En la primera edición de su columna Cogeciones, Lupe nos cuenta la razón de ser de esta serie de textos. 

Me dicen Lupe y tengo 27 años. Hace más de un año redacté una lista con pelos y señas de cada una de las personas con las que he tenido sexo. El resumen ejecutivo es que lo hice después de terminar una relación, con cuatro gin tonics encima y con mucha rabia. La historia, por supuesto, es mucho más rebuscada que eso.

Este 2017, la lista de nombres maduró en un manifiesto de guerra que, por cuatro meses, se publicó en el sitio web de la revista Perfil como un blog. Por su lenguaje erótico y el uso indiscriminado de la palabra “culear”, los textos fueron eliminados.

Antes de que el primer intento de Cogeciones implosionara en silencio, siempre quise, pero siempre temí, hacerme una auditoría de mis cogidas.

No soy ni la más lanzada ni la más puritana de mi grupo de amigos. Tengo muchas relaciones cortas, fallidas y me voy “muy rápido a la cama”  —palabras de mi mamá, no mías—. Lógicamente, me enamoro más de lo cojo.

Yo, también, fui víctima adolescente del episodio de Sex and the City en el que Samantha intenta acordarse con paciencia, y sacando cuenta con los dedos, de todas sus parejas sexuales. Creo que me hice la misma pregunta que nos hacemos todas en algún momento: ¿no deberíamos acordarnos de cada poético momento en el que abrimos las piernas?

Ahora sé que conseguí la respuesta en el momento que comencé a escribir la lista con los chicos y chicas con quien me he acostado: no. Sonoro y rotundo.

En agosto del 2016, escribí el nombre de nueve personas y un texto breve para cada una. Suena cursi pero a los que más extraño apenas si les escribí una línea.

De algunos de los nombres no me acordaba el detalle de las cosas. Obvio, porque uno envejece y va sacando los recuerdos de los one night stands que no valen un byte de memoria.

A la mayoría de ellos los consideré mis “parejas” e intenté salir con ellos durante un plazo mayor a un mes (esta todavía es la causa por la que me desvivo, pero no me sale muy bien).

Ilustración por Claudia Quesada.

No puedo describir cómo suceden las relaciones de otros, de las mías puedo decir que nunca comienzan por las citas, los dates, las birras con amigos o cualquier otra tipología de salida. Mis relaciones, mis cogeciones, comienzan con el manoseo, una cogida. El vínculo afectivo es algo así como la coda. En teoría, a partir de la intimidad sexual, yo espero que todo crezca y avance. En la práctica, puede ocurrir cualquier cosa.

Coger con prisa, o más bien coger sin la prisa de la formalidad, no es tan malo ni tan indigno como parece que suena.

Cuesta mucho darle vuelta al discurso de que hay una sexualidad única: que el placer solo se comparte en el matrimonio y por eso no podemos hablar de sexo fuera de él, que el hombre culea y la mujer hace el amor, que el corazón se endurece y la vagina se afloja con cada penetración que nos pasa por encima.

La verdad es que yo lo conseguí porque me niego a ser la mártir a la que la quieren un montón pero se la pisan mal. El meollo con el que me tropiezo, cada vez que pienso sobre el tema, es que si yo no priorizo mis orgasmos, ¿quién lo va a hacer por mí?

Mi lista empezó como una purga. Me quería hacer sentir culpable.

Empecé a calcular la cruel aritmética de los nueve nombres que apunte en orden cronológico: nueve personas desde que perdí la virginidad —o gané sexo, depende de la perspectiva—. Nueve personas desde que cogí con la primera, a los 20 años, daban un promedio de casi dos personas por año.

No sé si es evidente, pero nueve personas son casi DIEZ personas. El número cerrado, los dedos completos de mis manos, me aterraba. Me empecé a sentir como Samantha porque ya de algunos dedos no me acordaba tanto como pensé que debía hacerlo (ven, ya no lo pienso: una deja ir esas ideas).

Ilustración por Claudia Quesada.

Tuve una relación de dos años y hubo un año entero que no cogí — en el 2014—, lo cual solo me empeoraba el panorama: ¿cuánto es mucho? ¿Cuánto es poco? ¿Cuánto es “por favor deténgase y deje que le cicatrice el himen”?

Estaba tan preocupada con estas preguntas que, cuando me di cuenta, las nueve personas se habían convertido en 15 y, a esas, también las estaba apuntando en la misma lista.

Me gustaría detallar cómo multipliqué los panes con tanto talento pero, de repente, todo ha ocurrido sin la mayor ceremonia.

De una me despertó una abuelita que, muy amablemente, me ofreció café y tostadas. De otra, tuve que abortar el plan de la ducha compartida porque me percaté que, como todo fue espontáneo, el único pelo que no me avergonzaba era el de la cabeza.

Este año me cogieron para el día de San Valentín y, luego, yo huí física y virtualmente de esta persona como por cuatro meses. Mientras escribo esto, estoy intentando terminar con una de ellas y espero que se entere por mí y no por este texto porque qué congoja.

Las cogeciones ocurren porque ocurren, no hay más que decir.

A unos les suena que cuando uno coge mucho tiene que ser porque se siente muy libre y nunca se entrega a los otros. A otros, el sexo casual suena como una manera de perderse ellos en las sábanas ajenas como si solamente fueran cascaritas frágiles.

A mí no me parece ni una cosa ni la otra.

Lo que me parece, después de tantos meses de darle vuelta a la lista y de que me borraran el proyecto antes de comenzar de nuevo en Vacío, es que no voy a perder el tiempo con las personas que me juzgan. Tampoco me voy a autoflagelar por buscar mi placer.

He cogido con 15 personas en 27 años. Seguimos contando.

Besos, Lupe.


Ilustraciones por Claudia Quesada.

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