Kelly Reichardt, la retrospectiva del Costa Rica Festival Internacional de Cine del 2016, propone un cine que no renuncia a las sutilezas, sino que se alimenta de la sugestión y la evocación.

Cuando vemos una pintura o pieza gráfica, tenemos una experiencia íntima. Nos ponemos frente a ella, la observamos, y mantenemos un diálogo con nosotros mismos. A partir de la información que recibimos en diferentes lenguajes – el del trazo, por ejemplo, o el del color, la luz y las sombras – reconstruimos un mensaje.  

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La observación de la figura humana confrontándose a su entorno natural nos permite, en obras como «El Monje Mirando al Mar» (Caspar David Friedrich), , tener un momento de comunicación íntima con el autor y con nosotros mismos.

Aunque seguro después compartimos nuestra opinión con otros, el momento inicial reflexivo, lleno de ideas inconexas y arrebatos de sentimiento, lo experimentamos en soledad. El cine, al ser una especie de evento social – un descendiente directo del momento gregario durante el cual se compartían las historias – es un arte más explicativo. A pesar de que ambos son primos muy cercanos, ese silencio interpretativo que provoca el arte pictórico a menudo se suprime cuando vemos una película.

La historia es la que se esfuerza por explicarse a sí misma, y nosotros nos sentamos ahí – receptáculos de información ya requeté masticada – con poco margen para reflexionar. En sus genes, el cine tiene demasiado presente la urgencia de comunicar, y a menudo lo hace renunciando a las sutilezas.

Travis (2004) fue el primer trabajo de Kelly Reichardt que vi. Yo tenía dieciocho años, y era la primera vez que iba a un festival de cine: esto en el BAFICI del año 2009, durante una retrospectiva similar a la que el Festival Internacional de Cine ofrece este año. En el corto, colores, luz, sombra y movimiento, acompañan a una mujer que ruega algo en loop por casi doce minutos. ¿Esto es narrativa?, me preguntaba a mí misma durante los primeros cinco minutos.

En la imagen no podía reconocer ninguna figura, no había personaje, el monólogo no ofrecía explicaciones ni contexto. Hacia la mitad, empecé a experimentar una especie de ósmosis. La historia se construía lentamente, se adicionaban frases que provocaban revelaciones, tal si fueran puntos de giro. Los elementos del corto – los sonidos, la voz, las palabras, las imágenes – se estaban filtrando lentamente, como un cántico meditativo: estaba recibiendo un comentario político-social de manera absolutamente orgánica.

Tal vez lo más sorprendente fue descubrir que Reichardt hacía lo mismo con sus trabajos más figurativos. Travis es claramente “audiovisual experimental”: para hacerlo, Kelly se apropió de una entrevista a una mujer que perdió a su hijo en la guerra de Iraq, y la convirtió en color y movimiento, aprovechándose además de las texturas características del Súper 8. La experiencia es más cercana a ver una pintura de Cy Twombly, donde el nombre de la pieza nos sugiere qué encontrar en ella. Pero ¿cómo comunicar de manera tan orgánica siguiendo las reglas rígidas del cine?

«Héroe y Leandro, Parte 1» (Cy Twombly, 1983).

Trabajos como Ode (1999), mediometraje sobre un trágico romance entre dos adolescentes de zona rural – Old Joy (2006), en la que dos amigos deciden pasar la noche en el bosque, buscando un elusivo silencio mental o Wendy and Lucy (2008), en la que una chica pronta a quedarse sin posesiones deambula con su perra, su única compañía – construyen personajes y arco dramático, utilizando una técnica que recuerda a Raymond Carver o J.D Salinger. Las historias son simples pero las premisas complejas, los personajes como símbolos de su lugar y tiempo, diciendo y haciendo cosas que sugieren otras palabras y hechos, permeados de un contexto histórico que no es explícito, pero que exuda de los poros del film.

Esta capacidad de la cineasta por evocar y no provocar, es lo que realmente conmueve. Sus películas se parecen tanto a la vida real y a sus pequeñas tragedias y conflictos: sin grandes ademanes ni profundas reflexiones extra-digéticas por parte del autor, pero sí muchos silencios, paisajes y sonidos. La mirada de Kelly simula una espontaneidad que – para la joven que era yo en esas épocas – contradecía lo intricado y complicado que yo sabía era escribir, hacer y producir cine.

Cuando tuve la oportunidad de hacerle alguna pregunta a Kelly, después de años de admirarla, quise saber cómo era su proceso de escritura. Su respuesta cimentó una creencia mía que he tratado de transmitir a menudo: para lograr proponer (no solo en el cine), la investigación es clave.

Este proceso no puede basarse sólo en explorar el lenguaje cinematográfico, sino influenciarse en obra pictórica, teórica, tonal, auditiva y temática. Kelly logra convertir historias ajenas en algo íntimo a través de su proceso investigativo, durante el cual conecta con los paisajes, busca a sus personajes e identifica sus poses, además de las texturas y colores que los acompañan, e incorpora la búsqueda al proceso de escritura, para que no tenga solamente resultados estéticos, sino que sea palpable en el contenido. Es una investigación vivencial, que convierte los grandes temas de la humanidad en experiencias sensoriales.

¿Será por eso que sus películas permiten esa reflexión y diálogo interior in situ que a menudo le falta al cine – porque como audiencia acompañamos a la autora en su viaje de observación y pausa?

Para ejemplificar, dos momentos de obras mostrándose esta semana en el CRFIC:

En Old Joy, dos amigos viajan en auto por una autopista, recordando experiencias de juventud que vivieron juntos. Uno de ellos comenta sobre lo invaluable del silencio – el otro, a pocas semanas de ser padre por primera vez, arquea las cejas y se concentra en la carretera, visionando un futuro bullicioso para el que no está listo.

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Old joy (2006).

En Certain Women, un hombre entrando en la senilidad mira por la ventana como un grupo de personas se lleva una montaña de piedras arenosas que esperan hace décadas en su patio delantero. Las figuras que se mueven se reflejan en el vidrio. El hombre se mantiene ajeno a la actividad. La mujer que dirige la operación se detiene para observarlo. Sonríe y, culpable, levanta la mano para saludar. El hombre no se inmuta. Él no quiere que ella se lleve su piedra – la esperanza de construir algo con ella en el futuro – pero no sabe, y no puede, comunicárselo verbalmente.

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Certain Women (2016).

En ambos casos, los personajes comunican a la audiencia sus ansiedades y temores sin condescendencia, asumiéndolos universales. Pero no sólo ellos, sino los mismos fotogramas que los encuadran desbordan sabiduría: saben que de alguna forma sabemos y que no hace falta que nos digan.

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