Con los años, el barrio cambia y los vecinos también, pero siempre se deja esa esencia que nos hace sentir en nuestro hogar.  

Barrio Cuba es uno de los 16 barrios que comprende el distrito hospital. Se localiza al suroeste del Cantón Central de San José, donde no vamos por café o birra.

El Barrio es viejito y pequeño. Huele a margarina y a marihuana, pero los vecinos están acostumbrados; aún se saludan por la mañana y cuando riegan las matas en la noche.

No hay una parte de todo Barrio Cuba donde no esté urbanizado. Cuenta con una fábrica, 3 escuelas y un colegio, una caseta de policía, bazares, sodas y pulperías en todas las esquinas.

Sin embargo, las casas que comprenden Barrio Cuba son su elemento más distintivo. Las múltiples viviendas de madera, construidas una junta  a otra, conforman la imagen urbana de la zona, convirtiéndose en un elemento fundamental del entorno urbano propio de este como de los otros Barrios del Sur del San José.

La forma en la que se construye una casa, más allá cimientos y paredes, dependerá de algo más profundo de lo que las manos y la moda dejen hacer. El diseño de interiores trasciende de sí mismo, especialmente cuando se vive en este por más de 40 años.  En Barrio Cuba, las casas cumplen sus años y sus interiores evolucionan, como la gente que vive dentro de estas. Los patios se van para dejar campo a cuartos para los nietos, para la costura, o para aquella familia que acaba de llegar de Nicaragua y tiene para un alquiler.

La casa más bonita del mundo está en Barrio Cuba. En ella viven mis abuelos, solitos, después de cinco hijos y once nietos que llegan a visitar a veces (y siempre llegan con hambre).

Ellos llegaron a Barrio Cuba con un embarazo y otros dos hijos. La casa, que fue heredada, al principio fue una sola. El patio rebosaba de verde, entre un árbol de cas y la chayotera, haciendo casi imposible que se pudiera jugar en él sin ensuciarse el ruedo del vestido de domingo y sin ortigarse con los gusanos.  Hoy, la casa está dividida en dos y el patio quedó reducido a macetas que rodean la pileta para lavar ropa a mano.

La casa que está a diez metros de la casa más bonita del mundo es la casa más vieja de la cuadra. Tiene 92 años y la estructura lleva torcida más de 15. Pertenece a Yenory, que a diferencia de su casa, se ve más joven de lo que es. Los chiquitos y los señores le dicen “La Casa de las Galletas” por los puntos tridimensionales que sobresalen de la fachada.

El día en que fui a visitar a Yenory me habló desde la puerta de la casa y no me saludó de abrazo. Ya que está remodelando adentro, el piso, las paredes y Yenory están llenas del polvo de construcción. La forma en la ella y su familia está tratando con la remodelación de su hogar ilustra la forma en la que los vecinos de Barrio Cuba han ido cambiando los adentros de sus casas sin dejar de lado el peso histórico que marca su vecindario.

Originalmente, el Barrio comprendía unas 50 hectáreas de pequeñas fincas de repasto y  cafetales. A lo largo de los años, se han dividido las primera construcciones, convirtiéndose en hogar y en negocio pared con pared.  Cuando hubo más necesidad, se convirtieron en cuarterías. Todos los lotes tienen la misma medida y las casitas el mismo diseño: viviendas de madera con retiros laterales, un corredor largo y zaguán.

Ligia y Mayra son hermanas de más de 75 y 74 años. Doña Ligia y Doña Mayra nacieron  en su casa actual.  La casa ha cambiado con el tiempo pero sus colores siempre han permanecido igual: portones rojizos y puerta blanca. Al igual que el resto de los primeros compradores de los cuarenta lotes en la Calle 8, sus padres compraron la propiedad en cuatro mil colones, pagando cinco colones por mes.

Veinte años después, en la misma calle, Doña Ligia estaría comprando en 24 mil la casa que es hoy su bazar. El sueño de tener su propio comercio se gestó hace 50 años y su bazar lo tiene desde 44.

Miles de cintas multicolores invaden el lugar, del techo guindan estuches de jueguitos de té y animales de plástico que combinan con un jardín de flores y enredaderas falsas para decorar la sala, que le siguen dando al bazar el mismo aire de cuentos de hada kitsch que recuerdo desde que entré a que me compraran mi primera Barbie paque.

Los negocios de medio siglo, como el bazar de Doña Ligia, sobran en el Barrio y son ejemplos perfectos de la resistencia al cambio acelerado. Las tiendas y pulperías de la más sencilla estructura: paredes y piso de madera o tierra apisonada y  techo de zinc, se amontonan entre las casitas más viejas, dejando un panorama desordenado de paredes compartidas y aceras sucias. Aún así la competencia vale muy poco cuando se sigue yendo por pan a la panadería de May, por verduras a donde Fran y por la Coca retornable al minisuper de El Gitano.

A través de los años, las casas, los negocios y los vecinos que aún se saludan por la mañana y cuando riegan las matas en la noche, definen una ruta sobre la que se trasladan bienes y personas. Con el tiempo, esta ruta presenta como el medio natural y urbano es constantemente modificado construyendo un paisaje cultural que define a la comunidad que lo rodea.

Barrio Cuba es el más claro ejemplo de la forma en la que el tiempo ha calado en los barrios del cantón central del San José. A pesar de que el pasado sigue estando tan presente, el constante movimiento de sus habitantes y el origen  de nuevos locales permiten la evolución que marca y sin embargo, no abarca por completo el espacio donde en algún momento nos vimos crecer.  El sueño siempre va a ser poder volver y sentir que todo sigue igual, aunque el Barrio haya cambiado y uno también.


Fotografías por Pablo Cianca.

 

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