Paola Valverde no fue la misma antes y después de visitar Madrid, donde conoció la cálida poesía de Myra Jara y la llevó consigo por Europa hasta regresar a Costa Rica. 

Frente a mis ojos, pasaron varios yonquis reformados sacados de la imaginación de Irvine Welsh. Yo ignoraba mi entorno y la ruta del metro. Pudo haber pasado el mismo Welsh y también lo hubiese ignorado (cabe mencionar que es mi escritor favorito y por más cursi que suene se lo diré el día que lo conozca). Mi concentración estaba en una destrucción blanca. La gente viajaba comprimida en los vagones. Era Londres y daba lo mismo si esos atuendos punks habían salido de una novela situada en Edimburgo o de un garaje en Chepe. Olvidé todo lo que había leído hasta entonces, mis batallas comenzaban a fermentar las páginas de un nuevo libro. En ese asiento gastado y azul (y vino) releí los poemas de aquella mujer que solo quiso follar en el Mood.

Dos semanas atrás la conocí en Madrid, en el piso de un ángel con medias rojas llamado Juan Carlos Mestre. Alexandra Domínguez nos recibió en la entrada. Jon, Dennis y yo veníamos agitados, llevábamos veinte minutos de retraso. Encontramos el edificio, tocamos el timbre y por el intercomunicador escuché, por primera vez, la voz de Alexandra. La puerta se abrió y las escaleras de madera antigua nos guiaron hasta el cuarto piso. Alexandra abrió la puerta del apartamento. La abracé con fuerza y pasamos a la cocina donde Myra estaba preparándose un trago. Algo me había dicho Mestre esa mañana, cuando nos preguntó en un mensaje si conocíamos a la joven peruana llamada Myra Jara. Le dijimos que no y respondió ok. Creo que era todo lo que Mestre podía decir, lo demás sería llevarla hasta nosotros, dejar que ella hiciera su trabajo.  

Aún no llegaba el poeta a saludarnos. Mientras tanto, Myra bebía pequeños sorbos y se tocaba el pelo. Cruzaba las piernas y ardía. Su estilo encarnaba el ímpetu de la Gloria Trevi de los 90s inaugurando un calendario.  Su pelo, naturalmente, tenía que estar suelto y sus ojos húmedos delataban los fragmentos de una sombra. Alexandra la escuchaba con paciencia de gato. Nosotros no la conocíamos. No entendíamos aquella fortaleza tan frágil. La voz de Mestre se escuchó desde otra habitación, Alexandra nos pidió que subiéramos a la biblioteca. Toda la casa era una biblioteca, llena de antigüedades, regalos, objetos raros y cuadros, muchos cuadros. 

Con el mismo encanto que Carlton House, pero en pequeño.

Con el mismo encanto que Carlton House, pero en pequeño.

Pisé el último escalón y vi sus alas extendidas. Mestre se abalanzó sobre nosotros con su aura iluminada. Llevamos a su casa una moneda antigua con tres plumas colgando. Fue nuestra ofrenda por habernos permitido conocer el espacio donde ocurría la magia. Estábamos adentro del carruaje, éramos parte de una de sus pinturas o las de Alexandra.  Atrás de su cabellera rizada se asomaba el poeta Miguel Ángel Muñoz Sanjuán. Aquello sería una fiesta. Sobre la mesa nos esperaban las tapas y una larga noche de poesía.

Myra y Alexandra subieron minutos después. Myra continuaba hablándole de sus placas tectónicas, había en el movimiento de las palabras una gran ansiedad. Antes de sentarnos preferimos repartirnos los libros, Miguel Ángel tendría que partir pronto para no perder su transporte a casa. Nos entregó Cartas Consulares y Las Fronteras, con bellas dedicatorias y un ojo que sellaría la amistad para siempre. Yo le regalé BARtender. A Mestre y a Alexandra les había llevado La quinta esquina del cuadrilátero y algunos poemas de un libro inédito. Myra saltó de su puesto y dijo que traía un libro que quería entregarnos. Yo me sentí muy mal porque no andaba más libros, pero le prometí (y ya saldé la deuda)  que al regresar a Costa Rica se lo mandaría. En ese momento, antes de terminar mi disculpa, nos entregó La destrucción es blanca, besó mi mejilla y me dijo: No te preocupes, lo esperaré.

Miguel Ángel, el hombre que ya no habita cuevas ni ciudades, desapareció entre el humo. Myra fue por otro trago. Al regresar dijo: Quiero leer un poema. Mestre sonrió mientras seguía trabajando en la pintura que funcionaría como dedicatoria en La Bicicleta del Panadero.  

¡Por supuesto! Dijimos todos. No sabíamos a qué atenernos, hasta que sus palabras vertieron gasolina en aquella habitación que parecía un inmenso pájaro azul.

Segundos antes de deleitarnos con su canto.

Segundos antes de deleitarnos con su canto.

Tenía ganas de quebrarme, me fui al Mood
Un bar grotesco donde van los policías a follar
Acepté un cocktail gratis de un hombre
No lo besé pero me conmovió su fea boca, fea y grotesca
Cerró el Mood y caminé hacia Castelino
Los mozos miraban mis piernas, me invitaban cervezas
No había quebrado las aves, estaba desordenada y negra
Fui a las mesas a beber agua
Llegó un tipo guapo que caminaba lento
Yo era conmovedora, era placer
Había vivido en Londres, volvió a Roma por idiota. Era un marica vanidoso y hábil.
Teníamos los dos lindas piernas
Era guardia de puerta en un club de strippers. Mujeres frías, sus amigas.
Le conté que era pobre, hacía danza, hablaba lenguas, hoy quería follar.
Entró un perro al bar. Pobre bestia suave
Me miró un rato las caderas y las manos. No quieres que hable para meterte en el club?
Bailas desnuda, nadie te toca, haces dinero. Nos bebimos un vodka.
Se fue en el bus
Yo desnuda, bailando bajo luces. Viejos hombres mirándome los pechos. Cabezas mirándome. Pájaros caminando en sus cerebros.
¿Crisis? Mías
Desnuda en la noche mientras otros orinan y duermen
Estaría bien desnudarme pensando en leones y plantas, en leones que abren la boca y bostezan.
Volver luego al departamento, cocinarme, comer.
MJT, La destrucción es blanca

 

Jon volvió a vernos y los tres quedamos sin palabras. Apareció la poeta, está frente a nosotros, pensé.

Había viajado desde Roma; Madrid era solo otra estación. Desde su nacimiento llevaba toda la vida viajando. Yo observaba, cada vez más, sus movimientos. Era egocéntrica y atrevida. A pesar de su juventud, su mirada flotaba dentro de un gas anestésico.  

Se hizo tarde. Luego de muchas horas de poesía y fraternidad nos despedimos. Myra nos pidió que la acompañáramos a bailar. Le dijimos que no. Al día siguiente íbamos a Granada y debíamos madrugar.

Saqué La destrucción es blanca, dos semanas después, en aquel tren con asientos gastados. No tenía idea de dónde bajarme. Nunca había estado en Londres, aunque ahí había vivido el tipo guapo que caminaba lento en uno de sus poemas. Dennis, mi esposo, me dijo que la próxima parada sería nuestro descenso. Debíamos tomar otra línea para encontrar la dirección de un hotel que nuestro hermano, el poeta sirio, Nouri Aljarrah había conseguido para nosotros. Estaríamos solo dieciséis horas en Inglaterra, el motivo atendía a una conexión entre aerolíneas.

Al día siguiente atravesamos el Atlántico.

Una vez en casa, entre todos los libros y recuerdos de amigos maravillosos,  La destrucción es blanca tomó un espacio privilegiado en la biblioteca. Poco después, entre fotografías tiernas y tentadoras, leí en su Facebook nuevos poemas que no estaban en el libro.

Mi vida en el espejo es delicada
Mi pelo flota en el espejo
Recorre el espejo
Desciende al agua
Desciende
Desaparece de mí
No es mío
No será mío
Se tambalea, se moja
Es cruel con las cosas más pequeñas
Hace daño a las imágenes más tenues
MJT, inédito.
No sé cómo hice
No recuerdo todo
Salí de la clínica donde estaba
Me fui
Después de tres años
Entre la timidez
Salí sola
Caminé
Sin nadie en la mente
Sólo yo
Mi imagen
Yo soñé esa imagen
La vi siempre iluminarse
Yo vi
Recordé
Las ciudades, el frío
Mi departamento
Yo sentí siempre
El pasado
Me iluminé
En el pasado
Tuve ese tipo de pasión
Vi
Mi alrededor
Una cama
Vieja e incómoda
Náuseas, delgadez
Personas siempre durmiendo
Ahí amé
A Santiago
Él me cuidaba
Me visitaba
Me veía brillar
Los dos más jóvenes
Los dos ayer
Y mis amigas
J, T, E
Las chicas más alejadas y más sólidas
Aún así
Yo estaba sola
Sin ellas tres
En la contradicción
Siendo la única
Entre rabia
Y sueño
Y egocentrismo
No pude planear mi primer intento de salir
Planeé el segundo
En soledad
Sensibilidad
Con exactitud
No sé cómo
Una mujer encerrada
Puede ser exacta
Puede crear en la mente
Alguna precisión
Pero yo lo hice
Porque soy bella
Tengo un espejo de frialdad
Salí por atrás
Me esperaba Samuel
Yo recuerdo preguntarle
En el taxi
Si yo estaba bien
Y recuerdo el dinero que me dio
Los documentos que me ayudó a hacer
El abogado que encontramos
Recuerdo volver a ser
Una imagen clara
Por primera vez en cuatro años
Recuerdo las sábanas muertas entre las hojas
Donde me eché a dormir
Y tuve un sueño
En él hubo una explosión
Una mariposa negra
Salió del fuego
Dio unos pasos
Caminó, me miró
Me desperté
Había dormido con él
Pensé en la mariposa del sueño
Por un tiempo
Me tomó unos meses
Recordar
A la gente que conocía.
MJT, inédito.

Conforme más la he ido leyendo, más agradecida estoy de haber nacido en el mismo tiempo de esta ave exótica. Pocas poetas han sabido picotear, como lo hace ella, la cordura de una voz.

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