Es común que la gente sepa que LGBTI es sinónimo de diversidad -normalmente se asocia más a orientación sexual que a identidad de género-. Igualmente es común que la gente no sepa lo que significa esa última letra, esa I tan invisibilizada.

Todos los días caminamos por la calle, ese espacio público donde convergen miles de vidas que nos quedan anónimas. Observamos, involuntariamente, un sinnúmero de personas expresarse a través de gestos, voces, vestimentas, miradas… y juzgamos. Juzgamos aquello que no está en la norma, aquello que desafía nuestra visión de mundo: «¡qué feo pelo!», «¡qué asco ese indigente!», «¡vea esa gorda!», «¿eso es un hombre o una mujer?».

Únicamente juzgamos lo visible, pero, ¿Qué sucede detrás de las vidas que violentamos con prejuicios? ¿Cómo se siente una persona diariamente juzgada? Ante estas preguntas es necesario profundizar en ciertas condiciones ignoradas por muchas y muchos, en este caso, las personas intersex.

Costa Rica intersex

“La vida humana es inviolable” estipula el artículo 24 de nuestra Constitución Política. ¿Realmente la institucionalidad costarricense respeta los derechos humanos? ¿Cuáles vidas entran en eso entendido como “vida humana”? La diversidad corporal para los costarricenses aún es un tema estigmatizado e ignorado. Esto último debido a las procedimientos y pensamientos anquilosados de la institucionalidad médica costarricense; según datos de Mulabi/Espacio Latinoamericano de Sexualidades y Derechos “uno de cada 2000 nacimientos en el mundo presenta alguna de las más de 75 condiciones intersex”.

Fotografía por Grace Adams

Natasha Jiménez —quien ha sido una activista necesaria de las luchas trans e intersex en Costa Rica— menciona en un discurso del 2013, dado en  sesión ordinaria de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que en Costa Rica “la población de niños/as intersex es intervenida quirúrgicamente o mutilada, antes de que cumplan los 2 años de edad con el afán de normativizar sus genitales y con el pretexto de que no sufran más adelante”.

En relación con lo anterior, el Informe de Violencia contra personas lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersex en América (2016) recomienda “hacer modificaciones a protocolos médicos para asegurar el derecho a la autonomía de las personas intersex: las personas intersex deben decidir por sí mismas si desean realizarse cirugías, tratamientos o procedimientos”. Recomendación claramente poco ejecutada para Costa Rica. Un país clerical donde la Iglesia sigue abusando de sus privilegios excesivos. Un territorio condenatorio para esos cuerpos cuya diversidad es una amenaza a la idiosincrasia cristiana y biologicista.

¿Qué es una persona intersex?

Una persona intersex es aquella cuya anatomía sexual no se ajusta físicamente a lo culturalmente impuesto. Es decir, según la cultura dominante las mujeres (cromosomas XX) deben tener vagina y ovarios; los hombres (XY), pene y testículos. Persona intersex, por ejemplo, es quien tiene cromosomas XY y posee ovarios. También es alguien cuya anatomía externa corresponde a la masculina, pero la interna a la femenina. Así, la intersexualidad se presenta en diferentes formas y variaciones. Las investigaciones científicas aseguran una pluralidad de combinaciones sexuales capaz de desestabilizar la concepción biológica y binaria del sexo.

De esta forma, el espectro intersexual es variado y complejo. Tanto la medicina como la bioética han mantenido muchos debates en torno a esta situación, pues uno de los principales ejercicios de violencia, de parte de las instituciones médicas, es categorizar al recién nacido en un género, sin este tener alguna oportunidad de decisión. O peor aún, intervenir quirúrgicamente al bebé con consecuencias permanentes.

El silencio también es una forma de violencia. Callar, ignorar, nunca visibilizar. No se debe permitir que la incertidumbre, la ignorancia y la inseguridad sean parte de la vida de muchas personas.

Fotografía por Grace Adams

Darse cuenta

Así fue como conocí a Andreína. Una mujer fuerte, decidida, alegre, carismática, a quien los miedos y obstáculos de una sociedad discriminatoria no han vencido. Ella permitió que yo profundizara en su vida. Accedió a una conversación donde me contó cómo es -en su caso- ser mujer intersex, cuáles fueron y son sus principales temores, qué sueña para el futuro y otras experiencias personales. Decidimos hablar al aire libre, entre árboles, brisa y sol.Cuando todo es tan cerrado, tan oculto, entonces vos lo ocultás también”, me dijo.

Andreína se enteró de su intersexualidad hasta su adolescencia. Antes, había sido percibida como hombre. “Viví años tratando de ser un macho men y no lo logré; más si vivís en un pueblo chiquito y tradicional”, contó mientras acomodaba su pashmina. Ella siempre supo que no era un hombre. “Entrar a un baño de hombres era lo más frustrante, al tratar de que los orines no sonaran para que no supieran que había decidido usar los excusados, y no los orinales”, dijo con tono nostálgico. “Una vez en los baños de Pulmitan un señor me dijo que me había equivocado de baño, m-e f-u-i s-i-n l-a-v-a-r-m-e l-a-s m-a-n-o-s”.

Comprar ropa para Alberto también era traumático. No le gustaba salir: “La sociedad me apartó de la misma sociedad”. Andreína prefería ir a supermercados para nunca ser acosada por quienes vigilaban las tiendas. Vestía solo ropa deportiva por su carácter unisex. Cuando entraba a una tienda, en ocasiones, quienes vendían no supieron cómo dirigirse. Una vez siendo Alberto, un vendedor le preguntó si era hombre o mujer. “¿Cómo putas le explicaba que yo no era mujer? Si se equivocó, cállese, no pregunte más… cuando caminaba en parques o así, las personas se decían: ‘Mae, eso que va’hí, ¿qué’s?’”, relató.

“La gente, hasta muchos doctores, no conocen que existimos”. Andreína debió exponerse a grados de ansiedad, incertidumbre y estrés capaces de generarle recaídas con el fin de ser tratada por un médico. Al inicio, pensó que sus problemas de salud se debían a una enfermedad cancerígena. Sin embargo, gracias a la complicidad de un médico supo oficialmente que no era un tumor el problema, sino la clasificación sexual de su expediente. 

Remolacha

Antes de continuar dialogando, haré un paréntesis. Andreína me contó una anécdota muy interesante. Años atrás, previamente a darse cuenta de su condición intersexual, fue al baño, y al levantarse, advirtió el color rojizo del agua. Se preocupó, sin embargo, pensó que aquello era debido a unas remolachas que había comido en el almuerzo. Esto último acompañado de malestares físicos. Al pasar el tiempo, volvió a suceder lo mismo.

Preocupada por el asunto, decidió llamar a sus padres —quienes siempre la han apoyado—, tras unos segundos de verificar el inodoro, su madre dijo que no debía preocuparse y, su padre en cambio, dijo: “Comiste remolachas, probablemente”. No obstante, cuando estuvo en noveno grado, y llevó biología, comprendió mejor los sistemas reproductivos y aquello que en un momento pareció consecuencia de las remolachas, era, nada menos que menstruación.

Transición

“Psicológicamente era recomendado pasar por un proceso, paso a paso”, me contó antes de decir, “pero yo de un día a otro fui mujer. ¿Puede que realmente pase como mujer?, ¿cómo voy a saludar a un hombre?”.

“El domingo, antes de entrar a clases, fui a comprar ropa con mi hermana… El primer día de clases el mundo se estaba cayendo; me topé con gente que pensé nunca más volvería a ver, fue difícil decirles que era intersexual…Entré en depresión”. Nos contó que al dejar de ser Alberto, se sentía más cómoda. “Calzo más como mujer que como el falso hombre Alberto. Cuando camino por los parques la gente ya no mira como antes”.

Fotografía por Maisie Cousins

Andreína, también, se refirió a su voz y su nombre, un elemento importante en la vida de toda persona. “Al hablar, mi voz no es femenina, hay que ser realistas, tampoco es un vocerón de hombre, pero no es la de una mujer. Hablar por teléfono es muy difícil. Nuestra voz no nos debería encasillar en un género. Los hombres pueden hablar fino y las mujeres brusco”, reflexionó. La tarde seguía asoleada. El frío era cada vez más.

Un amigo nuestro, Érick, se había unido a la conversación. Érick le preguntó a Andreína cuál era uno de sus mayores miedos. “El miedo de que te llamen con el nombre de cuna en un centro de salud o en un banco”. Después de un momento, añadió, “compartimos los mismos miedos que las personas trans”. Nos dijo: “A quienes no entienden este miedo les pregunto: ¿si vos te llamás y sentís Juan, te gustaría que te llamaran María, quien no sos?”.  

Andreína para rato

Eran las cinco de la tarde. Habíamos hablado toda la tarde. Oscurecía. ¿Cómo se ve Andreína en el futuro? “Me veo como una persona activista, el movimiento intersexual está muy dormido… Quiero luchar por mi nombre y el de otras personas, quiero que nuestro nombre deje de ser el conocido como, quiero que en los centros de salud se nos trate con respeto y sensibilidad”.

¿Qué motiva a Andreína a ser activista? “Motiva a Andreína una sociedad ignorante; motiva a Andreína mujeres que no son feministas; motiva a Andreína sus caídas y sus derrotas; motiva a Andreína mi propia experiencia para que otras personas no pasen por lo mismo, que tengan un apoyo y una legislación más abierta”.

¿Han habido personas nocivas? ¿Cómo te has relacionado con las personas LGBT? “Me salvé porque conocí gente muy positiva, quien más me sorprendió fue mi hermanito de cuatro años. Él fue el primer ser humano que me defendió ante otro. Para él, ahora solo soy Andreína”. Asimismo, compartió que hay gente dentro de la misma diversidad sexual y de género que poseen los mismos prejuicios de una persona no vulnerable.

Fotografía por Maisie Cousins

Intersexual

La noche era aún más fría que la tarde. Terminamos de hablar. En una cuantas horas, había conocido a Andreína, una persona intersex. La intersexualidad, una realidad tan invisibilizada, ese día se había personalizado en una mujer aguerrida y contundente. De vez en cuando acercarnos, informarnos, hablar y conocer es suficiente para comprender a quienes no son norma del binarismo y corporalidad obligatorias.  Ponerle caras a las vidas que muchas veces no importan para la Ley es necesario para sabernos existentes y personas aliadas; compañeros y compañeras de lucha.

Al final, todo el mundo, sin importar identidad de género, orientación sexual o variación sexual deberíamos decir lo que Andreína me dijo, «soy (I_N_T_E_R_S_E_X), ¿y qué?».


Fotografía del encabezado por el artista Eric Ceccarini.

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