“Nadie es una isla. Todos somos imperios y lloramos cuando una pequeña franja se nos independiza”.

G.A. Chaves

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Las semanas posteriores a la muerte (física o simbólica) de  alguien cercano, queda un dolor fuerte en el pecho. De hecho uno llega a pensar que tiene algo más, pero lo cierto es que lo único que siente es tristeza. Porque la tristeza duele, y no me refiero a la angustia metafísica, la tristeza duele en el cuerpo. Hay algo que le está pasando a la piel, a los pulmones, a las venas, a los intestinos. Como si los órganos presintieran su destino observando el de otro. “Dígame quién soy yo, madre” es un libro escrito sobre la certeza de ese dolor:

“Las bacterias irán descomponiendo la carne, y el contacto con la tierra dará luz a los gusanos y en unos años saldrá el polvo y los huesos”.

Fotografías de la serie «A quien no corresponda» (2014) por Pablo Murillo.

2

Antes de ser ese polvo y esos huesos hemos sido alguien. Un espacio demarcado y contenido con una personalidad. Algo así como un territorio, como un país que tiene fronteras con otros países, que conforma continentes. Como en todos, la soberanía es un tema. Es sabido que los países dirimen de distinta manera sus disputas. Acá en Costa Rica, por ejemplo, estamos acostumbrados a la idea, falsa pero convincente, de que vivimos en paz y que resolvemos todo por esa vía. Pues bien, los personajes de esta novela no son esa Costa Rica. Sino la otra, que vive día a día como un país en llamas. La novela de Juan está construida con personajes que libran una guerra fratricida, un conflicto doméstico. Su narrador, por ejemplo, es el líder de una facción independentista que lucha desde el exilio:

“Mi familia es un país lejano al que nunca quise regresar”.

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Toda rebelión separatista necesita de un motivo que la impulse, que le dé sentido al dolor que se infringe al adversario en cada combate, en cada atentado, que  aliente a la tropa en el fragor de la batalla. Como quedó claro con Fergus Kilpatrick, el líder de toda rebelión muestra las heridas con un motivo.  “Dígame quién soy yo, madre” es una especie de tratado separatista que se ocupa del dolor para comprender la ausencia, nombrando el vacío de los hijos que se van y de los padres que nunca estuvieron. Es una lucha por la soberanía y la delimitación de un territorio más allá de la familia monstruosa, pero reconoce que, por doloroso que sea, viene de ella:

“Somos la familia que nos vio crecer”.

Fotografías de la serie «A quien no corresponda» (2014) por Pablo Murillo.

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Todo esfuerzo bélico tiene objetivos íntimos ¿qué es lo que se busca con la declaratoria de independencia? ¿cuál es el sueño que quiere cumplir el líder separatista?

Dos frases dan pistas:

Cuando habla de del padre del narrador: “Soy yo, una tarde, en una cafetería, frente al hombre que tiene en su poder la palabra que nunca pude usar: papá.”

Otra cuando habla del hijo del narrador: “Vos me ves a los ojos y me decís la palabra que nunca supe pronunciar: papá”

Es así, esta rebelión tiene su fundamento en la búsqueda de un hijo perdido detrás de las palabras. Quien escribe está herido de algo que no tiene nombre. Cuando un hijo pierde a su padre le llamamos huérfano ¿cómo llamamos al padre que pierde a su hijo?

Fotografías de la serie «A quien no corresponda» (2014) por Pablo Murillo.

Del silencio que queda después de esta pregunta se ocupa la novela. También se podría llamar “Carta al hijo”.

(Una versión de este texto fue leída el 30 de marzo de 2017 en la Alianza Francesa de Costa Rica con motivo de la presentación de “Dígame quién soy yo, madre”. Todas las citas textuales han sido extraídas de la novela).


Las fotografías dentro del artículo, así como la portada del mismo son parte de la serie «A quien no corresponda» (2014) por Pablo Murillo.

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