Nacer mujer no siempre significa nacer con vulva. Victoria quiere una vagina feminista para combatir el falocentrismo.

Quisiera tener una vagina. Una vagina que chorree, que dilate, que sienta y provoque placer; quiero tener una vagina que menstrue, una vulva que sea usada como símbolo del feminismo, quisiera tener una vagina para parir. Quisiera haber nacido con una para no ser tan discriminada por cosas tan triviales como la identidad de género.  Aunque tal vez sería como esas personas que hablan de las experiencias de otras cuerpas como si fuesen las suyas, como si las conocieran o entendieran, y explicaría desde mi perspectiva de privilegio por qué viven mal, seguro hasta las marginalizaría, ha de ser muy fácil vivir así.

Es tan fácil apropiarnos de otras vivencias, usemos un ejemplo sencillo: La autoestima de la que nos hablan en el colegio. ¿Se acuerdan las largas horas sentadas en los gimnasios donde nos hablaban acerca de anorexia, bulimia y una doña que comía una hoja de lechuga al día?

De pronto, todo el personal del centro educativo era experto en temas de depresión, desórdenes alimenticios, psicología adolescente y por supuesto, amor propio, el cual por definición era que para amarte tenías que ser delgada, debías enfrentar esos problemas de peso por medio de ejercicios y dietas, jamás ser gorda. Yo fui una de las tantas compañeras con anorexia y cuando lo dije me desacreditaron porque claramente -al tratarse de un desorden alimenticio- yo no podía reconocer que lo sufría, alguien tenía que hacerlo por mí, se apropiaban de mis demonios y por medio de sus vivencias intentaban exorcizarlos.

Ahora imaginen cuando alguien dice que yo siento estar en el cuerpo equivocado por ser una mujer transgénero, o que es falta de amor propio querer tener una vagina porque yo tengo que amar mi pene (#QueVivaElFalocentrismo). La mayoría, por no decir todas, hemos tenido un deseo de querer ser una mujer ideal, las trans, las cis y las demás. Desde mi vivencia había decidido hormonarme y dañar poco a poco mi cuerpo, luego vino el maquillaje, los tacones, los colochos perfectos, la producción completa.

Todo para reforzar que yo necesitaba sentirme y verme como una mujer. Desde pequeña tenía una idea clara de lo que era una mujer según esta sociedad, una mujer hermosa que callaba y no daba su opinión, madre, esclava, esposa sumisa. Poco a poco, por medio del feminismo -una herramienta que se nos ha negado a las trans- destruí mis ideales femeninos machistas y entendí que las decisiones que yo tomaba sobre mi cuerpo eran mías, no de una normatividad trans o cis-hetero.

Hablemos de feminismo y personas trans, en un principio le dije a una amiga que mi artículo era este:

Las Trans y el Feminismo

No existe relación.

Fin.

Son dos mundos diferentes, que seas mujer no significa que seas parte del movimiento, que tengas consciencia de género. ¿Quién tiene la culpa? Todas. La inclusión de la que tanto se enorgullecen no pasa de invitarnos a las marchas, a dar una que otra charla para escuchar el estado de violencia en el que vivimos y tomarse una foto para luego subirla a redes sociales, ah y las miles de entrevistas para trabajos universitarios donde te terminan tratando de él, te pregunta de tus experiencias sexuales y de tu pene… de vuelta al falocentrismo.

Por nuestra parte, a las trans se nos olvida que nos criaron como hombres, machos, hijos del patriarcado y no nos gusta dejar ir ese privilegio cuando hacemos una transición física. El activismo se vuelve en una competencia, la que grite más fuerte y le pegue a la mesa más duro gana. Luego se trata de establecer la violencia como transformatividad, una que dicta que solo se es trans si transiciona, solo se sufre si se es puta y drogadicta, solo se defienden si viven en y de la calle, finalmente: solo se es feliz si se tiene pene.

Mutilaciones, así le decimos a una cirugía de confirmación de sexo. Que una mujer pueda decidir sobre su cuerpo y qué la hace feliz se llama mutilación, porque se está destruyendo un glorioso y codiciado pene. Sin embargo, cuando un hombre trans decide operarse no le llamamos mutilación ya que es una vagina, se considera que no hay nada para destruir. Si usted se ama no se va a quitar eso que le guinda en medio de las piernas como un trofeo.

Vamos, sáquelo y sacúdalo.

Acarícielo.

Que la sangre fluya a través de éste

Que rico placer y sensación de Poder viaja por su cuerpo en este momento

Sienta la firmeza de su pene

Penetre e imponga su fuerza sobre las demás personas

Para eso lo tiene, para usarlo como espada en la lucha.

¿Todavía no le parece patriarcal querer meter su pene en una lucha feminista que apoya la decisión de una mujer sobre su cuerpo?

Somos mujeres con pene, sí, pero no todas queremos serlo, no porque deseamos ser “más mujeres”, por falta de amor propio o por imposiciones sociales, a veces una no se identifica con esa parte del cuerpo. Me sigue perteneciendo, no lo odio, lo uso (y es bastante útil), pero no significa que estoy obligada a quedármelo. Es algo que me ha costado mucho entender, hay días que lo quiero tener y hay días en los que quiero una vagina.

Nadie se cuestiona, ni nos gusta cuestionar a quienes imponen su pensamiento sobre los demás. Nos da miedo ofender. Deberíamos enseñarles a las mujeres que tener vagina está bien, que también es una señal de fortaleza, a tocarnos y a no tenerle miedo a nuestros cuerpos, que se puede ser feliz siendo mujer trans y con vagina. Es un principio del feminismo; apropiarse del cuerpo y decidir sobre este.

Quisiera tener una vagina. Una vagina que sea respetada, que no sea rechazada o violada, quiero tener una vagina porque es mi decisión tener una, porque amo mi cuerpo y me amo a mi misma, quiero tener una vagina que inspira fortaleza, sororidad y apropiación.


Las ilustraciones fueron hechas por Victoria Rovira.

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