No solo están los insultos y los golpes. Hay muchas formas de ejercer poder sobre las mujeres por el simple hecho de no ser hombres.

Rezá por tu alma y yo también rezaré por la tuya.

Cuando das las gracias a Dios ¿también las das por violarnos, quitarnos nuestros derechos y por asesinarnos? A nuestras ancestras, aquellas que nos cargaron en sus vientres, parieron y sangraron por nosotras y las que no, aquellas que decidieron no ser madres o no llegaron a serlo. ¿Por todas ellas das las gracias?

Cuando rezás para que el dinero que gastaste en cerveza se reponga para pagar la casa, para que te asciendan de puesto en el trabajo y la mujer que llamás tu novia un día sea tu esposa, tu propiedad y fértil ¿también rezás por el bienestar de la otra, la amante, la que se metió, pero no sabe que tenés novia?

Cuando cometiste una violencia contra una mujer y culpaste a satanás por tomar tu cuerpo y provocarte tomar malas decisiones ¿la culpaste a ella por cómo vestía, por lo que te dijo, por la manera que su sensual figura te incitaba a hacerla tuya, a hacerle daño? Cuando ella alzó su voz ¿le dijiste loca, fisgona, feminazi, hembrista, regluda e histérica?

Detalle de «En la lavandería», de Anna Elizabeth Klumpke.

Me di por vencida, el odio, la ansiedad y la depresión eran más grandes que las ganas de luchar. Me convertí en parte de la opresión, usé mi voz destruir, criticar, ocultar, humillar y no tanto para construir y ser una fortaleza para mis hermanas.

Fui sumisa para no llamar la atención, y me abusaron. Grité, lloré y alcé la voz, pero me dijeron que tenía que ser silenciada, que volviera a ser la de antes, porque no había sufrido lo suficiente para ser capaz de ayudar a otras.

Sufrí como ser humano y como un animal, me violentaron como a las demás mujeres, era reconocida como una: me golpearon, me violaron, me abusaron como lo hicieron con mis amigas y mis familiares que nacieron con una vulva. Escucharon mi voz y me vieron el pene, me dijeron que aguantara, que ante la ley todos somos iguales pero que yo era hombre y no mujer, que sería tratado como tal y me violentaron como tal.

Detalle de «Mujeres secándose el cabello», de John Sloan.

Escuché las críticas a los feminismos de otras y callé, tuve miedo de desafiar esas voces porque la mía no era académica, no estudié en la U, nunca he leído un libro de Simone de Beauvoir y me reconocen por ser una cara bonita, una etiqueta que no dejaba de ser una oportunidad más, una que no pedí, pero me protegía.

Dejé que el odio llenara de dolor. Intenté llorar, pero ya no pude, estaba seca como mis ancestras, moría poco a poco buscando validación de quienes desde un principio ignoraban mi presencia. Hablé de mis privilegios sin reconocer que les llamaba así a las oportunidades que tenía, oportunidades que todas las personas deberían disfrutar, pero así no lo había querido el sistema, lo hacía por la culpa de no sufrir tanto como estas.

A los ocho años me quería suicidar y me dijeron que Dios, hombre, padre no le gustaba escuchar eso, pasaron los años y no entendían que la tristeza me comía por dentro, aún me desespero y dejo de dormir en las noches. Sin embargo, sonreí. Mi madre lo hacía, también la de ella y todas las otras mujeres en mi familia, las que fueron agredidas y entonces para ser como ellas yo también debía aguantar el dolor.

Detalle de «Sombras», de Charles Courtney Curran.

“Las mujeres aguantan más dolor que los hombres”, pero este no era un físico, este era un dolor de mujeres que no reconocían la violencia a la que se les había sometido, que nosotras mismas terminaríamos generando.

Las escuché, lo tomé personal y dejé de creer que yo era lo suficiente, las críticas de los hombres se perdían en el aire, pero las de ellas me desgarraban, porque me llamaban hermana mientras sus lenguas me perforaban como cuchillos, me devolvían a mi infancia en la que nadie me reconocía como mujer y que si lo expresaba me invalidaban como ser humano.

Lo pude ver y entender, probablemente nunca sería reconocida como mujer, una ley o una letra en la cédula no cambiarían nada, la violencia se nos seguiría perpetuando, no era por lo que había en medio de mis piernas, sino porque todos y todas nos sumergimos en nuestros mundos creyendo tener una verdad absoluta y desde la ignorancia juzgamos.

Debo aceptar que como mujer soy única y auténtica, que mi esencia y mi conocimiento no paran de crecer, nunca lo harán y no lo puedo olvidar, no quiero llegar a creer que lo sé todo y estancarme en un mar de orgullo para criticar a toda persona que no piensa y sienta como yo, que no abarque las luchas como yo.

Soy humana porque tengo un cuerpo, tengo derechos porque respiro y vivo, soy mujer porque lo siento y soy activista porque lucho desde mis oportunidades para que otras personas sepan que no están solas, para visibilizarlas y para dar amor en lugar de rechazo.

Y por vos, por vos yo le rezo al agua que deseo que me ahogue y la tierra que quiero que me trague, al aire que pido que salga de mis pulmones y al fuego que me quemará el día de mi muerte, a mis ancestras a las diosas, al universo y Dios, les rezo para que abrás los ojos y entendás que no te odio por violentarme, pero te reprocho por no reconocer lo que has hecho.

 

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