En el Día Internacional de la Mujer, celebramos cómo se gestan pequeñas revoluciones en espacios sin explícito control masculino.

El 25 de enero creé, sin planearlo, un hashtag de denuncia. Usé mi cuenta de Twitter como lo hago siempre: para comentar y para quejarme con sarcasmo. Escribí: «Mi machismo favorito es cuando siempre saludan primero al fotógrafo porque esperan que él sea el periodista».

Era una anécdota real y ocurrió tan solo un día antes del tuit.

Debo explicar que es usual que mis entrevistados, sobre todo si son hombres, reconozcan y saluden primero al fotógrafo que me acompaña a las asignaciones. Nunca he pedido explicaciones al respecto. No niego que es agotador saber que, en muchas ocasiones, mi género es una variable que modifica la forma que me tratan mis fuentes y mis contactos profesionales, pero yo tengo que volver a mi trabajo con un artículo en la libreta. La vida sigue.

Como Twitter es una plataforma cuyos usuarios entienden el sarcasmo, muchas personas respondieron positivamente a la broma de mi tuit. A este jueves, las estadísticas de la red social dicen que consiguió 302 likes y 14.280 impresiones (la cantidad de gente que lo vio, independientemente de si interactuaron con él de otra forma).

Sin embargo, la atención que me dieron a mí no fue tan importante como la forma en la que los usuarios (mujeres especialmente) comenzaron a usar el hashtag #MiMachismoFavorito para contar sus propias historias. El hashtag se mantuvo en los trending topics de Costa Rica hasta el lunes 29 de enero, a pesar, incluso, de que hubo un debate electoral la noche anterior.

La mayoría de tuits fueron publicados en esas fechas, pero muchos de quienes usaron el hashtag originalmente lo continúan usando.

En los días más agitados de la conversación, construí un recopilación en Twitter con varias de las historias que me llamaron la atención.  Vi que el hashtag fue usado por cuentas de personas con mucha influencia y, también, vi casos en el que salió a cuentas de otros países. La resonancia se fue contagiando.

Mi tuit fue la exposición de una deferencia que ocurre cuando se realiza un saludo introductorio en el que median intereses específicos para la socialización (es decir, mis entrevistados saben que estamos presentándonos en una situación de trabajo y que no es una fiesta).

Los mensajes que ponían otras mujeres denunciaban conductas condescendientes normalizadas –que desde hace unos años les bautizaron, muy a mi pesar, como micromachismos–. Se publicaron casos que son “normales” en grupos de pares, como familia, amigos, compañeros universitarios y colegas de trabajo (muchos implicaban que había situaciones de disparidad de poder entre jefes y empleadas).

Lo que ocurrió cuando explotó el uso del hashtag es que recordé algo muy similar que sucedió el año pasado en la versión de Twitter que habla inglés.

El 15 de octubre del año pasado, la actriz Alyssa Milano (la misma de la serie Charmed, para que sepan) tuiteó un mensaje que decía que «Si todas las mujeres que han sido violadas o acosadas sexualmente escribieran ‘Yo también’ (‘Me Too’) como un estado de Twitter, le daríamos a la gente una perspectiva de la magnitud que tiene el problema».

Y lo que ocurrió es que, efectivamente, le dieron una magnitud al problema porque a diciembre se habían generado 24,722 publicaciones de la etiqueta.

Cuando lo privado se convierte en público

En 1969, la feminista radical Carol Hadisch acuñó muy famosamente la frase de «Lo personal es político» en un ensayo con el mismo título.

Los movimientos de la segunda ola de feminismo organizaban grupos de «terapia» para que sus miembros –mujeres cis todas ellas, es decir mujeres que nacieron con órganos sexuales femeninos– tuvieran la libertad de conversar de sus problemáticas, sin la mirada ni la interrupción de los hombres (probablemente, ahora, diríamos que están libres de las interrupciones del mansplaining).

Los grupos de mujeres siguen siendo una idea radical.

En la revisión del 2006 de su propio texto, Hadisch escribía su razón de ser: «Nos empequeñecían por intentar hablar de nuestros «problemas personales» en la arena pública. Especialmente de ‘los problemas del cuerpo’ como el sexo, la apariencia física y el aborto. Nuestras solicitudes de que los hombres compartieran trabajo doméstico y cuido de los niños también se consideraban problemas personales entre individuos: entre una mujer y su hombre. Se nos oponían diciendo que si las mujeres tan solo se ‘defendieran por ellas mismas’ y tomaran más responsabilidad de sus vidas, no se necesitaría un movimiento independiente para su liberación».

Pero lo que encontró la feminista en los grupos de mujeres fue que los problemas «personales» se derivaban de condiciones sociales prexistentes y que, además, por no poder superar esos problemas como si fueran personales, las mujeres se sentían muy culpables. Una culpa compartida en colectivo, una vez que se articularon los grupos.

El dictamen de Hadisch, 52 años atrás, era el siguiente: «Las mujeres son personas oprimidas que actúan de cierta forma por necesidad (como ser tontas en presencia de hombres), no por elección. Las mujeres han desarrollado diversas técnicas para sobrevivir (como verse bonitas y reírse femeninamente para mantener un trabajo o un hombre) que usan cuando es necesario y hasta que un poder de unión toma su lugar. Las mujeres son suficientemente inteligentes como para no luchar solas, e igual lo son los obreros y los negros».

Hay razones por las que la lucha feminista siempre ha sido identificada con el pensamiento político de izquierda. Para entender las desventajas del género femenino también hay que entender otros tipos de desventajas, económicas, culturales y de raza, elementos diferenciadores de minorías por excelencia y que, aunados a la condición de existir como mujer, multiplican los obstáculos para vivir una vida plena.

Hadisch señalaba y, además, observaba cómo cambiaban esas jerarquías en grupos de mujeres sin interés por la competencia –un ingrediente indispensable del capitalismo–, porque fluían conversaciones en las que ellas mismas podían identificar las necesidades políticas de sus problemas individuales.

Justo lo que ocurrió en con #MeToo y #MiMachismoFavorito.


La ilusión de la libertad de expresión

Bien entrado el 2018, es difícil imaginar un pasado sin redes sociales. Los canales de comunicación son relativamente abiertos. Es un privilegio tener un celular que reciba y envíe información, pero es un privilegio que tienen 91% de los costarricenses (según las cifras del último estudio Red 506 a cargo de Unimer).

Antes de tener redes sociales, ¿cuántas veces habrían podido encontrar un grafiti que dijera que a las mujeres las violan? ¿Habrían a su alrededor otros grafitis confirmando abusos sexuales y determinando con nombre y apellido a los culpables? En lugar de predicadores, ¿se habrían subido a los autobuses mujeres enojadas reclamando que alguien escuchara su historia de abuso?

La libertad de expresión en espacios públicos está controlada legalmente y, además, culturalmente reprimida. Las marchas y huelgas son excepcionales no un acontecer cotidiano. Los problemas que se creen privados están constreñidos a la discusión en el espacio doméstico o íntimo.

Hasta la Primavera Árabe del 2011, las redes sociales tenían ese carácter de espacio privado. Esta fue una tecnología que fue diseñada para compartir información con amigos y conocidos pero que, por su uso, se convirtió en un intercambio fluido con desconocidos.

Las denuncias y consignas durante los enfrentamientos entre las dictaduras árabes y los civiles desprotegidos fueron el primer laboratorio vivo para experimentar con el impacto político de un tuit.

Académicos coinciden en que la intervención de activistas jóvenes que organizaron movilizaciones y comunicaron sus inquietudes desde sus cuentas personales fue valiosa. Sin embargo, a la fecha, la falta de investigación sobre el tema no permite concluir cuánta de esa interacción en redes sociales se tradujo en acciones políticas de impacto en el mundo real.

«Aunque diferentes tipos de medios de comunicación se interesaron en influenciar políticamente a favor de una democracia, no fue la prensa nacional, la radio ni la televisión, sino el flujo de las redes sociales, los que informaron a las masas sobre el aumento de la violencia política (…) Aunque ya han pasado más de cinco años desde que comenzaron las revoluciones de Tunisia, Libia y Egipto, el estado de transición (democrática) en esos países tiene poca atención en la literatura académica. Muy pocos artículos cuestionan el impacto que tienen las redes sociales hacia una nueva política cultural» dice una investigación de la Universidad Técnica de Múnich.
Medir el impacto de hashtags de las denuncias expresadas por las mujeres anglosajonas y las ticas que se contagiaron de sus respectivos hashtags no es posible aún.

Sin embargo, los tuits sí rompen con el estigma de que lo privado es una burbuja que no se puede compartir con lo público. La información queda imperecedera para su futura consulta, además. Del #MeToo se puede consignar que algunas acusaciones se elevaron como denuncias hacia otras instancias (es decir, se convirtieron en una acción política tangible).

La ilusión de una ausencia de control legal y de represión cultural permitió la imitación contagiosa de compartir anécdotas y  validarlas en conjunto.  Es exactamente el mismo proceso que vivieron las feministas de los grupos de terapia pero en un entorno abierto a que otros usuarios interactúen con él de forma ubicua.

Es el mismo proceso que vivieron las feministas de los grupos de terapia pero en un entorno virtual.

Es complejo porque en esa virtualidad democrática, también, se abrió la oportunidad para enjuiciar públicamente con acusaciones de menor peso. Y eso es lo que nunca vivieron los grupos de terapia, porque antes de elevar sus declaraciones a la masa tenían oportunidad de filtrarlas en una escala menor.

Las feministas de la segunda ola tenían forma de contener y controlar las cosas que se salieran de su norma (al final, la esfera pública y masiva era una filtración de todas esos controles en subgrupos sociales).

Las redes sociales eliminan un eslabón de separación entre lo público y lo privado, para bien y para mal. Acercan esos dos espacios de una forma que era imposible cuando las mujeres no existíamos, del todo, en la esfera pública. Y eso, para que no lo olviden, fue hace muy poco.

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