¿Quién no recuerda los carteles calificativos en la pasarela del Pretil en épocas de Semana U? ¿Cuántas veces presenciamos, en espacios públicos, gestos sexuales hacia un par de amigas que caminaban tranquilamente mientras conversaban sobre el último episodio de su serie favorita?

Es posible que tengamos recuerdos vivos de estos episodios y otros, en los que la sociedad patriarcal y machista decide imponer estándares de belleza sin pelos en la lengua y a grito limpio (¿o será sucio?). Parece que opinar sobre las apariencias físicas y expresar fantasías sexuales a personas desconocidas en la vía pública ha estado de moda por décadas. Lamentablemente, el morbo colectivo sexista no ha permitido hacer de ésta una moda pasajera. Al contrario, da la impresión que el acoso callejero se fortalece cada día más.

Constructores, conductores del transporte público, repartidores, empresarios, esposos, amantes y padres de familia. Estos serían los perfiles comunes a encontrar en un grupo de apoyo si existiese un centro de rehabilitación para acosadores. Sin embargo, el acoso callejero no será penalizado hasta que éste pase a ser delito. Para que suceda, es necesario demostrar que el irrespeto dado en el momento del acto causó ofensa, violenta la libertad y, además, genera una identidad falsa sobre la víctima.

Para comprobar cualquier hecho de acoso, es necesario acudir a instituciones públicas y reportar el suceso con una amplia gama de detalles personales sobre el acosador. Se necesita su número de cédula, nombre y apellidos. Dos puntos extra si se logra saber la fecha de nacimiento.

Para dicha de la víctima, la Fuerza Pública debe de acatar al llamado de auxilio y proceder a realizar el parte correspondiente para así sustraer la información necesaria.

Infografía tomada del facebook de Acción Respeto

 

En el 2016, la alianza de colectivos Peras del Olmo, conformada por ¿Piropos o acoso?, Este es mi Cuerpo – CR, Proyecto Lyra, Community – Psychology, El Tío Hugo, Colectivo Furia Rosa y otros activistas independientes, trabajará en facilitar este proceso junto con programadores de la aplicación estadounidense Hollaback!.  El objetivo es la creación de una aplicación para reportar el acoso callejero y proponer medidas alternas de educación, concientización y sensibilización ante el acoso en vía pública. Los colectivos también estarán organizando eventos culturales para apoyar la lucha por los derechos humanos y así ayudar a visibilizar la problemática.

Eventualmente, se presentará un proyecto de ley contra el acoso callejero convocado desde sociedad civil. Este pretende renovar la penalización del acoso callejero; se debe catalogar como delito y no como contravención.

El acosador moderno se expone a ser juzgado en redes sociales, a demandas millonarias y cargo de culpa durante unos meses. Su familia, a cargar con el peso de la vergüenza y asegurarse de no mostrar el rostro frente a los medios; nadie quiere represalias. Con la existencia de una ley contra el acoso callejero, el acosador podrá esquivar estas desdichas al formarse como persona respetuosa y digna que no cosificará a otras en la vía pública y evitará transformar el acoso en vía pública en actos de violencia más oscuros.

Para empezar a transformar el inconsciente machista del yo acosador, es necesario dejar de llamarle “piropo” al acoso en la vía pública. Si bien muchos pretenden minimizar el delito al justificarlo como halago, las víctimas pretendemos maximizar nuestra incomodidad al recibir opiniones sobre nuestros cuerpos de parte de extraños.

La posibilidad de acabar con los grises del acoso callejero y eliminar la cambiante identidad callejera de miles de mujeres costarricenses abre las puertas a una sociedad empática en la que el empoderamiento femenino y el respeto hacia los demás serían los ganadores de esta historia.

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