Gracias, gracias, Stranger Things, por el masterclass de guión, y una semana llena de aventuras y de la más deliciosa ciencia ficción.

Para mi generación, Stranger Things es muchas cosas. La más obvia de ellas: un homenaje a las películas de ciencia ficción de los ochentas, las que luego pasaban en tele cuando estábamos creciendo, y se daban el lujo de ser siempre medio conspiratorias. También, es el manotazo de nostalgia musical que nos ataca cada tres o cuatro escenas o, en mi caso, es la música que descubrimos de adolescentes y que todavía salimos a bailar “oh, qué buena pieza…”. Además puede ser – y es – el sueño mojado de los físicos aficionados, los que creciendo vimos a la ansiedad científica sobre el multiverso y sus misterios convertirse en algo mainstream.

La desaparición de Will es el desencadenante, pero de su aventura sabemos poquísimo - excepto que al regresar de ella, nunca más será el mismo.

La desaparición de Will es el desencadenante, pero de su aventura sabemos poquísimo – excepto que al regresar de ella, nunca más será el mismo.

Yo no logré ser científica o física. Más bien una geek de las historias, y más adelante, guionista en potencia, o más acertadamente, narradora.  

Y para mí, Stranger Things fue también una clase muy contundente sobre el quehacer narrativo.

Stranger Things se compromete con su género y su tema

El miedo del guionista de mi generación a comprometerse es un tema muy tico. Las veces que he podido dar consejos y clases sobre guión, he defendido la humanidad de los personajes y la belleza en la banalidad. Es algo en lo que creo, sin duda, que hay banalidades bellas y dignas de contar. Pero la banalidad y la humanidad son conceptos enormes. Cagar, por ejemplo, en todas sus formas y duraciones, o las horas que pasamos dormidos, tiempo que se sentiría para un espectador, y a veces inclusive para nosotros mismos, vacío. ¿Cómo logramos encoger semejante esfuerzo para que quepa en el molde de una historia?

Por eso es que también creo en la definición, y las limitaciones. Esto es, construir un arco dramático, sirviéndose de esa humanidad y banalidad infinita de nuestro personaje, y regresar siempre a ese carril cuando aparecen rotondas y desvíos. ¡Sí! Se podría decir que estoy de acuerdo con McKee y Syd Fields, y demás gurús gringos del guión, porque aunque me desaprueben con la mirada, el día en que se encuentren con el desafío de escribir una historia como si – o porque en efecto – su vida depende de ello… ustedes también apreciarán la magia de la investigación, de casarse con un tema, y perseguirlo hasta el conflicto.

El tema de las limitaciones es un tema de compromiso. Comprometerse con ese arco dramático es definir un final, sea abierto o cerrado, positivo o negativo, que merecerá ser el norte último de la historia. Limitarse también es escoger un género y tema para la historia, y cerrar las puertas de la tentación. Dentro de esa casa, que podríamos visualizar como la casa de los Byers, ventanas y cortinas pueden permanecer abiertas – que entren destellos de inspiración y referencias en ráfaga (podemos de vez en cuando abrir un hueco en la pared con un hacha) – pero todo lo que necesito lo encuentro dentro – y, como ya sabemos que pasa en la casa de los Byers, el exterior poco pretencioso no representa la riqueza que hay dentro: inteligencia sensorial, sentido de pertenencia, talentos varios, y hasta un vórtice hacia otra dimensión.

La serie utiliza arquetipos para darnos la sensación de que somos en parte creadores de la historia - como audiencia utilizamos estos códigos para construir personajes de manera 'express' y anticipar eventos.

La serie utiliza arquetipos para darnos la sensación de que somos en parte creadores de la historia – como audiencia utilizamos estos códigos para construir personajes de manera ‘express’ y anticipar eventos.

Lo que noto, es que andamos con miedo a definir. Lo sé porque yo misma, al escribir mi novela, le huí a las limitaciones hasta que me golpearon en la cara, un día que trataba de hacer un “pitch” y terminaba diciendo que en realidad tal vez mi historia era “sobre nada”. Sépanlo: ¡ninguna historia es sobre nada! Me lo dijeron mis profesores, los que trataron sin suerte de domar a la bestia: “Definí, querida, definí.” Y yo pensaba que lo sublime estaba en el desbordarse, en tener mil casas y todas abiertas. No fue sino hasta hace poquísimo durante un momento de lucidez que me admití que lo que yo estaba escribiendo pertenecía a un género específico, y asumí todo lo que eso significaba.

El video que sin falta al menos treinta de sus conocidos han compartido, el que compara las escenas de Stranger Things con otras películas de ciencia ficción, documenta en mi opinión una investigación llevada a cabo a la perfección, y un pulcro aprovechamiento de los recursos narrativos disponibles – es decir, de los códigos del género.

Stranger Things define un conflicto para construir su arco dramático

Queremos que la historia, como nuestro personaje – cómo nosotros mismos – sea todo y sea nada. Porque tenemos miedo: todo está tan cerca de ser intransigente, ajeno, o peor, polo. “Pero si me abstengo de dibujar ese arco dramático, no podrán tacharme de nada… siempre ganaré yo, porque tendré la excusa de la vanguardia y del desdén por las reglas.” ¿Y si más bien combato lo que me parece ajeno educándome sobre ello? ¿Y si le doy magnitud a lo intransigente asociándole un conflicto?

Eleven, un personaje que ya aceptamos de nuestro lado, es recompensada después de su primer asesinato doble, con una dosis de la ternura que nunca tuvo - y ella se entrega a esta sensación de bienestar con todo su lenguaje corporal.

Eleven, un personaje que ya aceptamos de nuestro lado, es recompensada después de su primer asesinato doble, con una dosis de la ternura que nunca tuvo – y ella se entrega a esta sensación de bienestar con todo su lenguaje corporal.

La última vez que fui a una muestra de cortos nacionales sentí que como generación, nos hemos entrenado maravillosamente en aspectos técnicos, y avanzado leguas estéticamente (desde la muestra “240” donde presenté mi primer corto, en el 2008) – pero en general, sea por la misma pretensión artística que nos llevó a la perfección técnica, o por un tema de falta de entrenamiento, hemos menospreciado el arte milenario de la historia. El oficio narrativo. La dramaturgia.

¿Cómo se manifiesta esto en imágenes? Bueno, lo que vemos es un cine Magaly en silencio, derivativo, cientos de ojos expectantes, cabezas maquinando el norte elusivo de la historia, tratando de encausarse desesperadamente – sólo para darse de pronto cuenta, ya durante los créditos, que no había cause, no había río, sólo había agua por todos lados. Y sentirse, de cierta forma, mangoneado.

No es que haya que hacer todo tal cuál lo hicieron otros. Es precisamente por eso que hay tantas formas de hacerlo – y tantas maneras de aplicar la sabiduría documentada: ya verán en esta misma columna cómo discutiremos todo tipo de guión y todo tipo de acercamiento al personaje. Pero sí es reconocer el valor del storytelling. Por eso el ejemplo de Stranger Things: las enseñanzas de Hollywood en su más y mejor ejecución – ¿no es una delicia aceptarlas y sentirlas? Es como lo que me imagino que debe de ser creer en Dios: sentir que algo simplemente “funciona”.

Para alguien entrenado en contar historias, identificar los patrones que nos hacen sentir, y reconocer los puntos de presión – y aún así ser capaz de sentirlos – es orgásmico. Sino pregúntele a mi novio cómo reaccioné durante el tercer capítulo, cuando Joyce ha armado las luces de navidad, y la ouija en la pared nos confirma – a nosotros, ojo, no a ella, porque ella aún ni idea – que Will está ¡ahí mismo! En la misma casa donde Joyce siempre estuvo, y delimitó el río perfectamente, y trazó el camino de la expectativa. Sólo pregúntele el momento excelso que viví, como tuve que poner pausa al reproductor y gritar y luego reagruparme. ¡Es eso!

La desaparición de Barb junto a la piscina es un recurso narrativo que ayuda a impulsar la historia hacia delante - pero también nos da un momento a solas con ella para explorar sus motivaciones.

La desaparición de Barb junto a la piscina es un recurso narrativo que ayuda a impulsar la historia hacia delante – pero también nos da un momento a solas con ella para explorar sus motivaciones.

Eso es lo que hace que contar una historia valga la pena – permitirle a la audiencia conectar con ella, a través de una serie de códigos y signos; la historia también tiene lenguaje corporal, también puede abrir o cruzar los brazos.

Stranger Things construye la humanidad de sus personajes, delegándoles subtemas y contradicciones universales

¿Interfiere eso con la capacidad de contar una historia original, científica, humana, inteligente? Hablemos de personajes infinitos y banales, de arcos dramáticos y del tejido experto de los subplots: del punto de partida y el desenlace de cada persona involucrada, todos enredándose alrededor de un tema de magnitudes políticas.

mike and eleven

La búsqueda de Joyce va más allá de la búsqueda de su hijo menor adorado: es la redención de la maternidad, (ante el pueblo, pero sobretodo ante Lonnie), la metáfora perfecta de la lucha de la madre soltera.  Hopper se rompe bajo su luto, conteniéndolo, como le dicta su masculinidad, siempre a punto de reventar. Will, en su laberinto del Minotauro, un día es niño sin preocupaciones y al siguiente un joven héroe arrastrado a enfrentar pruebas diseñadas para los Dioses, de las cuáles no puede y no debe salir siendo el mismo. Eleven, la niña maldecida, con conocimiento nulo de los códigos sociales pero sabiduría infinita adquirida por esa misma soledad, siempre niña y siempre vieja, la heroína y victimario – la contradicción. Mike, el niño frágil que encuentra su fuerza en el despertar de su sexualidad, en el descubrimiento del romance y de la admiración mutua – pero que pierde, sin aviso, su objeto de deseo. Nancy, la chica que parece ser todas las chicas, atrapada entre sus ambiciones y la tentación de caber en el mismo molde infeliz de sus padres. Jonathan con su tristeza casi genética, más adulto que sus padres, pilar y pared – hasta que le revienta la cara a su némesis social, y se hace obvia toda la violencia que trae dentro.

Inclusive de sus personajes más secundarios podemos inferir conflictos, un pasado y suficiente complejidad como para aceptarlos como seres humanos. Para esto, usemos el ejemplo de Lucas, el hijo del veterano de Vietnam. Un niño leal, decidido, pero terco y paranoico, incapaz de confiar de en cualquier persona ajena a su círculo inmediato. Justificamos y asimilamos su rechazo a Eleven gracias a que nos han contado, a través de una serie de pequeñísimas intervenciones (el bullying étnico, el cargamento de armas fácilmente disponibles “from ‘nam”) , que estamos frente al resultado de un trauma transmitido por generaciones: la actitud defensiva de un miembro de una minoría apenas recién validada históricamente. Y así nos pasa con Benny el de la hamburguesería; Barbara, a quién nadie intenta buscar, y hasta el profesor de ciencias que resulta tiene novia. ¡Increíble cómo maneja el arte de “no lo digas, muéstralo” esta serie, que es capaz de transmitirnos esto!

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Podemos pensar que el monstruo actúa por puro instinto – pero esta imagen de Will entubado nos hace valorar si serán más complejas sus motivaciones.

Y luego la gama diversa de villanos aparentemente menores, pero en realidad inconmensurables:  niños homofóbicos criados por padres imbéciles, jerarquías familiares injustas, abandono – el síndrome de Estocolmo: pueblo chico, infierno grande.

Para terminar, el villano clásico, el monstruo con motivaciones en apariencia básicas, pero con una estructura inclusive gubernamental detrás sosteniéndolo. Y el doctor Brenner, que tiene suficiênte humanidad como para humedecer sus ojos ante cada señal de su triunfo inminente.

Más allá de que Stranger Things tenga bien puestos sus puntos de giro, es una lección sobre personaje; sobre cómo manipular una historia que parece monumental; sobre humanidad, banalidad e infinidad; rodeada de acción, aventura, misterio, suspenso. El laberinto del Minotauro, el rompecabezas. La invitación extendida a la audiencia de resolverlo. Las posibilidades del género, explotadas con agilidad artística. El vórtice está y es.

Agradecemos enormemente que las secuencias de acción no estorben en el desarrollo de la historia o los personajes.

Agradecemos enormemente que las secuencias de acción no estorben en el desarrollo de la historia o los personajes.

Así son las mejores historias, las más extrañas… pero solo pasan si las dejamos suceder.

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