El recuento de los daños

La agenda LGBTIQ (no sé quién hizo la agenda, pero dicen que existe, hasta lxs conservadorxs hablan de lobby gay y cosas así) o conjunto de demandas para nada consensuadas, iba y venía en el ambiente rumbo a las elecciones 2014. Parecía que entre lxs activistas había un acuerdo, (me incluyo, mea culpa también), teníamos claro qué queríamos y qué no. Qué no queremos: Sociedades de Convivencia y qué sí: Matrimonio Igualitario.

Para el 2018 se sigue empujando esa agenda acompañada de nuevos proyectos de Ley: el de identidad de género, el de no discriminación y el conjunto de propuestas que se quiere hacer para re regular los derechos alrededor de nuestros vínculos, incluido el matrimonio.

Muchos activismos siguen concentrados en esa línea, y es ahí donde la lógica consensual hegemónica tiene protagonismo: ¿Cuándo empezamos a creer que las leyes y la Asamblea era el único camino? ¿Por qué en casi 3 años de gobierno no ha existido una movilización LGBTIQ para exigir nuestros derechos? La respuesta es simple: sabemos también que quienes están ahí son nuestrxs amigxs, familiares, compañerxs de U y bueno, sabemos que hacen lo que pueden, pero que no pueden hacerlo todo. Sin embargo, ¿desde cuándo somos tan consideradxs?

Hacemos acuerdos políticos que se incumplen y seguimos como si nada, a un in-Justo Orozco no le permitíamos ni una sílaba, a Laura Ch(a)nchilla casi que había que agendar la manifestación para que no chocará con otra, ¿qué nos pasó ahora?

Estamos tan preocupadxs de entrar en la lógica, de ser parte del consenso, que nuestrxs “aliadxs” son nuestro talón de Aquiles, entendemos que ahorita no se pueda, que en este momento no pasamos de vivir en un victimismo militante, donde pedíamos porque todo era una crisis, pobrecitos nosotrxs, a un activismo considerado, ¿desde cuándo creemos que hacen todo lo que pueden? Y ¿por qué si les creemos, pensamos que tener un partido “propio” va a encaminar la solución? Vamos a tener a una persona frente a 56 hablando de derechos humanos esperando que sea el Harvey Milk ticx y nos rescate a todxs. Yo no quiero eso, y también sé que mucha más gente está en desacuerdo con que esa sea la vía y la forma.

Ann Alfaro. Foto por Alejandro Ibarra.

El mito de la minoría

La expectativa sería desmontar, de las personas que viven en este país y de quienes toman decisiones, que las personas no heteronormativas somos la minoría, las menos, y es que, si sumamos a todas lxs LGBTIQ y a otrxs disidentes heterosexuales que no ejecutan el modelo que se les impone, es probable que seamos más y la minoría sea otra.

Hay que regresar a la calle, a la alfabetización política, a ir de casa en casa, de puerta en puerta, de cole en cole y en cada escuela, a trabajar con la gente. Necesitamos que regrese in-Justo Orozco, parece que la indigestión debe ser grande para movilizar este país en las luchas LGBTIQ.

Seguimos, pero no sé adónde

El reto sería que aun cuando existan esa(s) persona(s) que quiera(n) ingresar a las estructuras de poder y de toma de decisión como la Asamblea Legislativa, por ejemplo, las demás no nos desmovilicemos, no nos sintamos comprometidxs o les tengamos consideración alguna para “respetar” sus tiempos, que mantengamos la disidencia. No me imagino a unx diputadx organizando una marcha para exigir nuestros derechos, sería algo como (desde su posición) pedir que le autodemanden o autoexijan; casi como un chiste, un mal chiste que puede ser real… lo que lo hace peor.

El reto entonces es volver a la calle, dónde podemos ser más que lxs 40 de un chat. Y no es que esté mal tener un chat o ser 40, es que entre operación frijoles (trabajo para vivir), querer entrar a la política, apagar los incendios y muchos etcéteras, la manifestación disidente queda en último lugar.

La expectativa en el 2018 es que ante el panorama de tener activistas peleándose una curul o haciéndose plataforma para un partido, muchxs otrxs queremos hacer una ruptura en tanto pensamos y creemos que lxs activistas no deben de tener un color político. Entrar a una estructura partidaria es entonces entrar a una lógica hegemónica consensual, gente que cede con tal de ingresar al poder y por ende se higieniza; es decir de nuevo se deja de lado la disidencia sexual.

Es necesario entonces para el 2018, hacer una ruptura entre quienes quieren “desarrollarse” como políticxs2 y quienes queremos seguir haciendo rupturas en la política, no digo con esto que lxs primerxs, es decir quienes quieren entrar a lógicas y espacios de poder,  no quieran hacerlo, pero en definitiva tendrán más trabas para transgredir que quienes están afuera. Es simple: necesitamos separarnos, no podemos compartir nuestras estrategias a las personas que viven de la lucha, a lxs que viven de la política y a quienes resistimos de las hegemonías.

Valeria Sancho. Foto por Alejandro Ibarra.

No digo que nos devolvamos los peluches, simplemente que tengamos claro que para este 2018, será inevitable separarnos. No me imagino (es mentira, sí lo hago) a grupos LGBTIQ sirviendo de plataformas a partidos políticos, a figuras del activismo con liderazgos tradicionales, exigiendo salir a votar en vez del más consciente #SalíAPasear que es muy 2014, pero que seguirá vigente.

Este texto fue publicado en la Guía del Orgullo 2017.

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