La visita de las hijas de Berta Cáceres, Laura y Berta, en el marco del asesinato de su madre y, más recientemente, del asesinato de una de sus compañeras, Lesbia Urquía, nos recuerda que la lucha debe continuar y fortalecerse.

Berta Cáceres -mi madre, mi mami-  era la lucha andando, con todas las opresiones encima. Cargando en la espalda los dolores que este sistema les impone a los pobres, a los indígenas pobres, a las indígenas mujeres pobres. Berta, capaz de indignarse ante cada una de las injusticias del mundo se revela ante ella y lucha en su contra.

Me lo dijo el río, Laura Zúñiga

«Yo soy Laura», dijo la voz de una mujer joven, huérfana, indígena, hondureña. El salón estaba repleto. Todo el mundo respiraba impotencia y, a la vez, exhalaba empatía. Escuchábamos sin pestañear, movidos por el testimonio de las hijas de quien se enfrentó a las corporaciones extractivas en Honduras, Berta  Cáceres. Las palabras de Laura y Berta -herederas de las luchas de su madre- creaban un espacio seguro para las voces de feministas, ambientalistas, indigenistas, con seres humanos comprometidos con las luchas sociales e indignados con la muerte de una gran lideresa comunal.

La República de Honduras -explicó Laura- durante la década de los setentas y ochentas, fue utilizada como base militar para las dictaduras perpetradas en Centroamérica. Dictaduras de las cuales muchos países aún son víctimas; del recuerdo, la melancolía y el sufrimiento de miles de vidas desaparecidas y personas fallecidas.  Para los países «del primer mundo», Latinoamérica ha servido como sustento, patio trasero, recurso de segunda.

Cuando hablamos de Honduras pareciera que hablamos de un disco rayado, dijo Laura refiriéndose a los múltiples golpes de Estado desde el siglo XX hasta el 2009 que parecen repetirse continuamente.

En una época convulsa, caracterizada por los golpes de Estado consecutivos, la nación hondureña adoptó ciertos modelos económicos que encauzaron en el sistema extractivo. Este, ligado a políticas permisivas y poco ecológicas terminaría en la perturbación de la tierra, los ríos y los territorios indígenas y campesinos hondureños. «La lucha de mami» había iniciado en medio de incertidumbre y corporaciones amenazantes. Berta Cáceres fue una de las miembros fundadoras del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas en Honduras (COPINH) en 1993.

Nos merecemos también soñar, eco de las voces de comunidades y pueblos indígenas. 

Berta Cáceres y la cosmovisión indígena lenca eran una: para ella, la lucha por la Madre Tierra era una exigencia, una forma de proteger los recursos ante el modelo extractivo. Su activismo pasó por el espíritu de lucha y la identidad comunal; se convirtió en voz de comunidades indígenas, del paisaje hondureño y de aquellas voces silenciadas. Concientizó a otras mujeres indígenas de la raíz de su opresión, la misma que pasa por excavación de la tierra, la draga de los ríos y la contaminación del aire. Fue ejemplo de una maternidad cuya función es poner los conocimientos al servicio de las gentes; hacer de sus hijas ciudadanas activas, conscientes de la realidad social.

Ella fue, es y será ecofeminista. Sabía que el cuerpo de la tierra y el agua eran su propia sustancia. Conocía las implicaciones del extractivismo: los territorios son socavados de sus recursos y materias para convertirse en números y privilegios de hombres hegemónicos, ajenos a toda humanidad. La tierra se feminiza para el explotador. Su ansias por penetrar tierras y ríos es la misma que motiva a un abusador sexual es la misma que motivó a tres decenas de hombres violentar sexualmente a una niña en Brasil.  Es la misma que mató a Berta a sus 44 años de vida o a Lesbia Urquía a sus 49.

Berta logró entender que el capitalismo, el patriarcado y el racismo se combaten juntos, dijo su hija en Me lo dijo el río.

Aunque Berta Cáceres esté físicamente ausente, su voz nos motiva a hacer eco de su lucha espiritual. La cosmovisión indígena y su forma de conciliarse con el activismo pasa por la comprensión de que el ser humano es una conformación armoniosa entre cuerpo y espíritu, individuo y comunidad, hombres y mujeres.  Es ahí donde el ser humano se vuelve parte del cambio y no espectador de él. Ninguna corporación, por más poderosa y acaudalada que sea, podrá callar las voces de quienes sabemos que el feminismo empieza por nuestro trato con el paisaje, el ambiente y su reciprocidad para con el espíritu.

Esa misma pretensión de aprehender el paisaje fue la que motivó a Lesbia Urquía a salir de su casa en bicicleta en un paseo que terminaría con su vida. “Siempre le importaba la vida de los demás», afirmó su hija Zulma Melissa. Berta Cáceres y Lesbia Urquía pasan a ser parte de las defensoras ambientales asesinadas por el  extractivismo explotador.  Ambas parecieran replicar la historia de Anacona, la líder indígena fue asesinada en la horca por defender la tierra y a su gente de los abusos y sometimientos españoles durante 1504.

…dar la vida de múltiples formas por la defensa de los ríos, es dar la vida para el bien de la humanidad y este planeta, dijo Berta Cáceres.

Somos Berta y Lesbia. Las muertes de estas mujeres aguerridas y contestatarias no deben ser motivación para perder esperanzas ante un modelo explotador y esclavista. Debemos unir los esfuerzos colectivos de personas feministas, ambientalistas y ecologistas.  Es nuestro deber visibilizar y denunciar cualquier acto que atente contra el organismo vivo que somos: tierra, aire, agua, fauna y flora… humanidad.

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