El Festival Internacional de Cine en Costa Rica organiza un taller de crítica cinematográfica. Revista Vacío publica las reseñas producidas en durante este taller.

Medea, esa mujer que desafió los cánones de la maternidad, del amor e incluso de las implicaciones que tiene asumir la subjetividad femenina, es representada con un nuevo aire en el film de Alexandra Latishev, quien, junto a un equipo conformado por cineastas, compositoras, artistas, crean un maravilloso lenguaje que, desde el inicio, nos seduce.  

María José, nuestra Medea contemporánea y personaje principal de la película, nos lleva de la perplejidad al intento de comprender su existencia, de la sensación de colectividad al de una soledad profunda y a veces indeseada. Y es que ella está embarazada y no desea estarlo… De allí que las preguntas que genera su situación giren, en primera instancia, en torno a su condición, en la que, como es evidente en la película, se encuentra atrapada.

Nos vemos de inmediato inmersxs en esta dramática historia que, ante una música austera, una cámara con planos cerrados, una luz tenue que nos da la sensación de intimidad, nos moviliza nuestras dudas… No hay otra forma de entrar en un filme como este sino a través de las preguntas abiertas.

Mencionemos entonces esas preguntas que provoca la tribulación en el personaje principal y que dejan en evidencia un problema aún más profundo que abordaré más adelante. Estas son: ¿por qué no habla? ¿Por qué no abortó antes? Y, por supuesto, en un país conservador como el costarricense es imposible obviar el cuestionamiento de ¿y dónde está el padre?

En principio, en nuestro afán de resolver la profunda soledad y la falta de escucha que padece la Medea contemporánea en el film, pensamos que, si ella hablara, si le contara a alguien su situación, esta sería tal vez menos pesada. Sin embargo, nos vamos dando cuenta que ella vive uno de los problemas actuales de una sociedad individualizada y altamente machista y es que aun cuando es evidente su dolor, nadie parece darse cuenta.

Eso nos lleva a nuestra segunda pregunta ¿por qué no abortó? Sobre ella, como pasa con la anterior, solo podemos decir algunas apreciaciones que nos hacen saltar a un contexto político costarricense, en el cual el aborto es penalizado de 3 a 10 años de cárcel. Además, se vincula la maternidad con el amor sin límite, en el que la mujer termina siendo un receptáculo de los deseos de otros.

¿Por qué María José no aborta al inicio de su embarazo? Eso nunca lo sabremos, pero lo que sí tenemos claro es que ella no deseaba ser madre. Más aún, se encuentra atrapada en un cuerpo que le ha sido expropiado, del que los otros hablan, pero en el que a ella solo le es posible hacer tres cosas: guardar silencio, reír y sentir dolor.

Ante esta situación, no hay que olvidar que Medea-María José resiste y es allí cuando nuestras preguntas dan un vuelco, al darnos cuenta de la inexistencia de una sola solución, y es que ¿acaso si ella hubiese hablado o hubiese abortado antes, o se hubiese hecho acompañar de un padre su realidad de soledad habría cambiado?

El filme deja muy claro que no siempre es necesario hablar para pedir a gritos que la escuchen. Esa sensación de encontrarse atrapada, de ser cada vez más lejana a su propia vida estalla frente a los ojos de la espectadora o del espectador al punto de voltear nuestros cuestionamientos no hacia ella, sino más bien hacia aquellos que a pesar de encontrarse físicamente cercanos no registran su existencia como mujer autónoma o como sujeta.

En una de las escenas un hombre con el que María José juega nos deja claro que los hombres huyen de “su problema” y nos hace recordar que también sus padres ignoran cuando ella cada mañana entra a casa, toma agua, va al baño y se enfrenta de nuevo ante el espejo que le recuerda que aún está embarazada y que aún está sola. Incluso su pareja le habla sobre su cuerpo, sobre la cantidad de comida que pidió en el restaurante, sobre su exnovia…

Nadie parece estar dispuesto a callar. Este desconocimiento que existe sobre ella se ve expresado en el tipo de plano utilizado constantemente en la película, en su mayoría medio y pocas veces entero y su soledad es metaforizada por la puesta en escena de ella como centro, enfocada. Mientras que lxs demás, en muchos casos, están presentes solo borrosamente en el espacio.  

Nos damos cuenta de que en el filme a María José la miran, a María José la tocan, de María José se ríen, pero a Medea, esa que estalla en la danza, la que da golpes en el rugby, la que usa el sarcasmo para reírse de los gestos correctos de los otros, la que no quiere ser madre, a esa mujer agresiva nadie la reconoce.

Nadie más que nosotrxs, espectadores que somos cómplices de su ser, de su avasalladora fuerza, nosotrxs que la miramos abrirse paso en la multitud de un San José que la ve perpleja, pero que por supuesto, nunca la mira más allá de su pelo rapado y sus botas que amenazan con mover sus pies. María José se aleja hacia un trip que pareciera hacerla andar distinto.   

1 Uno de los textos de referencia para la realizadora de la película es “La Medea de Eurípides, hacia un psicoanálisis de la agresión femenina y la autonomía” de Roxana Hidalgo (2010), en el cual se aborda el mito de La Medea desde una mirada actual, pues siguen vigentes los discursos que colocan a las mujeres en el lugar único de la maternidad. Es por ello que se hace inconcebible para algunos que existan mujeres agresivas y más aún, que algunas madres maten a sus hijos como mecanismo de defensa, es decir, como su salida para poder seguir existiendo y que no desaparezca su individualidad. Aun cuando Medea es un personaje de la Antigua Grecia, Hidalgo nos habla de ella como modelo de una mujer profundamente temida, considerada como un monstruo y por lo tanto digna del exilio.

 

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