El pasado 9 de enero la Corte Interamericana de Derechos Humanos deliberó por unanimidad, en una opinión consultiva solicitada por la entonces vicepresidenta de la República, que Costa Rica debe reconocer y garantizar todos los derechos que deriven de un vínculo familiar entre personas del mismo sexo.

Este resultado polarizó la opinión de las personas en el país, por un lado, se evidenció un grupo apoyaba la sentencia de la Corte y el otro lado un grupo opuesto, dentro del cual surgieron discursos de odio naturalizados por parte de algunos que expresaron, incluso en diversos medios de comunicación, que las personas homosexuales debían estar muertas según la Biblia.

Estos hechos dieron paso a que el discurso de odio, el mismo que siempre ha existido, se legitimara. Lograron devolvernos al “clóset” a quienes ya estábamos fuera de él y silenciar a quienes pensaron que salir de él  clóset podía ser una opción.

Cuando vi la noticia por primera vez, pensé en todas esas bromas sexistas y machistas que mi círculo de amigos homosexuales y yo reproducimos para referirnos de manera despectiva a nosotros mismos y a otras personas.

Mis amigos piensan que yo soy ¨la puta¨ o ¨la zorra¨ del grupo. Ellos piensan de esta manera porque conocen sobre mis conductas sexuales disidentes de la norma hegemónica: porque me cuestiono la monogamia y porque pienso que el amor romántico no es la única forma de construir vínculos afectivos con otras personas.

Con la opinión consultiva de la Corte pude entender que nuestros comentarios iban a dejar de ser una broma inofensiva. Personas como yo nos íbamos a convertir en “putas” institucionalizadas.

Pocos días después de la resolución, conversé con mi familia al respecto y, también, pude reconocer que ellos ahora esperan que me case y viva en monogamia por el resto de mi vida con la persona que llegue amar. Esta situación me convierte en un “solterón”.  

Tengo casi 33 años y, como muchas personas más de mi generación, tuve acceso a una educación formal. Mis oportunidades de trabajo estable siempre han sido reducidas, en otras palabras: la ¨pulseo¨ todos los meses para no llegar con los bolsillos vacíos a la última quincena.

Ahora, a todas las obligaciones cotidianas debo sumar que, como ciudadano de segunda clase debo casarme como vía única y correcta para lograr mejorar ese «estatus» que la sociedad me atribuye. Pensar en el matrimonio, que es un modelo heteronormativo, que además perpetúa el patriarcado, como la única opción de poder vincularme con otras personas sentimentalmente.

En términos afectivos, nunca he tenido una relación sentimental estable de más de un año. Mi último conato de relación afectiva duró tres meses y fue, durante ese tiempo, mayoritariamente imaginaria.

El autor como Perica Poppers, su personaje drag.

Me asusta la idea de que nunca nadie me enseñó a cómo construir una relación sentimental sana, basada en el cuidado propio y de los demás. Nunca nadie me enseñó a cuestionarme la masculinidad tóxica naturalizada en mi cuerpo. Porque, a diferencia de lo que piensan algunas personas, los homosexuales no estamos exentos del patriarcado.

Mientras que la agenda política avanza en sus objetivos, yo me pregunto ¿a quién benefician estos logros? No tengo respuesta aún, pero nos han hecho creer que nos convendría a todos por igual.

Por lo general, pienso o idealizo desde mis relaciones afectivas con los otros que me rodean en lo cotidiano. Por ahora propongo pensar y sentir mi propia agenda gay con las siguientes características.  

Aspiro a una agenda gay en la que las siglas LGBTIQ no respondan únicamente a categorías institucionales que buscan homogenizar a las personas a las que estas siglas hacen referencia, y que dejan de lado a nuestros cuerpos y nuestros afectos.

Estas siglas solo crean abismos y diferencias entre las personas que supuestamente componen cada una de ellas. Nuestras diferencias son nuestra mayor fortaleza: en la diversidad somos sanos y es en donde podemos encontrar la compatibilidad entre nosotros mismos.  

Una agenda gay que se preocupe de dotar a la comunidad LGBTIQ de equitativas oportunidades de acceso a los bienes y servicios de nuestro país. Una agenda que construya espacios de acompañamiento afectivos para todas las personas LGBTIQ por igual, sin importar su clase social, su apariencia física u otras variables discriminatorias.

Una agenda gay que se preocupe por todas las “locas”, “marimachas”  y “trans” que decidan desplazarse dentro y fuera Costa Rica en búsqueda de una mejor calidad de vida; de forma que estas personas no tengan que ser destinados a la explotación sexual o trabajos sin condiciones dignas como única forma de sobrevivencia (reconozcamos que muchos hombres y mujeres de nuestra comunidad huyen de la discriminación que sufren en zonas rurales o en otros países, y terminan esclavizados en saunas, bares, videos o, incluso, habitando la calle en condiciones paupérrimas).

Quiero una agenda gay que incluya a todas las mujeres que se consideran heterosexuales y que viven con VIH/sida porque, en la mayoría de sus casos, construyen relaciones afectivas monógamas con hombres que mantienen prácticas sexuales con otros hombres, sin que ellas tengan conocimiento ni consentimiento.

Una agenda gay que colabore a la desconstrucción de ese patriarcado que no permite y niega la creación de formas alternativas de afecto. Necesitamos relacionarnos entre nosotros mismos con vínculos que no estén basados en el consumo, el capital económico y el egoísmo.

Aspiro a una agenda gay que no esté constituida por un respeto basado en un discurso de lástima y la misma mirada de inferioridad que otros nos dan.

Quiero una agenda gay que no presuma de sus logros, si para poder alcanzar esos logros tenemos que normalizar nuestra imagen y nuestros cuerpos desde la hegemonía, de forma que complazcamos a los heterosexuales y sigamos contribuyendo a perpetuar el patriarcado.

Dedico este texto a todas esas personas LGBTIQ que el pasado 1.o de abril, durante la segunda ronda de elecciones presidenciales, tuvimos que ir a votar llenos de frustración y miedo por nuestras vidas, amenazados a votar por el partido político que representara la opción que menos odio y contradicciones legitimara en su discurso.

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