La autoridad y la propiedad siguen siendo los modelos de crianza por excelencia. Sin embargo, existe la necesidad de romper con nociones y patrones dañinos que promueve el Estado y la familia.

Ya pasó el día del niño, así en masculino. Sí, yo sé que da mucha pereza esto de decir los niños y las niñas. Podríamos llamarlo el día de la niñez, el día de les niñes. El día de esos dichosos seres humanos que aún no han llegado a la adultez. En todo caso, ya pasó. Ya sobrevivimos el frenesí de las fotos en Facebook donde lucimos nuestras mejores galas infantiles. Ya felicitamos a cuanto güila nos rodea y también saludamos a quienes ¿padecen? el síndrome de Peter Pan.

Una vez más retornamos a lo normal, que es –a grandes rasgos– no determinar a esas personas que aún andan en edad escolar. Asumir que viven de un modo satelital al mundo nuestro, el de la gente con cédula, deudas y arrugas. Es decir, que quienes toman decisiones en nombre de esos seres celebrados el 9 de septiembre no tienden a discutir tales decisiones ni a consultar acerca de las preocupaciones, necesidades, deseos y aspiraciones que tienen los retoños de mamá y papá.

Ilustración de Lozano Olivares.

Ilustración de Lozano Olivares.

Sí, estoy enterada de que muchas personas que procrearon o que se encargan de la crianza de niñes, están poniendo en práctica modos menos autoritarios de relacionamiento y convivencia. Todo bien, qué dicha. Pero –y este es un pero importante– esto sigue siendo excepcional. Sin embargo, no es este el punto más importante de mi reflexión.

Lo que más me preocupa es que por más alternativismo materno-paterno-familiar, el modelo dominante para relacionarse con la gente entre 0 y 12 años (voy a dejar al grupo de adolescentes de lado, por ahora) continúa siendo el de la propiedad privada. Por ello es tan natural hablar de niñas y niños en abandono, del mismo modo en que pensamos en un objeto dejado ahí en la calle, olvidado o desechado.

Si pensáramos de otro modo las relaciones sociales intergeneracionales y más aún, si nuestra noción de comunidad y de convivencia no estuviese tan carcomida por el individualismo y por la noción de familia nuclear/patriarcal, la idea de abandono sería otra o quizá del todo no existiría.

Ilustración de Lozano Olivares.

Ilustración de Lozano Olivares.

Es posible hablar de niñas y niños en abandono porque es normal hablar de niños y niñas que son propiedad de una familia específica, y por lo tanto, son su responsabilidad. Pero la responsabilidad se deriva de esa atadura: la propiedad: soy responsable por mis hijos porque son míos, por lo tanto, yo debo decidir por ellos, procurando –en el mejor de sus casos– su bienestar.

Pero si no son mis hijos, no son mi responsabilidad. Ahí verá el Estado (o sea, no yo) qué hace con esos “objetos perdidos”. Una idea se construye en oposición a la otra: niñe-propiedad versus niñe-en abandono.

Este modelo de niñe-propiedad permite también explicar la saturación de expectativas que las madres/padres/propietarios depositan sobre su descendencia. El estatus socioeconómico, las aspiraciones de éxito, de perfección, la idea de competitividad y de éxito funcionan muy bien dentro de este modelo de relacionamiento.

Y a su vez, esto nos permite entender por qué es tan fácil el lavado de manos (más estilo quirúrgico que estilo Pilatos) cuando un niño que sí es propiedad de alguien, está siendo víctima de alguna forma de violencia. Enfrentarse al propietario es difícil. No es bien visto.

Ilustración de Lozano Olivares.

Ilustración de Lozano Olivares.

La lógica de la propiedad privada y la del doble estándar entre lo público y lo privado se nutren en doble vía, se sostienen una a la otra. Es así como sigue naturalizándose una supuesta diferencia en el modo de entender y reclamar justicia en el ámbito público versus cómo se entiende y reclama justicia en el ámbito doméstico.

Por ello también es tan fácil privatizar las responsabilidades de cuidado y eludir la construcción social del daño, la discriminación y la violencia hacia las niñas y los niños. Así se explica que frente a una niña violada, la opinión pública no intente revisar el contexto sino que vuelva su mirada acusadora hacia… ajá… la madre.

Ilustración de Lozano Olivares.

Ilustración de Lozano Olivares.

Las feministas hemos ahondado largamente al respecto. Y claro, el sistema de propiedad sobre la descendencia no designa deberes y derechos de un modo igualitario entre hombres y mujeres, las mujeres son propietarias con menor autoridad que los hombres, aunque tengan más obligaciones. Esas son las reglas del juego de la familia nuclear/patriarcal.

Lo más frustrante es que esta construcción ideológica sea fomentada ad nauseam por el Patronato Nacional de la Infancia. La obsesión con la consanguinidad como rasgo sacralizado para establecer una jerarquía en los vínculos sociales dirige la política del PANI. Y esto a su vez perpetúa la distinción entre niñes-propiedad y niñes-en abandono.

Ahora bien, valga aclarar que esa lógica se suspende durante algunos minutos cuando algún político en campaña electoral habla de nuestros niños, como clave para el futuro de nuestra patria. No obstante, como somos animales de costumbres, rapidito volvemos al modus operandi anquilosado, para tragedia de quienes hace poco andaban felices celebrando su día.


Todas las ilustraciones, incluida la de portada, fueron realizadas por Lozano Olivares para los XII volúmenes de «Mi libro encantado» publicado por la Editorial Cumbre (México D.F.). Pueden consultarse acá.

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