Si no tengo nada que esconderle al Gobierno, ¿por qué me tiene que importar un backdoor en mi teléfono?

En unas décadas, los niños nos van a preguntar qué estábamos haciendo en el 2016. El año pasado fue un año realmente histórico. Apenas lográbamos recuperarnos de un incidente, salía una noticia más devastadora. La epidemia del Zika, Panama Papers, Brexit, el golpe de estado a Dilma Rousseff, los acuerdos de París y Donald Trump. Las muertes de David Bowie, Muhammad Ali, Juan Gabriel y Fidel Castro. Y solo en el mes de diciembre, Costa Rica sobrevivió a su primer huracán, una “amenaza” de golpe de estado, la muerte de un ex presidente y de un futbolista.

El 2016 también fue un año sin precedentes para el terrorismo, al menos para Occidente. Solamente hasta noviembre hay un conteo de más de 1658 actos terroristas en todo el mundo, incluyendo los que no fueron reclamados por ningún ente.

Es difícil pensar que nuestra privacidad personal es importante cuando hay gente inocente siendo asesinada en aeropuertos, estaciones de trenes, bares, especialmente cuando nos dicen que gran parte de estos ataques se habrían evitado con un poco más de vigilancia. Pero no tenemos que creer esto.

Ahora es el momento de trazar la raya entre nuestra vida personal y lo que compartimos con nuestros gobiernos con tal de que nos mantengan seguros.

La privacidad desde el punto de vista de un artista

En febrero del 2016, PEN America, una comunidad literaria cuyo objetivo es promover la libertad de expresión, publicó una carta abierta dirigida a Loretta Lynch — la Attorney General de EEUU, o sea, la cabeza del Departamento de Justicia.

Lynch defendió públicamente el caso del FBI en contra de Apple sobre el iPhone bloqueado de uno de los atacantes de la masacre de San Bernardino — en uno de mis artículos anteriores me refiero a este caso en profundidad.

En la carta, PEN insta a Lynch a dar por finalizados   los esfuerzos del FBI para obligar a Apple a crear software que podría efectivamente hacer capaz al gobierno de desbloquear cualquier iPhone. La organización se muestra horrorizada por el ataque de San Bernardino, y reconocen la necesidad de tener protecciones alrededor de la seguridad nacional. Sin embargo, lo que el FBI pide podría erosionar los valores vitales de EE.UU de libre expresión y privacidad y podría poner en peligro a escritores y activistas por derechos humanos alrededor del mundo.

PEN ha documentado el impacto de cómo las intrusiones en privacidad y la vigilancia dañan a la libre expresión y creatividad en dos encuestas de escritores alrededor del mundo, una en el 2013 y otra en el 2015. La primer encuesta fue llevada a cabo como reacción directa a las revelaciones de Edward Snowden.

Resultados de la encuesta “Enfriamiento Global: El Impacto de la Vigilancia Masiva en Escritores Internacionales” hecha por PEN en el 2015.

Disponible en español aquí.

En estas encuestas, PEN ha encontrado que la vigilancia gubernamental — conocimiento de que el gobierno tiene la capacidad de ver comunicaciones personales o contenido privado — lleva a escritores a autocensurarse o dejar de hablar o escribir de ciertos temas particulares.

Nuestros escritores favoritos suelen enfocarse en temas tabú o que pocos escriben, trabajando en los límites de lo convencional, de lo que es aceptable. Investigan acerca del comportamiento y actividades humanas, y las realidades políticas que la mayoría de las personas prefieren ignorar. De esta manera, son sensibles a la vigilancia — porque saben que es más probable que sean ellos los vigilados. No solamente en regímenes opresivos, sino en países democráticos.

Cuando estaba investigando para mi novela más reciente ‘Lost Memory of Skin’, la cual trata de delincuentes sexuales, comentó Russell Banks — uno de los autores que firmó la carta de PEN — para el podcast Note To Self, me encontraba en línea viendo pornografía, averiguando qué tan fácil era para un adolescente encontrar pornografía violenta y cosas por el estilo. Y por esa razón, me puse muy ansioso. ¿Qué tal si hubiera alguien vigilando esto?

La censura china dentro y fuera de sus fronteras

La influencia de los artistas en la opinión pública es tan relevante, que los estados les suelen tener miedo. Por eso gobiernos como el de China llegan a extremos como censurar exhibiciones artísticas en otros países.

La exposición ‘Last Words’, antes y después de la censura. Wasfia Nazreen.

En febrero del 2016, el Dhaka Art Summit en Bangladesh hizo una exposición de fotografías de cartas de más de 140 tibetanos que se han quemado vivos en los últimos años, a forma de protesta contra China. En las cartas, los tibetanos llaman a la ocupación china “una tortura” y “un sufrimiento inaguantable”. Las fotografías duraron dos días en exhibición, hasta que el embajador chino pasó a “visitar” y le pidió a los organizadores que las retiraran. Los artistas decidieron taparlas con hojas blancas — un acto que ellos esperaban llamara la atención sobre la supresión de las historias tibetanas.

La censura china está atravesando sus propias fronteras, incluso cuando afirman que su política exterior se basa en no interferir. El creciente deseo de Beijing de controlar la expresión dentro de China está rápidamente mutando en un deseo de controlar la expresión afuera de China, escribe Sophie Richardson de Human Rights Watch.

Otros ejemplos de censura internacional llevada a cabo por China son cuando pidieron que se retirara un documental tibetano del Palm Springs International Film Festival, que no se elevara un balón aerostático con la bandera tibetana en tres distintas ocasiones y, más recientemente, cuando lograron censurar un conversatorio acerca de la censura china en línea.

Una de las invitadas principales al conversatorio fue tan acosada por autoridades chinas para no participar del evento, que la organizadora tuvo que eliminar todos los rastros de que la actividad iba a suceder. Por la gravedad de las amenazas, ninguna fuente reveló el nombre de la invitada.

El evento se iba a llevar a cabo en Firewall Internet Cafe en Nueva York, un café internet en el que se pueden hacer búsquedas en Baidu, el Google chino, por medio de un servidor. El Gran Firewall de China — un claro paralelismo con la Gran Muralla China —, oficialmente conocido como el proyecto Golden Shield, usa varias técnicas para censurar el internet chino y bloquear el acceso a sitios extranjeros.

Por ejemplo, una búsqueda sobre Li Tingting, una de las 5 feministas arrestadas en marzo del 2015 por planear una protesta simultánea en varias ciudades chinas contra el acoso en el transporte público, arroja resultados tristemente contrastantes.

Una búsqueda en Google sobre Li Tingting al lado de la misma búsqueda en Baidu, traducida a inglés, el 10 de marzo del 2016. Esta comparación da un pincelada acerca de lo que es vivir detrás del Gran Firewall de China. Xu Yangjingjing / The Washington Post.

Mientras que la búsqueda en Google ofrece enlaces a entrevistas y artículos sobre la activista, la búsqueda en Baidu habla de una cantante de ópera y devuelve fotografías de mujeres con poca ropa — ni un rastro de Tingting.

La privacidad de un celular

Si, tecnológicamente, es posible crear un dispositivo en el cual no hay ninguna llave, ninguna puerta, ¿cómo aprehendemos al pornógrafo infantil, cómo desorganizamos un plan terrorista? preguntó Barack Obama en SXSW en marzo del 2016, en una conversación con el editor del Texas Tribune.

Citó el hecho de que las autoridades pueden obtener una orden para buscar en la casa de uno, “buscar en la ropa interior”, si uno es sospechoso de terrorismo; pero de alguna manera, nuestros celulares están fuera de límites. “Es fetichizar nuestros teléfonos sobre cualquier otro valor, y esa no puede ser la respuesta correcta.”

Obama defendió el caso del FBI contra Apple sobre el iPhone de la masacre de San Bernardino. Compara revisar un teléfono con obtener un orden judicial y buscar en una casa. Pero estas son dos cosas fundamentalmente distintas. Al investigar una residencia no se obtiene acceso a las conversaciones privadas de un persona, lo que conversa con su pareja, sus hijos o colegas. Nunca ha habido nada que dé acceso a este nivel de privacidad. Y las leyes, a como están hoy en día, no reconocen esta diferencia fundamental.

Escuchar las llamadas de alguien es diferente de ver sus correos electrónicos o mensajes privados, o acceder a su libreta de contactos y ser capaz de trazar su relación con otras personas —  aquellas que uno quiere proteger, y que no tienen nada que ver con lo que uno hace.

Tener un backdoor para hackear todos los teléfonos no es una poción mágica para desaparecer el terrorismo. ¿Cómo capturaron a los responsables de los ataques de París? A través de sus huellas digitales. No tenemos que renunciar a nuestros derechos por el “bien mayor”, hay otras alternativas para hacerle la contra al terrorismo.

No otorguemos el permiso de ser vigilados

Apple está en el negocio prioritariamente para vender teléfonos, y sólo en segundo plano está en el interés de su negocio y de sus consumidores mantener un nivel de privacidad. No debemos dejarle este asunto a las compañías de Silicon Valley o a los analistas de tecnologías. Este problema nos concierne a todas las personas. 

Somos testigos de la persecución de artistas por parte de varios gobiernos autoritarios, por defender a su gente y desafiar el status quo. Si eso sucede con la tecnología de hoy en día, ¿de qué serían capaces con los permisos que les sigamos otorgando?

No sabemos qué organizaciones o gobiernos se pueden apoderar de tecnologías para violar la privacidad o limitar la libertad de expresión. Si nos descuidamos, si cedemos, estaremos dándole a nuestros gobiernos permisos que luego no podremos revocar. Y es posible que en algunas décadas terminemos peleando contra el Big Brother de 1984, pero uno que ayudamos a construir.

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