Todo pasó un jueves en los Museos del Banco Central. Ahí en la Plaza de la Cultura, en el inframundo más cultural. Yo soy la Celestina y vi un cementerio de arte, aunque no me acuerdo de mucho. headerMUerte

«Este cementerio no es cualquier cosa
pues las lápidas del fondo
son de mármol rosa»
Mecano

La sillas de plástico duran más que el discurso y eso es tan ineludible como la muerte. Llegué tarde, como cinco minutos y eso en otros países es casi que condena. La señora habla de lo lindo  de todo, como si no fuera el fin. El fin es el tema: eso de que ya no hay  luces, ya no hay ondas, ya no hay calles y aceras. Composta humana para un futuro desierto. El metal se oxida, el plástico es infinito.

Yo me doy de buena a los guardas. No les hablo y me salto la sillas. Ante las gradas que bajan al inframundo está un armatoste café que le llaman tarima. Un refugio para un piedrero. Los espacios de medio metro entre silla y silla, todos ordenaditos, me ponen a pensar en estos protocolos de seguridad. Que ganas de tener traje y  uno de esos cordones umbilicales que les sale del oído. Pero bueno, soy más feliz con mi vestido rosado.

Todo es concreto, metal, un plexiglás negro que define una estética sin igual. Hasta me extraña que la seguridad respire, que no sea un arte por sí solo. Las cámaras muestran gente, los sensores de movimiento muestran cubos. Los guardianes de la muerte resguardan el freak show ambulante. Paranoicos conocidos. Subpagados. O les pagan con poder.

Ellos no saben que los vengo a ver.  Igual, no son tan bonitos. Los cuadros, las esculturas, los videoartes. Hay una cápsulas de embriaguez histórica. Artistas del siglo pasado con sus dolores metafísicos con luz de candelas. La muerte es humana. Amighetti era humano y sufría. Pero en la tienda de souvenirs venden una postalita de su grabado justo al lado de un bolso de diseño tico.

Los chivos expiatorios, el público en general, la muchacha de la tarima, los guardianes de la muerte y la Celestina -esta muerta tan hermosa-, bajamos las gradas del museo. Parecía un cuadro noble. Quien fuera yo para jurarme Maria Antonieta en ese desfile. El culto a la moneda se hace burdo frente a colecciones de huesos y parafernalia de capillas kitsch. Había de esos cuadritos parecidos a estampillas, como esas que se envían a un amigo lejos o a un odiado cerca. Apoye lo nacional, muérase aquí. Me verán bailar samba en su funeral, diría mi pieza.

Vengo a esperar el bocadillo, un halago por mi vestido rosa y sobretodo, a olvidar que yo soy uno de esos cubos negros, una red de impulsos con on y off.

La exposición es como un ir a misa. Es un acto sin interés, un mea culpa que me salva. Después de verla, muere y solo queda una cicatriz discreta de una memoria que no aporta. Hora y media que nos regresa a lo que importa. Eso sí, usted se muere y vale un carajo.

«Qué bonito el trabajo de todos: podredumbre y miseria.» – Una mujer

Caen nombres conocidos y otros por conocer: el producto con la lápida. Se les llama curadores, pero el espacio era como una cámara de beatos: objetos sin concordancia, unos recuerdos a mitad de pasillo que no remiten a nada.  Una exposición arquitectónica sin gusto, sin orden y sin idea. Como si la poesía le ganara a la realidad, como si pintar un par de paredes de rojo hicieran un cambio en el entrepiso de una fortaleza.

Me lo enseñaban en desorden. No se que entienden por curación, si es una idea que va de la gama del diseño de interiores a un proceso post quirúrgico. Yo casi necesito un torniquete al cuello. A ver si me cura el dolor de cabeza. Esta gente se tiene un desorden. Malos acumuladores. Tal vez eso es la muerte. Una (des)composición mediocre de nuestro cerebro humano.

Es importante entender que el arma no siempre está primero. El dolor no siempre está después. Y también, el dolor viene primero, el arma no está después. Nadie estaba ahí, solo familias que producen y  fotos para el recuerdo.  Una foto de muertos. Un humor para morir en alaridos.

Quemaduras de tercer grado, retratos de camas prepago y las vidas que las pagan.

asko-arte-viejo-1

Venta de souvenirs históricos.

 

El arte antiguo hablaba de lo ritual en la muerte y esa idea de que si uno se muere duele para el conjunto. Lo más nuevo, como todo lo que hoy es nuevo, con la manía descarada de olvidar el in memoriam y poner diseño jaiclás para vender estética en lugar de sentido. ¿O será que el sentido es estética? Deje de preguntar varas papi, o lo quemo.

La muerte no es más que un accesorio. El objeto que mata no es más que carne con decorados… ¿en descomposición? Adornos de fantasía. Me excitan los zapatos que veo: mucha correa y tacón alto, cuero sobre cuero. Sueños sublimes de fuegos extranjeros. Lo aborigen ya parece orinal.

asko-sofista-2

Sofista orinando arte burdo.

Los guardas de seguridad se convierten en protectores de la flama. La flama en las paredes, la flama que se expone, pero ni ellos ni nosotros podemos tocar. Nosotros, todos, cadáveres que se mueven torpes hasta la señal, el premio gourmet de saber apreciar un par de muebles quemados y con un gusto a Teletica. Ahora es bien vista la ingesta. Vino blanco, vino rojo. La comida reconforta.

Cadáveres y cadáveres: esto es un velorio al fin y al cabo. Aunque no alcancé a la monchis, lo compensé con vino. Nunca falta un borracho en una vela y con la risa todo se olvida… hasta la muerte.

(En este momento, seguridad casi me echa por un gloryhole improvisado.)

asko-fan-3 Fotografía de un fan con su futuro aposento: una tumba.

Como epílogo, señalo:

  • La falta que me hace una cama de zacate y flores amarillas.
  • La muerte es compañía, la gente olvida que se muere, se aferra a nombres, muecas y maravillas.
  • Viva la muerte porque es democrática y participativa.
  • Llevé al lance a ver la expo, fue casi como un melodrama gringo en que se mueren felices por siempre.
  • El BCCR se jura el Louvre pero no logra ni Louvricar.

 

Artículos relacionados

Share This: