La semana pasada fue el Costa Rica Festival Internacional de Cine en San José. Algunas películas tocaban temas relacionados a la música, pero lo que tienen en común es mucho más que eso.

“Isn’t it the invisible things, the lost things, that have so much mass, so much weight, and are as big as the universe?» (¿No son acaso las cosas invisibles, las cosas perdidas, las que tienen tanto volumen, tanto peso, y que son tan grandes como el universo?)
Nick Cave, One More Time with Feeling

Siempre es más fácil hablar de temas trascendentales con palabras ajenas. A veces es más fácil no hablar. A veces es más fácil usar imágenes y sonido. Seguramente por eso existe el cine.

¿Y la música?

Schopenhauer decía que era la más alta de todas las formas artísticas, porque la música no se vale de la imitación del mundo palpable. Es esencia pura y vibra en nuestro espíritu de esa manera: sin intermediarios. No hace falta interpretarla, entenderla o siquiera aceptar la experiencia para disfrutarla.

La música es probablemente la mayor de las cosas invisibles. La música es. Existe y nos atraviesa. Una pieza musical puede estar acompañada de letras que cumplen una función comunicativa concreta, pero la música no necesita a las palabras. Es por esto que es un lenguaje universal.

Sonita, el documental de Rokhsareh Ghaemmaghami, retrata la vida de Sonita Alizadeh, una chica afgana de 18 años que vive como refugiada en Irán y cuyo sueño es rapear. Pero Sonita no quiere solo rapear, quiere hacerlo sobre temas sociales: el matrimonio forzado en Afganistán, las injusticias de ser una mujer en medio oriente (es decir, uno de los seres humanos con menos poder sobre la faz de la Tierra) y todas las cosas que le gustaría cambiar en su realidad. En Afganistán a las mujeres les está prohibido cantar. En Irán un solo femenino en una pieza requiere de un permiso especial.

 

En el documental, Sonita explica que originalmente le interesaba hacer pop, pero se dio cuenta de que los temas que quería tocar eran demasiado fuertes para ese género, que se quedaba corto. Con el rap podía denunciar problemas reales, y la música soportaría cualquier mensaje.

En efecto, su primer video, a pesar de haber sido producido en condiciones bastante precarias, causa escalofríos. La letra y la emoción con que Sonita la recita tienen tanto peso que el mensaje se vuelve universal. Hay algo invisible ahí, algo más grande que la simple denuncia: es la fuerza interior de una niña de 18 años luchando contra todo lo que la rodea y creándose una realidad alternativa. La música como lenguaje universal y como herramienta política en su mayor expresión.

En Dancer (Steve Cantor), otro documental, también vemos retratada la lucha de un protagonista sumamente joven por alcanzar un sueño formidable. La fuerza con la que Sergei Polunin avanza hacia su sueño es admirable. Sin embargo, el documental remueve también una sensación de omnipresencia del sufrimiento en la vida. Aún en el éxito. Aún en sueños cumplidos.

A mí me llevó a un estado de nihilismo puro, pero también me hizo reflexionar sobre el poder de una voluntad. Todo se puede. Sergei, al igual que Sonita, rompe con el status quo, y a punta de voluntad y perseverancia produce una realidad nueva, que originalmente parecía inconcebible.

El CRFIC estuvo lleno de documentales. Uno de esos fue La felicidad del sonido, de Ana Endara. En él conocemos a distintos personajes que nos comparten sus reflexiones sobre el sonido, el silencio, la música. Uno de ellos nos habla sobre el balance indispensable entre silencio y no-silencio.

Es como el Yin y el Yang, el yin el espacio negativo, el silencio es necesariamente la contraparte del Yang el espacio positivo, el sonido. Así como necesitamos a la melancolía para sostener una buena salud emocional, necesitamos al silencio para poder apreciar la amplitud del no-silencio. Un equilibrio difícil de alcanzar.

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Vemos a un personaje que utiliza ondas de radio para crear un circuito de radio comunitario para darle voz a una comunidad aislada que no cuenta con medios para expresarse a esa escala. Un músico habla de todo lo que no vemos, de las ondas de sonido que como seres humanos no percibimos, de todo lo que nos rodea que para nuestros sentidos es inexistente. El sonido, aquello, lo invisible, también nos une.

Notes on Blindness (James SpinneyPeter Middleton) también es un documental a medias, puesto que el audio es documental pero los visuales no: para más información ver el trailer, que no habla de música, sino del poder del sonido.

En 1983 John Hull pierde la vista, y para intentar entender lo que le sucede empieza una serie de grabaciones en las que reflexiona sobre el proceso de aprender a ser ciego. Lo que es estar ciego. Cómo los recuerdos se transforman, cómo se percibe el mundo circundante.

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En esas reflexiones hay joyas absolutas, como su observación sobre el poder de la lluvia de volumizar el espacio: es decir, que a través del sonido de la lluvia golpeando superficies se puede establecer la forma y el espacio. “Si tan sólo pudiera haber algo equivalente a la lluvia cayendo adentro, entonces una habitación entera tomaría forma y dimensión”, pondera Hull en una de las grabaciones.

Este sentido de unificación de los sentidos crea en la película un ambiente especial, se siente novedoso, tanto que es difícil de nombrar, pero diría que es algo como una poesía estética. Escuchar a la lluvia caer ya no es lo mismo.

Nick Cave es el que nombra los fenómenos anteriores. En julio del 2015 murió uno de sus hijos adolescentes, Arthur. No hace falta hacer hincapié en lo devastador del suceso, y esta es una de las virtudes del documental (ajá, otro): no mete el dedo en la llaga ni trata de sacar información amarillista sobre el suceso.

Dirigido por Andrew Dominik, One More Time with Feeling lidia con el duelo de esa muerte a través del disco nuevo de Nick Cave & The Bad Seeds, Skeleton Tree. Los que conocen el trabajo de la banda pueden notar cambios, notablemente en las letras. Después de ser famosamente narrativas y ficticias pasan a ser sumamente íntimas, casi implorantes.

Son cartas, son plegarias, rezos. “With my voice I am calling you.” / “Nothing really matters when the one you love is gone.” / If you wanna bleed, just bleed”. La película hace un magnífico trabajo en reflejar un proceso probablemente interminable: la aceptación de la muerte de un hijo. De paso las piezas son desgarradoras y la fotografía es hermosa.

Lo más difícil de nombrar es lo invisible. Pero es también lo más envolvente. Es la lluvia, es el silencio, es la música. Es el poder que traemos adentro y que olvidamos ejercer. Es el yin. La próxima vez que se sientan diminutxs, que duden de sí mismxs, piensen en el poder de lo invisible: escuchen el silencio, y recuerden que todo es posible.

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