Aunque una de las metas del viaje de Angélica y Jimena era llegar al lago Atitlán, el camino hacia este fue igual de encantador que su destino.

Pasar la frontera de Honduras a Guatemala nos tomó menos de 10 minutos, la primera mala sorpresa nos la llevamos en el bus a Chiquimula. Nos habían aconsejado bien: no irnos directo hacia Antigua, sino dormir en Chiqui. Hicimos caso. Al montarnos al bus nos cobraron 25 quetzales cada una, pero como no teníamos cambio nos lo dejaron en 5 dólares por persona , empezamos  perdiendo como 10 quetzales cada una. Los pagamos para a los 5 minutos escuchar al cobrador decir 16 quetzales hasta Chiquimula.  Así, sin vergüenza alguna.

Angélica, que es mucho más brava que yo, rápidamente le dice al cobrador que nos está cobrando 18 quetzales de más. Él, sin alterarse mucho, sube los hombros y sigue en lo suyo. Eso la enoja más. Hacemos una parada donde, con un tono aún más serio,  ella le dice que está esperando nuestro vuelto. Los otros cobradores le hacen bullying, («el soplón» le llaman)de nuevo ignorando que hablamos perfectamente español. Llegamos a Chiqui y el cobarde se baja 200 metros antes de la terminal. Cuando nos quejamos con el chofer nos dice que en el tiquete está marcado 25, que eso es lo que se  cobra.

Los señores de puestos aledaños nos instan a ir a la oficina a denunciar. En nuestro camino hacia allá se aparecen los dos -chofer y cobrador- para darnos 10 quetzales. “Nos debe 18”, le dice Angélica. De quetzal en quetzal llegamos a los 18. Nos vamos a denunciar de todas formas; nos atendieron en medio de carteles que hablaban de mano dura contra la delincuencia pero  con miradas de no entender qué queríamos si ya habíamos obtenido la plata de vuelta. Nos alejamos un poco rápido por miedo a las represalias.

Buscamos un hotel barato, cenamos, y compramos unas cervezas para desestresarnos un rato. Al menos aquí, se puede tomar donde sea y a la hora que sea.

Antigua 1

Imágenes de Antigua

Desde que salimos de Costa Rica, ansiábamos llegar al lago Atitlán pero como yo no conocía Antigua, decidimos hacer una parada rápida ahí. Al día siguiente, sin apresurarnos demasiado, fuimos  a desayunar al mercado en donde no tenían idea qué ofrecernos  sin carne. Logramos unos huevos con tomate para mí y frijoles y arroz con aguacate para Angélica.  Todo esto con un fresco de Jamaica, que en Guate se toma montones.

A las 12 agarramos el bus a Ciudad Guatemala, al menos este tiene aire acondicionado y no mete 3 personas en un asiento de 2. Llegamos como a las 4 a lo que era una estación terminal/mall, donde nos explicaron que para agarrar los buses a Antigua tenemos que tomar el transurbano hasta el final y luego el metrobus hasta Trébol y ahí el bus a Antigua.

El transurbano solo se puede pagar con una tarjeta que no tenemos.  Por eso, le preguntamos al chofer cómo conseguirla: «No, no, pídanle a alguien que las pase». Una señora nos hizo el favor pero al  no tener sencillo le tuvimos que dar 3 quetzales extra. Con los enormes bultos en la espalda, teníamos que lograr pasar por un trompo hecho como para niñxs.  Lo logramos, después de ser empujadas por gente de atrás.

Una hora después llegamos a 18 Calle y caminamos 2 más. El metrobus fue lo mismo que entrar al metro de París a hora pico, solo que sobre la tierra. Salimos media hora después en Trébol y tomamos, ya atardeciendo, el bus a Antigua. No anticipamos que era viernes de pago en hora pico.

Llegamos como a las 8 a Antigua, donde la gente de Couchsurfing nos había dicho que sí pero no teníamos su dirección ni Internet para buscarla. Además teníamos hambre y ni la mínima idea de lo que queríamos hacer. Entre conversaciones intensas (que me imagino pasan en toda luna de miel), a las 10 de la noche logramos dar con nuestros anfitriones.

Con unas cervezas sobre la azotea, le dimos la bienvenida a Guatemala. Ahí nos quedamos dos noches en las que compartimos conversaciones, buenas comidas, nos presentaron un lindo proyecto de cine sobre el río que es en una casa donde te ponen la película que de tu elección , te sentas en unas butacas de madera mientras proyectan la peli en la pared.

 

Antigua 2

Imágenes de Antigua

Antigua nos dejó con las ganas de ver al volcán, como nos lo enseñaron en fotos de noches anteriores, el cual echaba lava por montones. Comimos los dulces más espectaculares  del mundo y, por fin, pude probar las delicias de la comida de la calle de las que me hablaba mi esposa antes de llegar: los chuchitos, los rellenitos, los tamalitos con chipilín, las tostadas con guacamole y pasta. Yummy, esas comidas nos acompañaron por el resto de nuestros días en Guatemala.

 

Llegamos en tiempo de fiestas patronales, entonces vimos los toritos: niños que llevan una armazón encima de donde se disparan unos fuegos artificiales.  Con solo verlos, me dio miedo de que ellos o yo saliéramos quemados.

Al mediodía siguiente salimos hacia el lago. Cambiamos tres veces de bus hasta llegar a Panajachel. Ahí nos dimos a la tarea de buscar un Couch que aceptaba voluntarixs para trabajar con lxs niñxs de la comunidad. Íbamos caminando perdidas y de pronto, una chica nos preguntó si buscábamos donde quedarnos.  No supimos responder y nos dijo que ella se estaba quedando en Sotz  “¡Ese es el lugar que estamos buscando!”. Laura, de Honduras, nos sintió la energía.

En Sotz no estaba ni el dueño ni ningún niñx, pero ahí compartimos un rato con Laura, quien nos dio excelentes recomendaciones y con Lahn, una estadounidense que estaba de vacaciones en el lugar y que nos haría reír mucho al día siguiente.

El lago es mágico, eso sí, pero desde que llegamos y (desde antes) sospechamos que estaría mucho más turístico que la última vez que mi esposa lo visitó. La vista de los volcanes rodeando la enorme masa de agua sigue siendo encantadora y dando la sensación de paz. Pero la cantidad de turistas, los negocios de extranjeros y las personas indígenas vendiendo artesanías por montón nos daba la sensación de estar en Puerto Viejo.

Imágenes de Antigua

Imágenes de Antigua

Pasamos el día siguiente caminando por Panajachel hasta Santa Catarina con Lahn porque nos rehusamos a pagar 50 quetzales cada una para ir unas horas a ver un pueblo. Santa Catarina no tenía  casi turistas cuando llegamos. Los caminos que tomamos nos llevaron entre las acumulaciones de casas de lxs indígenas. Logramos ver el maíz secándose en los techos y al bajar a la calle principal de nuevo ventas del mismo tipo de artesanías que hay por todo lado.

Habíamos mandado un request de Couchsurfing  a una asociación de mujeres tejedoras en San Juan la Laguna que decía aceptar voluntarixs que se hospedarían en las casas de las mujeres indígenas de la Asociación. Sin haber recibido respuesta alguna, decidimos aventurarnos a buscarlas antes de acampar en San Marcos. A Sotz nunca llegaron niñxs para hacer algo, solo alguna otra gente cuya vibra nos hizo querer buscar otras vistas de la laguna, así que, al tercer día de llegadas a Pana, zarpamos hacia San Juan.

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