El machismo afecta a los hombres al delimitar sus formas de exploración corporal.

Si el cuerpo del costarricense fuese un destino turístico, el ano y los placeres que de él se derivan son los lugares menos visitados por los labriegos sencillos. La masculinidad hegemónica se limita a la cultura del mete-y-saca y las ficciones pornográficas de Extra TV  o Internet. Por esto mismo, aprovecho para revisitar este paraíso tan satanizado por la fobia corporal de quienes rechazan la autoexploración, sea por miedo, posturas moralistas o simples interpretaciones bíblicas.

Si algo desmotiva el disfrute y expedición del cuerpo es el miedo a esos lugares que desestabilizan las creencias en torno a la sexualidad del macho y, por ende, sus paisajes ocultos. ¿Quién no ha escuchado sobre el temido examen de próstata y la atmósfera de burla en torno a él de quienes niegan rotundamente hacérselo hasta que mueren por ello?

Antes de seguir, ¿dónde está la próstata y qué funciones desempeña tal glándula gradualmente tabú o antojadiza? La próstata, espacio erótico desconocido o ignorado por muchos, está debajo de la vejiga y rodea la uretra.

La glándula prostática permite el paso de los espermatozoides desde las vesículas seminales hasta la uretra. Además, es ahí donde se secretan diversas sustancias para la sobrevivencia de lo que el Marqués de Sade llamó en La flor del castaño: «prolífico semen que la naturaleza tuvo a bien colocar en los riñones del hombre».

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Mural en Pompeya. ¿Arte costumbrista?

La educación sexual no debe subestimar la enseñanza de la ubicación y función de un órgano tan accesible, y además sensible, como la próstata. Sin embargo, no sería extraño si en las aulas de los colegios estos se estudian vagamente con láminas higienizadas y congojas pedagógicas, dirigidas únicamente a un conocimiento biológico ajeno y descorporalizado del placer. El resultado de esto es la evasión a la estimulación anal y, por consecuencia, en temor de si el gusto por el masaje prostático evidencia una masculinidad fallida para el proyecto heterosexual.

El ano y la próstata son esos lugares recónditos en la sexualidad del hombre cis. Para muchos, son prueba de una machitud «inquebrantable», pues entre menos visitadas y más desconocidas esas zonas, más virilidad. Pareciera que solo en contextos médicos es aceptable la exploración de esas zonas, y aún así se trata de forma discreta e huidiza -cuando no homofóbicamente- capaz de generar bajas en la economía costarricense. ¡Que lo digan los vendedores de yuca durante la polémica del paciente en la Caja Costarricense del Seguro Social ante un acto antiético!

¿Qué es lo que hay detrás de esa mala fama hacia destinos tan placenteros como el ano y la próstata? Simple: el miedo a convertirse en un visitante recurrente; cliente frecuente cada vez más ambicioso de un orgasmo liberador y potencialmente mejor que aquella eyaculación panfletaria del manual patriarcal. ¿Si se disfruta del placer prostático, se es homosexual invariablemente? No. Hay una diferencia entre orientación sexual y disposición corporal del placer: todas y todos deberíamos disfrutar de esos paraísos carnales sin asociarlos a una práctica específica de una orientación sexual.

Pero para quienes retan la norma heterosexual saben que quienes no conocen su ano tampoco conocen potencialmente sus estados limítrofes de placer; esos lugares donde la excitación y la libido desconocen moralidades y terminan en implosiones inevitables.

Por otra parte, el ano y la localidad de la próstata son, para el imaginario del machirricense, lugares de ejercicio o pérdida de poder.

Es así como, estos destinos corporales son asociados a la debilidad y «feminización» de quien es penetrado, asociación pensada desde la lógica patriarcal de ese alfa penetrador. Este pensamiento que rige sólidamente las relaciones entre hombres que tienen sexo con hombres y que termina en un prejuicio y limitación de las regiones húmedas y satanizadas del cuerpo: la próstata y el ano.

De Eric Fischl, "Friends, lovers and other constelations".

De Eric Fischl, «Friends, lovers and other constelations».

Esencial Costa Rica  es la marca país de nuestro territorio. Pero, ¿cuál sería el nombre de nuestros destinos corporales? ¿Masculinidad costosa? ¿Esencial pene? ¿Placer eclesiástico? La primera describe una masculinidad que arriesga la libertad de la exploración sexual; un costo con el cual podríamos morir por prejuicios y mitologías.  La segunda nos presenta como militantes de una genitalidad mural que no nos permite ver más allá del pene. La tercera expone una verdad lamentablemente cierta en todas las latitudes: la Iglesia aún nos construye cercas y áreas restringidas en nuestros propios cuerpos… la idea del cuerpo como templo de Dios debe destruirse ante el cuerpo como campo geográficamente sexual.

La expedición hacia zonas anales debe ser gratuita, jamás forzada, pero tampoco impedida. Actualmente no es ni gratuita, pues el costo de conductas poco acordes al prototipo de macho es la marginalización. Por ende, es una acción culturalmente prohibida la cual las personas conscientes de su cuerpo y disidentes de una restricción corporal han combatido a través de la promoción de la educación sexual. No una que pretenda derivarse de las enseñanzas virginales e inmaculadas de personajes sesgados, sino de aquella que entiende el placer como un terreno tristemente inexplorado, urgido por la excavación humana de las experiencias más esenciales de lo que somos.

Las mitologías alrededor del punto P (pe de próstata) van desde «solo gays pasivos lo hacen» hasta «los heterosexuales que lo practican terminan siendo homosexuales», cuentos que se dicen en la confianza de la ficción y el temor de la experimentación. Ni una ni la otra.

Una historia para no contar. "Dos hombres" de Lucian Freud.

Una historia para no contar. «Dos hombres» de Lucian Freud.

La orientación sexual, la etnia, la religión, la clase social, el género y otras condiciones no deben dictar qué se puede y qué no; ni decir cuáles orgasmos son permitidos y cuáles son prohibidos; cuáles prácticas son higiénicas y refinadas y cuáles marginales; qué eyaculación es aprobada por la Santa Iglesia con sus dóndes, cuándos y con quiénes, como si existiese una Inquisición sexual que, ante una posible existencia, nuestra posición debería ser de resistencia: masturbarnos y coger con el único límite del bienestar personal y ajeno, el placer del conocimiento.

En La ruta de su evasión de Yolanda Oreamuno, por ejemplo, los personajes  Esteban, Álvaro y Gabriel son la evidencia de las masculinidades hegemónicas y sus consecuencias. Esas capaces de asfixiar y acorralar a quien desee ir más allá de las tradiciones poco creativas de la sexualidad establecida. Ante lo cual, solo resulta una muerte en vida o incluso la autodestrucción, la dejadez y el desamor como forma de evasión.

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En realidad, no hay forma absoluta de representar la masculinidad. Esta fotografía de Yann Faucher lo prueba.

El tico ante los lugares inevitables del ano y la próstata irá conociéndose conforme la Sexualidad, con ese mayúscula, se alíe con las luchas feministas. El costarricense se dará cuenta de las contradicciones dentro de las disposiciones patriarcales  y advertirá que su ano es un aliado contra la restricción corporal.

Además, un destino de placer disidente ante la cultura del mete-y-saca y la supremacía del pene, que aunque parte importante del placer no es el único lugar posible.

La estimulación anal, ya sea con los dedos, juguetes sexuales o incluso un pene es un acto político que se opone a la reglamentación de la sexualidad y flexibiliza los límites del placer. No se trata de vender lo que la lógica interna de estas ideas presentaría como turismo anal.  Más bien consiste en quitar alambres de púas imaginarios y rótulos de restricción a esos lugares que como humanos disponemos y no deberíamos de censurar por su carácter gratuito.

 

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