“No duele el útero, duele el alma”, dijo la joven víctima de violación en Brasil. Sus palabras están cargadas de un simbolismo que muestra la realidad de las mujeres en la sociedad en la que vivimos.

Cuando escuché la noticia, la oía como una exageración. Al mismo tiempo, recordaba la frase: «la realidad supera la ficción». Pareciera como si la realidad fuera tan decadente y enfermiza, tan corroída, que hasta figuras literarias como la hipérbole ya no se diferencian de lo real.  Es como leer a Gabriel García Márquez, pero más siniestro: Joven de 16 años fue violada por 30 hombres en Brasil, se leía en un titular del diario costarricense La Nación.

En el periódico argentino La Nación se lee: La adolescente violada por 33 hombres en Brasil habló en TV: «Pensé que me moría». En la entrevista, ella resume la realidad de las mujeres en un conjunto de frases cargadas de simbolismos y realidades:

«Cuando desperté, tenía un hombre debajo de mí, uno en la parte superior y dos que me sostenían. Me puse a llorar. Eran muchos, muchos hombres. Había rifles, pistolas y el lugar estaba muy sucio, yo estaba muy sucia».

¿Acaso así no vivimos las mujeres y los cuerpos marginados? Rodeados de hombres por detrás, por delante, por los lados, sujetándonos.  Ellos dirigen nuestras vidas, determinan qué podemos hacer, con quiénes nos podemos relacionar y cómo debemos vivir. Nos penetran violentamente con  discriminaciones e imposiciones ideológicas, institucionales, culturales.

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Interpretemos esos hombres como los que rigen el estado de las cosas: la Iglesia (un hombre debajo de mí) que obstaculiza cualquier discusión (aborto, FIV, matrimonio entre personas sexualmente diversas) a favor de la libertad corporal;  el Estado (uno en la parte superior) quien institucionaliza las discriminaciones mediante leyes y culturas misóginas y sexistas; la sociedad y la cultura (dos que me sostenían) quienes normalizan lo que tanto la Iglesia como el Estado dictan.

Quedamos tal y como lo describe la voz de la joven violentada: «Me puse a llorar. Eran muchos, muchos hombres. Había rifles, pistolas y el lugar estaba muy sucio, yo estaba muy sucia». Quedamos llorando, vulnerables, desoladas.

Pensamos que todo nuestro ambiente está lleno de la mugre de esos hombres (Iglesia, Estado, cultura, sociedad). Nos sentimos culpables de ser nosotrxs mismxs. Vivimos en una sociedad bélica, donde no hay diferencia entre revólveres y penes.  Tampoco hay diferencia entre víctima y cuerpos feminizados (mujeres, gays, trans).

Es como si Brasil sufriera una gangrena causada por su  misoginia. Es como si Brasil fuera un cuerpo territorial feminizado, como si fuera una mujer, y de repente, sus hijos hombres empiezan a destruirla y a destruirse a ellos mismos.

Desde el golpe de Estado contra la presidenta Dilma Roussef por parte de un grupúsculo de hombres blancos hasta la violación de una adolescente, perpetrada por tres decenas de penes enfermizos, sedientos de poder y ajenos de cualquier humanidad y sensibilidad.  

¿Una riña “más” entre pandillas? ¿Un ajusticiamiento “más” en las favelas? ¿Seguirá siendo la mujer un objeto de intercambio? ¿Un botín de guerra? “Ni una menos” exigimos las feministas latinoamericanas. “No duele el utero, duele el alma” dijo la joven sexualmente violentada.

“Cansadas de odio” gritan las mujeres brasileñas en contra de la cultura de la violación. “El machismo mata” y eso lo sabemos, desde Micaela Ortega de 12 años, asesinada por un hombre que le duplicaba la edad en Argentina ; hasta las miles (o millones) de víctimas de acoso en toda la región.

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Estamos en un Estado de miedo, causado por la violencia patriarcal. Violencia que pasa por el cuerpo, por nuestras mentes, y termina en la muerte. Hoy en día desconocemos el futuro de nuestros derechos humanos.

¡Que lo diga Costa Rica con una Asamblea Legislativa plagada de fundamentalistas y cínicos, capaces de negociar cualquier derecho humano por una cuota de poder! ¡Que lo diga Argentina con un presidente incapaz de ver más allá de sus globos e intereses personales! ¡Que lo diga Brasil, que lo diga la Roussef joven violada y violentada por militares, que lo diga la Roussef adulta violentada y desprestigiada por diputados, que lo diga su compatriota  violada y ensuciada por más de 30 hombres!

¡Que lo diga Zamudio y su caminar afeminado en Chile! ¡Que lo digan los feminicidios en los estados mexicanos! ¡Que lo digan las mujeres presas por aborto, que lo digan las mujeres muertas por aborto! ¡Que lo digamos los cuerpos que no importamos!

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,

Hombre pequeñito que jaula me das.

Digo pequeñito porque no me entiendes,

Ni me entenderás.

Estrofa segunda de Hombre pequeñito, Alfonsina Storni

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