagonista. Se abre, al mismo tiempo, una serie de pasillos con gradas que descienden.

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Las paredes tienen un patrón rayado, blanco y negro, que refuerzan el sentimiento de distorsión. Conforme el protagonista baja los pisos, la música se va haciendo más fuerte y, por lo tanto, más desfigurada. Con este uso de la sinfonía de Dvořák, se comprende que la secuestradora busca llegar a lo profundo de Kanba, aunque sea a la fuerza. Muy oculto en su interior, existe un recuerdo.

La pieza esconde su melodía en la distorsión, lo que provoca que solo los bajos suenen. Los graves, sumados al descenso, nos indican (y también a Kanba) algo en el pasado, algo nostálgico, hogareño, familiar, pero que ha sido perdido y empolvado por el tiempo, así como el destino y lo inevitable. Nuevamente se utiliza la música como dispositivo narrativo.  No obstante, esta vez, en lugar de ocultar, lo que busca es sacar a la luz y revelar algo escondido.

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Por último tenemos la escena de Hibike! Euphonium, al final del tercer capítulo. En esta ocasión la música no suena con fines de manipulación. A diferencia de las otras dos, aquí es una de las protagonistas mismas quien la hace sonar a través de su trompeta. Al pasarse a un colegio especializado en música para seguir mejorando en esta disciplina, Kousaka Reina espera que los demás miembros del club de música en conjunto sean buenos en lo que  hacen.

Lo que se topan ella y Kumiko, quien fue su compañera en la banda pasada, es todo lo contrario. La mayoría de los miembros, a pesar de haberse comprometido a concursar a nivel nacional, no practican nada, desentonan y no siguen bien los tiempos.

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A Kumiko le cuesta varios capítulos comprender lo que siente Reina en ese momento: las palabras que más resuenan después de ver este anime “Quiero ser mejor”. Y querer ser mejor en una disciplina grupal puede ser algo trágico, porque si los demás no tienen el mismo espíritu que uno, de nada sirve tanto deseo.

Es esta desesperación lo que hace a Reina subir a lo más alto de  su escuela y comenzar a tocar nuestra Sinfonía del nuevo mundo, a todo volumen. Después de todo, este es un personaje con pocas habilidades sociales, por lo que encuentra en la música la forma más clara de expresarse. Y lo logra, no solo para Kumiko, quien tiene en ese momento, al escucharla, un cambio de actitud completo, sino también, nuevamente, para nosotros los espectadores.  De todas las piezas que pudo tocar en un momento como ese –una que expresara ira, o decepción– lo que decide tocar es el Largo de la 9na de Dvořák.

Resulta que una de las que lo comprende es Kumiko: están en un nuevo mundo desconocido, pero solo pueden seguir explorándolo, esperando encontrar la belleza que buscan. Mientras toca, el sol desaparece en el horizonte, aguantando hasta no poder más, brillando aun en sus últimos segundos en el cielo.

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Cuando termina de tocar, lanza un grito con todas sus fuerzas. Más que un grito de frustración, es una aceptación del reto. Las estrellas toman el lugar del sol, e iluminan la noche. Kumiko, narrando, dice: “Ese día nos fuimos a casa sin decir otra palabra”. Y nosotros, como audiencia, tampoco necesitamos más palabras.

La secuencia nos dijo todo lo que debía ser dicho. Y pensando como un director de anime, ¿qué otra forma habría de presentar los sentimientos de un personaje que casi no habla (al menos en esta parte de la serie)?, ¿qué otra forma habría de que ella impregnara a los demás personajes de su espíritu, si no por la música?. Así, para las personajes, la parte de audio también puede funcionar casi que como diálogo.

Así queda claro que la música no debe ser relegada a un simple moodsetter, sino que, usada correctamente, puede hacer avanzar la trama e incluso decir lo que no puede ser dicho con palabras. Por eso, al ver anime, cabe siempre prestar atención tanto a lo visual, como a la otra mitad que lo acompaña: el sonido.


Imágenes del anime «Antonín Dvořák» – Imagen de portada adaptada con fines editoriales.

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